Entre el sexenio y la fiesta
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Entre el sexenio y la fiesta
Si yo hubiera diseñado los asuntos de esta vida hubiera establecido tres reglas. Primera: los asuntos deben clasificarse en trascendentes, importantes, esenciales para la vida y secundarios. Segunda: cada asunto debería atenderse hasta terminarlo totalmente para poder iniciar el siguiente. Tercera: todos los humanos deberían acatar estas reglas, y si alguien las violaba se le cortaría una mano.
Todos los lectores estarán de acuerdo en la lógica de este procedimiento, pero también todos me juzgarían loco, es decir alienado y ajeno de la realidad humana y social. ¿Por qué esta respuesta estadísticamente válida? (95 por ciento, el 5 por ciento restante corresponde a los ilusos, idealistas, clientes rígidos del “deber ser” y alienados).
La mayoría tiene muy en cuenta el razonamiento lógico, pero vive en una interposición de escenarios tan fugaces y transitorios que lo que hoy es importante mañana desaparece, y posteriormente volverá a ser esencial pero vestido de lamentos, fatalismos o esperanzas de paraísos prometidos, cuya prosperidad ya se saborea…
Hace ocho días el escenario más importante que robaba la atención de todos –las especulaciones del café y los pronósticos del futuro nacional– eran los candidatos, sus propuestas y su actuación en el último debate (una estrategia del sistema político para desarrollar la democracia que haría reflexionar a los electores). Los cuatro contendientes ciertamente dieron sus generalizadas respuestas a algunos asuntos sumamente trascendentes para los 120 millones de mexicanos y su minifuturo sexenal. Asuntos esenciales e importantes para la vida, la educación, la salud y el bienestar ¿quién se atrevería a pensar que éstos son “flor de un día”?
Sin embargo, desde el jueves pasado muy pocos son los que tienen este escenario en mente, en su tv o en su celular. Ha sido desplazado de la conciencia y la responsabilidad por el escenario de la fiesta del Mundial. Nuestra gran ocupación será vivir la angustia de una trágica derrota de la Selección Mexicana en el campeonato Mundial. Si me pongo un poco loco podría preguntarme ¿y qué gano si gana, o qué pierdo si pierde? Estas preguntas y la ausencia de sus respuestas obedecen a que, aunque son muy lógicas y contundentes, están fuera de contexto, aunque invocan una realidad, hay otra realidad virtual, imaginada y soñada en la mente de los mexicanos que sustituye a la racional.
Lo cierto es que el Mundial también es una realidad no sólo de competencia y habilidades pedestres que corren entre dos marcos de madera, es ante todo una fiesta de emociones embriagantes, de ilusiones, de esperanzas que se deshojan en cada partido, triunfos y fracasos que derrumban o construyen escalones hacia los mejores lugares, admiración de proezas inesperadas y errores incomprensibles. El Mundial es una fiesta del corazón humano, que vibra aceleradamente en cada partido con una pasión tan irrefrenable que transportó a más de 70 mil mexicanos a Rusia a olvidar las reglas de la razón.
El diseño de los asuntos de la vida no puede estar regulado solamente por una razón que excluya al corazón, o por un corazón que excluya la razón. Integrar la fiesta a las consecuencias lógicas, razonar con pasión y emoción, emocionarse razonablemente es la esencia de la sabiduría humana, es el equilibrio de la realidad en la que estamos inmersos y a la que estamos sujetos.
El diseño de nuestra vida será más humano si incluye la fiesta del corazón y los caminos de la razón.