Entre inocencia y justicia

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Entre inocencia y justicia

La justicia no es pareja, lo cual hace que finalmente, en vez de ser justicia sea manifestación de poder

La presunción de inocencia es uno de los avances más importantes de la humanidad en cuestión de justicia. Cuando leemos libros medievales como el del dominico catalán Nicolau Eimeric, “Manual del Inquisidor”, Siglo 14, sobre cómo procesar a los reos acusados de herejía por la Santa Inquisición vemos que su consejo era que se debía presumir siempre la culpabilidad, de ahí que si alguien alegara ser inocente habría que torturarlo para comprobar si decía o no la verdad. Los jueces tenían la obligación de dudar del reo e intensificar el tormento hasta que no hubiese posibilidad de que los engañaran.

Creer en la inocencia de un acusado es un principio de justicia elemental aunque no pocas veces resulte que cuando se declara que una persona lo es al paso del tiempo se revele que era un delincuente. Hay quien dice que es mejor que ande suelto algún culpable a que se castigue a un inocente.

Dicho lo anterior, nuestro País está situado entre la posición antigua de la Inquisición, la actual lucha por los derechos humanos y la capacidad de los jueces y policías para recabar pruebas de culpabilidad. Las tres posiciones existen en México. Se ha visto en el caso Ayotzinapa, se advierte en la fuga de “El Chapo” y asoma en los asesinatos de periodistas en Veracruz la incapacidad de hacer justicia. En los tres casos los culpables no aparecen. En cambio se aprovecha el hecho para acabar con la mayor parte de los enemigos políticos y para proteger a los aliados de quienes están en el poder. Sucede que la diputada que visitó a “El Chapo” será defenestrada y probablemente encarcelada; la Procuradora, en vista de su enorme ineficiencia, castigará a todos los burócratas menos a los políticos que propiciaron la fuga; juzgarán a Kate del Castillo pero nunca hicieron ni siquiera un guiño a la entrevista de don Julio Scherer con el otro capo-asesino. Pregúntese por qué se enjuiciará a unos y por qué el gobernador Duarte puede dormir tranquilo mientras alguien mata uno a uno a sus críticos. En resumen: la justicia no es pareja, lo cual hace que finalmente, en vez de ser justicia sea manifestación de poder.

El profesor Humberto Moreira pasó unos días en la cárcel. Según él y sus abogados fue exonerado de las acusaciones que le hicieron. Alega su inocencia. No cabe duda que estamos en un terreno pantanoso en el que no hay piso sólido sino algo inestable. Creo que deberemos presumir su inocencia de aquello de lo que se le acusó y que, si los policías o los jueces le encuentran culpable sean ellos los que lo llamen a cuentas. Pero hay un abismo entre la inocencia sobre acusaciones a una inocencia bautismal. La megadeuda lo acusa aunque no se sostenga ningún delito. Es decir, toda la obra que hizo, que es innegable, se pagó. Él lo declaró en sus informes. Todo quedó saldado. Entonces, ¿por qué debemos? La deuda es impagable y tiene que ser explicada.

No podemos dudar de los procesos inquisitoriales: los jueces fueron individuos siniestros y aunque sea siglos después de su violencia debemos continuar condenándolos. Y de lo que tendríamos qué acusar a los jueces actuales es de haber llevado la justicia a un lugar en el que los poderosos siempre salen satisfechos y los indigentes lastimados (con raras excepciones). ¿Recuerda usted a la señora otomí (1.60 de estatura y 57 kilos de peso) que secuestró ella solita, sin armas, a seis policías judiciales armados por lo que pasó varios años en prisión hasta que Calderón le otorgó el perdón presidencial con enojo del poder judicial? Y ¿qué le sucedió a los jueces?, nada. Nicolau Eimeric los hubiera contratado para la Inquisición.
Lea con tranquilidad la siguiente frase: “La leyes mantienen su crédito no porque sean justas sino porque son leyes. Es el fundamento místico de su autoridad; no tienen ningún otro. Que les sirva bien. Con frecuencia fueron hechas por tontos, más frecuentemente por gentes que, odiando la igualdad, les faltó la equidad, pero siempre para los hombres; autores vanos e irresolutos.”

Quizás le parezca desmesurada, pero fue escrita en 1582 por Michel de Montaigne, uno de los pocos filósofos renacentistas cuya obra ha perdurado y se sigue leyendo. Es claro que nos recuerda algo, ¿a usted qué le dice?