Enrique Vila-Matas, el narrador sin pasaporte

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Enrique Vila-Matas, el narrador sin pasaporte

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Vila-Matas es un gran lector de poesía y ensayo que se ha asumido desde hace mucho como "un falso erudito"

BARCELONA.- Enrique Vila-Matas no concibe esfuerzo humano más apasionante que confundir vida y literatura. Detesta esa idea de literatura que concibe la tarea del escritor como un agrimensor de la vida que copia, imita y, como ha escrito, "reproduce la realidad como si, en su evolución caótica, su complejidad monstruosa, pudiera ser atrapada y narrada".

Si le dan a elegir entre la literatura o la vida, so pena de sufrir el frustrante castigo eterno de Sísifo, ¿qué elegiría?
Al final de Marienbad eléctrico, después de haber abierto todo tipo de puertas para hallar el centro de mi discurso, deduzco que sólo he hallado fiestas en el vacío. “Pero queda la vida”, escribo. Y convendrá usted conmigo que no es poco que nos quede la vida.(…) He sido siempre partidario de no disociar vida y literatura. Aquellos que por la mañana van a la oficina a escribir y por la tarde se dedican a otra cosa, me inspiran una confianza relativa como escritores.

Vila-Matas es un gran lector de poesía y ensayo que se ha asumido desde hace mucho como "un falso erudito" al que le encanta jugar, hallar conexiones entre las cosas, crear ready-mades literarios…
Dicen que escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar, más bien, los ensayistas: desde un yo literario muy a la vista de todos. Trabajo con ideas, conceptos. La trama en mis novelas es sólo un apoyo para poder comentar todo lo que se desprende de esta trama. Mi narrativa es ensayística y, como ha dicho Shaj Mathew en The New Republic, parece enlazar con la “novela ready-made”, con una narrativa de vanguardia que comienza a parecerse a la del arte conceptual.

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Su trabajo, como el del paseante W.G. Sebald o el de su admirado amigo de unos pocos e intensos años Roberto Bolaño, dialoga con todas las artes. Quizás por ello su literatura es tan exigente como una instalación de arte conceptual.

Comentarios, reensamblajes, parodias, atribuciones apócrifas…
Me dedico a hacerlo y pueden interpretarlo como quieran. Pero bueno, si hay atribuciones apócrifas, por ejemplo —o al revés: frases mías que hago ver que son de Shakespeare para que sean más celebradas—, se debe seguro a que soy un eco del tema del Quijote: el del soñador que se atreve a convertirse en su sueño. En mi caso, me atrevo a convertirme en todo el mundo, quizá sea ese mi sueño.

El autor catalán desarrolla juegos en el interior de sus textos a modo de "rebobinados" literarios con un elegante sentido del humor.

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¿Usted utiliza abundantes dosis de ironía en sus guisos literarios?
Que soy irónico no es ningún secreto. Muchas veces trabajo así: escribo una página y tardo para ello un día entero. Al día siguiente, me despierto y la leo, como si fuera la página de otro. Y le añado un comentario irónico, es decir, de algún modo me río de lo que he escrito. No borro nunca ese apéndice irónico. Es una redacción, como puede observar, en dos fases. Y la irónica es tan o más importante que la redacción inicial.

En su libro iniciático, Historia abreviada de la literatura portátil, mete a Duchamp en el saco con Lorca o los surrealistas franceses. Crea la figura del shandy (homenaje al autor de Tristam Shandy, de Laurence Sterne) un personaje definido por su “espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud, cultivar el arte de la insolencia”.

¿No le preocupa, con tantas miles de páginas publicadas, no poder ingresar nunca en su Historia abreviada de la literatura portátil?
Es que un shandy, un portátil, jamás ingresa en ninguna parte: sería su final.

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¿Cuál fue la última ocasión en la que, como Bartleby, prefirió no hacerlo?
De mí se conoce lógicamente lo que hago, pero no lo que he rechazado, que es muchísimo. Hay una historia secreta fascinante acerca de todo aquello a lo que he dicho no. Sorprendería conocer la historia de lo que he desdeñado, pero no voy a escribirla, prefiero no hacerla pública; “prefiero no”, diría Bartleby.

¿Qué lee actualmente?
Todo lo que leo ahora está relacionado con la singular novela que estoy escribiendo. Prefiero no entrar en esto.

El viajero más lento o El traje de los domingos nacieron como artículos de prensa. Bartleby y compañía sembró desconcierto: un escritor contradictorio del que puedes esperar lo inesperado. Novela, periodismo, cuento, ensayo. Le gustan los escritores “desarrapados”, como Margarite Duras o Roberto Bolaño, que jamás olvidan que la literatura es, sobre todo, un oficio peligroso. Cita a Scott Fitzgerald: “Toda vida es un proceso de demolición”. Desaparición, disolución, extinción…

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¿Qué importancia tienen esos conceptos en su trabajo?
Una de las mejores páginas que he leído en la vida es la que abre The Crack Up, de F. Scott Fitzgerald: “Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea…”. Es un comienzo admirable, porque tengo la impresión de que dice la verdad. Y eso es todo. Yo lucho (básicamente escribiendo) para detener lo imposible: ese proceso de demolición que tanto nos acompaña a todos en la vida.

Se refiere a sí mismo como un “cineasta secreto”. Fue crítico de cine y filmó películas. Durante años fue un funambulista de las palabras cinematográficas: comentó y criticó películas que no veía; se inventó entrevistas a personajes con los que nunca habló.

¿Qué tiene el cine que no tenga la literatura?
¡Ah, el cine! Soñé que David Cronenberg (cineasta canadiense) adaptaba París no se acaba nunca.  Ahora que lo pienso: si no hubiera escrito ese libro sobre mi experiencia en París, habría escrito uno titulado Entrevistas inventadas, sobre mi experiencia en Fotogramas, donde inventé tantas entrevistas sin el permiso de nadie. Pero considero que con un libro autobiográfico en mi obra es suficiente. Los demás que he escrito, se ha de comprender  de una vez por todas, sólo tienen esa apariencia autobiográfica, pero en modo alguno lo son.

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Utilizando el título de su cuento Me dicen que diga quién soy, si tuviera que subtitularse a usted mismo en sólo cuatro palabras, ¿cuáles elegiría?
El narrador sin pasaporte… Parece un homenaje a uno de mis libros preferidos: Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro. Después de todo, busco no tener nada y ser extranjero siempre.

Enrique Vila-Matas, el extranjero sin nada, el escritor que, como escribe el crítico Jordi Carrión, “ha cambiado la forma en que leemos”, llega a México.