Entre el deseo y la necesidad

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Entre el deseo y la necesidad

ESMIRNA BARRERA

Retomo en el título la oposición freudiana que planteaba que una de las desgracias del humano es la de confrontar el deseo con la necesidad. La necesidad se impone y no pregunta si te agrada. El deseo es permanente. Siempre estamos deseando cualquier cosa, sea del presente, del futuro y aún del pasado (debería haber hecho tal cosa; hubiera tomado la decisión equis). Siglos antes el Buda declaraba que el origen del sufrimiento anímico era el deseo: si no deseas no sufres. Es una orientación que podría adoptarse solo si se encontrara en los escenarios en que aquél vivía.

Para los griegos el deseo es el motor de la vida, sobre todo de la vida amorosa. Deseo en griego es “eros” y su antónimo es “ananké” (necesidad). Y no es un dilema, no se puede escoger a uno o a otro. La necesidad se impone y tiene un significado que conduce a todos los aspectos de la vida, desde el sexo hasta la sabiduría, la competencia o el poder. Si necesitas algo es porque no lo tienes, pero lo deseas y de alcanzarlo, de inmediato surgirán otras “necesidades” de cualquier orden: moral, social, económico, sexual, intelectual. Deseo y necesidad no te dan ni darán reposo hasta que rindas el alma. El capitalismo actual se basa en hacer que se desee poseer algo y nos frustre no alcanzarlo.

Ahora que cientos de miles se debaten entre la vida y la muerte aparece el deseo más primitivo, el de vivir. Me viene a la mente el episodio en que el gran libertador, Moisés, después de haber sacado a su pueblo de Egipto, al llegar casi a la Tierra Prometida, Yahvé le impidió entrar porque había dudado. Moisés le rogó: al menos déjame verla como si mi ojo asomara por debajo de una puerta. Y Dios se lo negó, pero bajó, le dio un beso y lo condujo al Paraíso (esto no está en la Escritura, es un texto de los cabalistas). Es increíble la manera en que se expresan el gran dirigente y Dios. Parecería una relación infantil o, mejor, de amantes. Eso era el deseo, eso la necesidad. Yahvé no admitía vacilaciones.

Sigmund Freud relegaba la necesidad, si se trataba de cuestiones amorosas o intelectuales, a conflictos internos infantiles que implicaban la eterna zozobra de la búsqueda de la felicidad. Entre eros y ananké existe un espacio que permanece siempre, lo que significa que nunca habrá un deseo plenamente satisfecho. Eso puede sentirse cada día en dos aspectos: el del amor (o la amistad o el afecto, ser reconocido por los demás), y el del crecimiento intelectual y/o social.

Lo anterior conduciría a la idea de una eterna frustración, lo cual es terrible, sí, pero al mismo tiempo es una invitación perenne a superarse. Lo dicho nos debería hacer pensar que la frustración no es más que uno de los mecanismos anímicos para estar siempre en lucha no contra los demás sino contra uno mismo.

No nos contentamos con lo que tenemos; queremos más. En los últimos años se desarrolló la teoría (si acaso se puede llamar teoría a ese lamentable proyecto propiciado por empresarios) de la competencia o competitividad. Si ya teníamos mucho de qué preocuparnos ahora exigían competir con los demás, superarlos, estar arriba de ellos. Esto no se puede dar sin el deseo de dominio. Superar a los otros implica luchar contra ellos y, como consecuencia, no compartir.

La idea de tomar estos dos polos me vino de dos grandes problemas que estamos viviendo: el desasosiego por la pandemia y el desaliento ante la transformación social que vivimos. La gente hace sentir que no alcanza a sentir una seguridad para los que son sus deseos personales. Pero miles de pobres y estudiantes sí han probado una respuesta a su necesidad.

Ahora que se habla tanto de ricos y pobres se puede saber que ni los unos ni los otros tienen asegurada una vida plena y que todos tenemos un desafío doble: sobrevivir y recrear nuestra sociedad, nuestra economía y nuestro medio ambiente. No es posible no desear y tampoco no necesitar. Lo uno en el plano del placer, lo segundo en el del dolor o el miedo. ¿Desear hasta dónde?, y, ¿qué es lo que realmente necesitamos? El coronavirus nos está enseñando que todos los avances tecnológicos y científicos no valen demasiado frente a un elemento invisible a los ojos. Nos queda la comunidad.