Emilio Pío Lozoya Obrador (pero no se confundan: ‘no somos iguales’)

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Emilio Pío Lozoya Obrador (pero no se confundan: ‘no somos iguales’)

Especial
El presidente Andrés Manuel López Obrador repite, una y otra vez, que "ellos" -what ever that means- "no son iguales" a los corruptos del pasado, a los miembros de la "mafia del poder". El de esta semana no es el primer video escándalo que le desmienten categóricamente, pero sí la primera en la cual aparece un impío integrante de su familia

Tenemos por Presidente a un individuo esencialmente imbécil.

La insistencia en el señalamiento resulta obligada hoy porque los hechos de las últimas horas demuestran, una vez más, el acierto de lo expuesto en este mismo espacio la semana anterior.

Me refiero, por supuesto, a la divulgación de los videos en los cuales el impío hermano de Andrés Manuel López Obrador aparece recibiendo bolsas de dinero para las cuales el Presidente ha encontrado una “explicación” a la cual no puede otorgarse sino la calificación de imbécil.

Lo de su hermano, asegura el Presidente, no es corrupción, sino “aportaciones para fortalecer el movimiento en momentos en que la gente era la que apoyaba básicamente”. Y debemos creerle, asegura, porque ellos “no son iguales” a los otros, a los corruptos de los regímenes del PRI y el PAN. Es decir, no podemos comparar este caso con el de Emilio Lozoya.

¿De verdad no son iguales? Analicemos los hechos:

Primero: tanto Emilio Lozoya como Pío López Obrador se relacionaron con individuos interesados en financiar sus “movimientos” (o sus “causas”, si usted lo prefiere). La gran pregunta es: ¿en un caso -el de Lozoya-, es puro interés material, voracidad, y en el otro -el de López Obrador- se trata de puro interés en transformar la vida pública del país?

Pues no parece: en el caso de Lozoya, como es evidente, el financiamiento de “la causa” tenía como propósito, por un lado, la obtención de posiciones relevantes en la estructura pública y, por el otro, la obtención de contratos gubernamentales. En el del hermano del Presidente, lo mismo: al señor David León le acababan de entregar, nada menos, el control de los multimillonarios contratos de adquisición de medicamentos por parte del Gobierno.

Segundo: en ambos casos estamos hablando de dinero ilegal. Lozoya lo obtuvo de la empresa Odebrecht y el hermano de López Obrador de un empresario también, si bien este último parece de alcances más modestos: era sólo “consultor”… pero del Gobierno de Chiapas por lo menos.

El punto es, ¿de quién o quiénes obtuvo el dinero dicho “consultor”? Él no nos lo ha dicho pero el Presidente se ha apresurado a ofrecerle una coartada: el dinero venía “del pueblo”, de una miríada de anónimos individuos a quienes se les habría incluido en una “coperacha” para la causa.

Tercero: en ambas historias existe una afirmación similar: el beneficiario último de esos recursos, es decir, quien finalmente se sentó en la Silla del Águila, sabía de su existencia. En el caso de Peña Nieto, pues este no ha abierto la boca y, aunque todos estemos convencidos de la premisa, simplemente no podemos asegurarlo como si nos constara.

Pero en el caso de López Obrador no hay duda, pues él mismo lo confesó el viernes anterior: “Estos recursos, como se habla en el video, se utilizaban para la gasolina, para el apoyo de quienes trabajaban en la organización del movimiento y, como él mismo lo afirma, David León, contribuía de esa manera, consiguiendo esos fondos, como ayudaron muchos mexicanos”, dijo el Presidente en su conferencia de prensa en Aguascalientes.

Cuarto: en los dos casos estamos hablando de la misma situación, es decir, dinero ilegal inyectado a las campañas electorales. El Presidente intenta atajar la crítica “explicando” cómo ese dinero se usó exclusivamente en el proceso electoral local de Chiapas -en 2015-, proceso en el cual su partido sólo obtuvo el triunfo en un municipio: Chicoasén.

Está por verse, desde luego, si lo dicho por López Obrador -un individuo con una inclinación patológica a la mentira- es verdad. Pero la premisa es, en todo caso, absolutamente incorrecta: si perdí las elecciones entonces no existe ilegalidad alguna en usar dinero no reportado a la autoridad electoral.

Finalmente, para López Obrador el tamaño cuenta, y mucho: como a su hermano le dieron apenas “unos dos millones”, pues eso es un pecado muy menor. Aunque se demostrara la existencia de un acto de corrupción, pues ni comparación y por eso ni deberíamos fijarnos en el minúsculo detalle.

Sorprende, debe decirse una vez más, el conocimiento detallado del Presidente acerca de las tropelías de su hermano. Y aquí conviene no perder de vista un detalle: uno de los videos difundidos por el periodista Carlos Loret de Mola evidencia cómo el hermano de Andrés Manuel tenía ¡a cuota! al señor León, e incluso llevaba un minucioso registro de los moches recibidos en una libreta a la cual bautizó, paradoja de paradojas, como “la Biblia”.

Más allá de las magnitudes, un detalle realmente desconocido en el caso del “hermano incómodo”, no existe diferencia alguna entre la corrupción vomitiva de Emilio Lozoya y la prohijada en el círculo más íntimo de quien pretende pasar como el adalid de la lucha contra la corrupción.

Lo he dicho en repetidas ocasiones en este espacio, pero vale la pena repetirlo: no defendemos acá una premisa según la cual López Obrador sea peor, en comparación, al resto de los integrantes de la clase política mexicana, no. Nuestra afirmación es distinta: es, nada más, exactamente igual a sus adversarios: fango de la misma cloaca.

Seguiremos en el tema, desde luego.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx