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Encuesta en El Tunal
Encuesta a un campesino de El Tunal. Un lugar enclavado en la sierra de Arteaga, y paraíso de Saltillo, donde se producen unas manzanas tan sabrosas que cualquier Eva –sin importar su origen o el color de su piel– las devoraría con un anticipado “perdóname, Dios mío”.
Entrevistador: “Don Sebastián, ¿usted está de acuerdo en que se construya un nuevo aeropuerto en la Ciudad de México?”.
Don Sebastián que como buen mexicano trata de aparentar conocimiento del asunto, responde: “¿Un qué?”.
“Un Aeropuerto” –le responde el moreno y voluntario encuestador que no cobrará un solo peso por su trabajo en una causa tan noble como tomar en cuenta al pueblo mexicano en todas las decisiones trascendentes–. “Un lugar donde aterrizan los aviones” –amplía la información el encuestador al notar la confusión de su encuestado. Y repite la pregunta: “¿Está usted de acuerdo en que se construya uno de esos en la Ciudad de México?”.
Don Sebastián sabe de manzanas y del porque las heladas a veces multiplican su cosecha y a veces la reducen a la nada, y va tener que andar solicitando un subsidio para dar de comer a su familia y prepararse para el siguiente año. Tiene la ancestral educación de su pobreza, hace a un lado su problema de la helada primaveral que acabó con su cosecha y trata de atender al moreno encuestador.
“Y ¿por qué me pregunta eso a mí?”, responde con tono mesurado.
“Pues porque la transformación del País requiere de la participación del pueblo ciudadano en las decisiones que afectan y benefician a todos los mexicanos” –le responde.
“¡Ah¡… ¿Y ese aeropuerto nos va a afectar más que las heladas?” –responde el muy ladino de Don Sebastián.
“Por supuesto –responde de inmediato el moreno encuestador–. Ese aeropuerto va a costar miles de millones de pesos”.
“¿Tantos?–responde con sorna campesina Don Sebas y continúa preguntando– ¿y de dónde van a salir esos miles de millones?”.
“Si se hace tal y como está planeado de su bolsillo y del de todos los ciudadanos. Y si no se hace o se hace en otro lugar también va a salir del presupuesto aunque más barato” –le contesta el moreno voluntario.
“¿Sale más barato?” –responde Don Sebas y añade con curiosidad– ¿qué tanto?. Y el encuestador le contesta: “Unos miles menos” –añadiendo una sonrisa, según él muy convincente.
“Pos no sé qué decirle –continúa la encuesta pero convertida en debate crítico– porque de todas maneras nos va a costar… ¿pero a quién mas… de qué bolsillo van a salir esos miles… y a quién le va a servir ese aeropuerto?”.
En este momento el moreno encuestador infla su pecho patriótico y responde, aparentando un orgullo como si portara la bandera mexicana: “La construcción del País y de la democracia es una tarea de todos los mexicanos. Y a todos nos benefician los aeropuertos, las escuelas, los hospitales y las carreteras”.
“Esa cantaleta ya me la sé –contesta con firmeza Don Sebastián y añade con la lógica que se aprende con la vida– ¿Por qué no va y le pregunta a los que saben de eso y tienen los bolsillos llenos de dinero? Ellos son los que usan los aviones y el aeropuerto para sus necesidades. Nosotros necesitamos maestros, doctores y que Dios nos cuide las manzanas”.
Epílogo: En otros lugares escogieron mejor a los encuestados: unos eran analíticos y dieron respuestas académicas, políticas y económicas, otros ya sabían de antemano que respuesta dar y con quien quedar bien, y su respuesta fue tan breve como su complaciente sonrisa.