En busca del amor

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En busca del amor

Nada, que por andar buscado el amor, tan pregonado, ¿tan prodigado?, en este mes de febrero, Mes del Amor, dice el proverbio publicitario, se lleva uno cada chasco.

Mujeres anónimas, de voces inciertas, que se anuncian en los programas radiales del corazón y al final resulta que ni contestan el celular y si, con suerte lo contestan, se hacen las importantes.

Que trabajan todo el día, que no pueden salir, pero que si les llamas después, tal vez…

Al diablo.

Le marcas a otra, ¡bueno!, y que sí, que anda buscando hombre, dice, que es guapa, joven, ah, pero que es madre soltera y tiene tres hijos, chiquillos, plebes de a tiro, pero que sí, que es guapa, que sí, que tiene buenas pompis, cómo a ti te gustan, que de eso sí tiene…

Y que, pero que la disculpes, que si gustas llamarle mañana, como a esta misma hora, para ponerse de acuerdo sobre la primera cita, a ciegas, de dos almas ciegas que andan buscando el amor.

Al diablo con las interesantes.

Coges otra vez el cacho de papel donde haz apuntado el número de otra mujer que la locutora de voz chillona, a veces melosa, dio al aire.

Marcas y te pones a esperar con ansiedad a que se interrumpa el molesto y enfadoso tonito del teléfono.

¡Bueno!

Del otro lado se escuchas la voz de una muchacha, o señora, vaya a saber, diciendo que dice que es casada, pero que no le hace, que a ella le gusta el peligro, las aventuras fuertes,

Tú que eres soltero y presumes de conservador, tradicionalista e hijo de familia honorable, le dices que no, que cómo señora, que ¿qué diría su marido, oiga?, y cuelgas.

Piensas que los programas de radio como esos no funcionan, que son anacrónicos, pasados de moda y que otra vez al diablo todo.

Alguien algún día te dijo que “el amor no es cuestión de suerte, sino de la voluntad de Dios” y tú no supiste qué decir, pensar.

Otra tarde vuelves encender la radio con la intención de oír las noticias, pero te vuelve a picar el gusanito del amor y pones la pelilla, tu radio es un aparato antiguo, justo en el programa del corazón.

Al vuelo anotas varios números, arrimas el teléfono y marcas.

Hay una chica al otro lado del auricular, se llama Elizabeth, dice, es blanquita, chaparrita, pero bien torneada y quiere conocer a un chavo… más o menos como tú.

Blanquita, chaparrita y bien formada, te la imaginas y se te eriza la piel, la piel y otra cosa.

Por fin se quedan de ver la tarde del día siguiente, en la Alameda, a las afueras de la Biblioteca Pública.

Te has endomingado, bañado, afeitado, vestido con tus mejores trapos, todo para que luego de tres de horas de espera la ingrata no llegue,

De qué se trata, te preguntas, y caminas encorajinado de regreso a casa.
Apenas llegues vas a agarrar ese méndigo radio y lo azotarás contra el suelo, vas pensando.

Ay amor, dónde estás que no te encuentro...