Emparejar lo disparejo
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Emparejar lo disparejo
Es frecuente escuchar que hacer justicia es una especie de acto vengativo por el que la sociedad impone un castigo físico a quien violó alguna ley. Esta definición es cierta pero no dice lo que debería decir, ni mucho menos refleja el sentido milenario del sistema de justicia. Se atribuye a los romanos el término pero es muy anterior a ellos. Tampoco es griego ni hebreo. Emile Benveniste, el gran lingüista, destaca que viene desde la gran región que creó no pocas tradiciones: la que hoy conforman Irán, Irak, Armenia fue el lugar de donde surgieron tanto las técnicas de escritura que todavía utilizamos, como el sistema de administración u organización del trabajo y la remuneración, así como los procedimientos de justicia.
Habiendo ricos y pobres, mujeres y hombres, estamentos (sacerdotes, señores, campesinos…) debía haber, por necesidad, abusos, opresión, engaño y mil otras truculencias. Entonces surgían de tiempo en tiempo rebeliones, destrucción de bienes y demás. De ahí que se estableciera un régimen de justicia. Y justicia no se refería a un juez, un juzgado, una cárcel sino a “emparejar las cosas”. Es decir, a poner a cada quien en su lugar y a dar a cada uno lo suyo.
Los hebreos tomaron el vocablo en un sentido moral: un hombre justo era el varón admirado, reconocido por la comunidad. Abraham era un justo y la prueba es que daba acogida al peregrino, pagaba a los que les debía. Su esposa Sara no era muy justa. Recuerde usted que Abraham tuvo relaciones sexuales con su esclava Agar y que Sara, una vez que tuvo un hijo, Isaac, presionó a su marido para que la echara fuera y éste la abandonó en pleno desierto peligrando la vida de ella y su niño Ismael a quienes Dios salvó. En este caso Abraham fue muy injusto, como lo fue cuando intentó sacrificarle a Yahvé a su propio hijo. Pero el apodo quedó y se repitió mil veces hasta que san Pablo declaró que “el justo vive de la fe”, es decir, convirtió la regla en algo intangible, enigmático, inmensurable…
El jus romano, de donde viene justicia, juez, jurisprudencia, juramento y varios más, se refiere también a equilibrar lo que no es equitativo. De ahí que su ideal fuera: “no dañar a nadie, vivir honestamente y dar a cada quien lo que le toca”.
Este largo preámbulo me hace pensar que las experiencias que estamos viviendo en nuestros días nos alejan de cualquier consideración de lo que significaría “justicia” en la consciencia de los humanos. Me explico: persiguieron como perros a Padrés hasta encarcelarlo. Apresaron al Alcalde de Allende. ¿En qué se parecen?, son del PAN. ¿Sabe usted que el priísta Tomás Yarrington tiene años como “perseguido” por la justicia. ¿Dónde está el Gobernador de Veracruz?,
¿dónde los de Chihuahua y otros estados? No hay piso parejo, evidentemente. ¿El Alcalde de Allende fue el único que no combatió a los Zetas?, no me diga.
¿Dónde deja a los dos gobernadores, Humberto y Jorge?, ¿y el General? No, no hay justicia, nada más ataque disparejo a lo que ya era desemejante, o sea, impartir injusticia.
Estudié el sistema de justicia colonial en Saltillo. Revisé más de mil juicios de entre 1594 y 1816. Quienes impartían justicia eran los alcaldes. Saltillo era tan pequeña que no daba para jueces ni juristas. Y varios de los señores alcaldes eran analfabetas, así como oye. Pero tenían (no todos, sino algunos) un sentido de lo que debería equilibrar a esa sociedad tan chiquita. En mil juicios dieron sentencia, pero nunca enunciaron una ley, un código, un artículo. Y a menudo fallaron no favorablemente hacia el rico, sino a su víctima: el esclavo, la criada, el flojo, la muchacha que perdió el tesoro de la virginidad… Era un sistema entre medieval, cristiano, hebreo o persa, difícil saberlo, pero daba resultado.
Entre más sabemos lo que ha sucedido en México más nos sentimos desmoralizados, abatidos. Llámese Allende o Piedras Negras, Ayotzinapa o Piedra Blanca, Ciudad Victoria o Bamori, de que no hay justicia no la hay. Estamos al borde de la incredulidad
“El justo” era un apodo que no se compraba o vendía, sino que se alcanzaba tras una vida de generosidad y de bondad, de rectitud y de “emparejamiento” de quienes rodeaban al que recibía el mote. El más cercano sería Mandela, quizá Francisco. No me vienen otros nombres. Pero de “injustos” tengo un extenso listado.