Embarazos en adolescentes, ¿son inevitables?

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Embarazos en adolescentes, ¿son inevitables?

Que una mujer se convierta en madre, cuando no ha alcanzado la mayoría de edad, se traduce en la imposibilidad de que pueda realizarse como persona y que ofrezca una vida de calidad

Ya no es ninguna novedad reseñar estadísticas relativas a mujeres que se convierten en madres siendo apenas unas adolescentes. La persistencia del fenómeno habla claramente de que las estrategias implementadas para contenerlo -si acaso existen-, no son eficaces.

Para muestra, el botón que publicamos en esta edición: de acuerdo con datos del Hospital General de Saltillo, el 34 por ciento de todos los alumbramientos registrados en dicho nosocomio durante el año pasado correspondieron a mujeres adolescentes y este año la proporción es de 30 por ciento.

No faltará quien diga que una disminución de cuatro puntos porcentuales no debe ser despreciada, pero tal respuesta no puede ser considerada como un planteamiento serio.

Y no lo es porque la incidencia de embarazos en adolescentes, es decir, en mujeres de entre 10 y 19 años, no es una simple estadística de carácter anecdótico, sino el retrato de una realidad que implica la frustración de proyectos de vida.

Como se ha dicho ya en innumerables ocasiones, que una mujer se convierta en madre, cuando ni siquiera ha alcanzado la mayoría de edad -o habiéndola rebasado apenas- se traduce en la imposibilidad de que pueda realizarse como persona y, por ende, que pueda ofrecerle una vida de calidad a su hijo.

¿Por qué? Porque múltiples estadísticas demuestran ya de suyo resulta difícil para las mujeres acceder a la formación y el desarrollo profesional, algo que se vuelve mucho más complejo si son madres a temprana edad.

De acuerdo con la estadística del Hospital General de Saltillo, casi el 90 por ciento de las madres adolescentes acceden a un mecanismo de control natal luego de su primer parto y eso sirve sin duda para que su situación no se complique aún más con un segundo o tercer hijo.

Pero la solución al problema no radica en que las mujeres que ya son madres eviten nuevos embarazos indeseados o incrementen el número de su progenie, sino en que no se sumen más adolescentes a esta estadística.

En este sentido, lo que se requiere es abandonar la actitud de indiferencia que claramente se ha sostenido hasta ahora en relación con el tema y destinar recursos y esfuerzos suficientes al diseño e implementación de estrategias capaces de contener el fenómeno.

Los hijos deben ser considerados, sin duda, como un elemento relevante del proceso de realización de los seres humanos. Pero eso sólo es cierto si estos llegan cuando sus progenitores poseen la madurez suficiente para hacerse cargo de ellos y garantizarles una vida digna.