Empieza la prueba de fuego del T-MEC

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Empieza la prueba de fuego del T-MEC

En las vísperas del inicio de las negociaciones del TLCAN solicitadas por el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, muchas fueron las voces de expertos en el sentido de que la importancia de preservar el espíritu del acuerdo comercial trilateral iba más allá de las cuestiones comerciales, sino que también radicaba en los diferentes mecanismos y figuras que el propio tratado establecía al brindar certidumbre jurídica a las inversiones.

Ciertamente durante el gobierno de Donald Trump, la preocupación de nuestro país se concentraba en evitar la imposición unilateral de restricciones comerciales por parte de nuestro vecino del norte, a la luz de las constantes amenazas de imponer aranceles a productos mexicanos y de otras naciones. No obstante, ahora el énfasis ha cambiado radicalmente.

Ya no por cuestiones ideológicas atribuibles al mandatario de los Estados Unidos, sino por aspectos dogmáticos que predominan en la política gubernamental de nuestro país, es momento de aferrarnos al T-MEC en lo que concierne al respeto y protección a la inversión.

La propuesta de reforma eléctrica del Ejecutivo como se ha discutido ampliamente será objeto de enfrentamientos diplomáticos entre ambas naciones, e incluso de litigios al amparo de lo establecido en diversas disposiciones contenidas en el T-MEC.

No quedará más que aferrarnos hasta con las uñas para que el entramado legal contenido en este tratado alcance para contrarrestar los efectos negativos que a todas luces traerá esta iniciativa de reforma no solo sobre el mismo sector energético, sino que también al ya de por si ambiente hostil de inversiones que priva en el país.

Tan enardecido se encuentra el ánimo social que no permite que el sentido común y la razón se impongan sobre paradigmas sustentados en sesgos ideológicos anacrónicos. No se entiende que el objetivo fundamental debe de ser en todo momento asegurar el abasto suficiente de energía, en primer lugar y en segunda instancia permitir desarrollar fuentes alternas y limpias de energía a la par de disminuir -no eliminar- la dependencia de una sola nación. Lo anterior, independientemente de que el abasto provenga del sector público o privado.

Es muy probable que el T-MEC entre en las próximas semanas a una zona de turbulencia donde tendrá que superar una prueba de fuego de alcances considerables. El tratado podrá constituirse en un auténtico pararrayos que coadyuve en contener los embates del Ejecutivo sobre el sector energético. Más nos vale que así suceda.