Encuentro con el otro

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Encuentro con el otro

“Joven pide ayuda para indigente en Facebook Live, usuarios lo vieron, pero nadie ayudó.” El 10 de agosto amaneció muerto en Saltillo.

El joven Iván, en su encuentro con el otro, fue más allá de lo que muchos hacen: pasar de largo y con indiferencia seguir con la actividad frenética diaria.

Iván entabló un dialogo con el indigente, quien mostraba signos de desnutrición evidente, un cuerpo muy delgado.

Emanuel Levinas considera que, ante el encuentro con el otro, “…no sólo debo colocarme en pie de igualdad y mantener un diálogo, sino que tengo la obligación de ser responsable de él. La responsabilidad es incondicional, en cuanto se reconoce y se acepta, debo interpretar los requerimientos prácticos del otro.

La responsabilidad necesita ser descubierta una y otra vez en todos y cada uno de los encuentros con un otro. Ya no se busca el cálculo de ganancias y pérdidas siendo la prioridad del ser humano necesitado.”

Es difícil hacer esto último, muchas veces no sabemos cómo ayudar. El joven Iván lo hizo con sus armas: le dio un poco de dinero, un refresco, un dialogo, y pidió ayuda con un celular y una red social. No supo bien a que instancia acudir.

Las instituciones públicas, encargadas de velar por el bien público, no tienen un procedimiento, mecanismo, ni lugar para tratar con los moribundos, los indigentes, ni los enfermos mentales. Por lo general es la policía la que lidia con ellos. Como si se tratara de criminales.

Dijo Santiago Ramón y Cajal: “Apártate progresivamente -sin rupturas violentas- del amigo para quien representas un medio en vez de ser un fin.”

Este es uno de los problemas actuales más graves de la humanidad. Ver al otro como una cosa, alguien diferente ajeno a mí y al género humano.

Dice el periodista Kapuciski: “Es cierto que el otro a mí se me antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el otro. El otro no es sino un espejo en el que se contempla, y en el que es contemplado, un espejo que lo desenmascara y lo desnuda, cosa que todo el mundo prefiere más bien evitar.”

El espejo no debería ser sólo para verme a mí mismo de forma narcisista y egoísta, o ver al otro como un medio para mis fines.

Dice Byun-Chul Han: “...No solo el exceso de oferta de otros otros conduce a la crisis del amor, sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad.
En realidad, el hecho de que el otro desaparezca es un proceso dramático, pero se trata de un proceso que progresa sin que, por desgracia, muchos lo adviertan.

Vivimos en una sociedad cada vez más narcisista, narcisismo no es ningún amor propio que niega al otro favor de sí mismo. Al narcisista el mundo se le presenta sólo como proyecciones de sí mismo, no es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad.

Sólo hay significaciones ahí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. La depresión es una enfermedad narcisista, conduce a una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El narcisista depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro. El otro, despojado de su alteridad, queda degradado a la condición de espejo del uno, al que confirma en su ego.”

En el espejo debería reconocer que el otro es muy semejante mí, en carga genética, en que compartimos los mismos dolores, sufrimientos, hambre sueño, enfermedad. También en el espejo del otro pudiera ver que, por el solo hecho de ser humanos, somos iguales en dignidad, merecedores de respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos, seres valiosos únicos e irrepetibles.