Elogio de la mujer anónima

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Elogio de la mujer anónima

Hay lectores a los cuales no les interesa un pito lo que pienso, escribo y deletreo en política. Nada. Me leen por condescendencia, imagino. Muchos de estos lectores al toparlos en la calle, en un restaurante, en el bus, en la fila de las tortillas y en buenas cantinas y bares, cuando me abordan piden lo siguiente: dejar de lado la exégesis social y política porque no vamos a arreglar absolutamente nada, y piden centrarme en mis aventuras personales, en los libros, discos, música y  ciertos lugares de poca monta los cuales tengo fama de frecuentar. La mala fama yo la he hecho, nadie más.  

Estos lectores, damas y caballeros por igual, me comentan de mis andanzas de vida –un tanto libertinas, la verdad–, de mis lugares favoritos (tables dance regios, aquí está prohibido vivir y tener alguna infidelidad) y me comentan que disfrutan mucho mis crónicas de cuando ando de pata de perro: lo mismo en el DF que en Zacatecas, lo mismo en Querétaro que en San Miguel de Allende. Gracias por sus comentarios. Pues sí, en honor a dejarlo por escrito, tengo mala gloria y yo solito me la he formado. No se culpe a nadie de mi embrollo. Y sinceramente, lo disfruto. Jamás lo he padecido.

Y hace poco y con base a lo anterior que les he contado en este torpe liminar, me sucedió una anécdota rara, extraña. Fui a un bar en el centro de Saltillo. Un bar como muchos de este centro calamitoso propiedad del Alcalde de la ciudad, “Chilote” López Villarreal (bueno, lo voy a decir finamente, con pompa y te deum: Su Excelencia, Ciudadano Licenciado e ingeniero, Alcalde Constitucional de Saltillo, capital del Estado de Coahuila de los Moreira, su Majestad, don Isidro Villarreal López. Complacidos). Mucho que no iba a este bar. Me senté y me apoltroné en una de sus mesas, lo más alejado del ruidoso concierto de parejas, jóvenes que se corrieron las clases (¿O se dice “de pinta”?) o de compañeros de juerga los cuales brindaban atronadoramente. Por lo general me voy a lugares alejados a disfrutar de mi bebida, de la música, de los videos y claro, observo a las señoritas de buen ver las cuales deambulan por allí. Así lo hice. 

Estaba cavilando en la eternidad del cangrejo, para decirlo filosóficamente, cuando una dama madura, guapa, con cuarenta encima, ataviada con jeans de mezclilla a la cadera y una blusa dibujada a su fértil cuerpo, pasó rumbo al toilette del lugar –la verdad no había reparado en ella, estaba sentada en el otro extremo, es decir, estaba en un rincón con una amiga, justo como yo en el mío– y cuando vio mi cara de idiota –imagino así la tenía–, me asestó un implacable, “hola, maestro Cedillo”. 

Esquina-bajan

A lo cual yo sólo acerté a medio musitar ya tarde y cuando ésta dama había avanzado… “¡Hola, buenas noches!” ¿Lo tengo qué decir? La seguí con la mirada y vi un par de nalgas redondas, un trasero voluptuoso y parado. Una mujer madura y derecha. Boquiabíerto, esperé a que regresara. Su andar era seguro, sexy, pleno y ésta ya estaba sobre mí en la partida de ajedrez sensual; me observó de lejos y sabía que mi cara de interrogación lo decía todo. Llegó y al momento de espetar un “¿Puedo?”, ella misma se apoltronaba en una silla en mi mesa. Ya estaba sentada y como no queriendo la cosa, así me lo dijo: “¡Ay maestro Cedillo!, tú como buen hombre cincuentón y con ese complejo de Humbert Humbert (aquel personaje de Vladimir Nabokov) que te cargas, no sabes de lo que te pierdes al no andar con una mujer de tu edad, o bien, digamos con una mujer de entre 30 y 40 años. 

“Esa musa de la cual cuentas en tus columnas, la tal flaca de Monterrey, no la conozco pero imagino no es mayor de 30 y debe de estar flaca como el yogurt y sin carnes. Esas niñas de mantequilla sin sal ¿Por qué te gustan?...”. Apenas iba a contestar, cuando la mujer de caderas rotundas y un cabello negro como la noche, me atajó… “imagino ha de tener las carnes blandas y hasta sosa, como actriz de teleserie. Lo imagino por lo que escribes de ella. Te hace falta, maestro, una mujer, digamos, en blanco y negro, como aquellas de película, como Ava Gardner, Sofía Loren, Kim Novak; una mujer como dices, ‘toda buenota’, la cual te haga escupir el corazón en tus poemas. Por cierto ¿hace cuánto que no escribes un buen poema, eh?...”. 

Iba a apresurarme a decir algo, pero la mujer de fuego no dio lugar a réplica alguna… “Ya deja a esas muchachas insulsas, ellas nada más se entretienen con palomitas y cervezas ligeras; te hace falta una mujer que fume y que beba coñac y que te lleve de la mano al infierno del placer para que luego escribas lo mejor de tus versos. Cuídate maestro y ven para darte un beso en la mejilla y ya sé que vas a ver mi trasero cuando vaya a mi mesa, ¿te gusta lo redondo y paradito que lo tengo…?”
 
Letras minúsculas

No supe más de mí. Aún tengo sus nalgas en mis pupilas y ese andar marcado, preciso, sensual, machacón… Hecho un pendejo, hoy me sigo preguntado quién era semejante mujer de bandera. Quién…