Usted está aquí
Elena Poniatowska tiene puestas sus esperanzas en la juventud
México, DF. La novela Dos veces única, en la que Elena Poniatowska retrata a Lupe Marín, segunda esposa del pintor Diego Rivera, plasma también la nostalgia por un México perdido, aquel en cuyas calles las familias se sentían seguras, señala la autora.
Recuerdo aquella época como un país en el que todo mundo barría la calle con tanto cariño, querían que el pedazo de su banqueta fuera el mejor barrido del mundo, recuerda la escritora en entrevista con La Jornada.
Añade que se ha perdido ese cariño por el barrio, “no hay ni educación cívica, y las madres ya no mandan a sus hijos a cruzar solos las grandes avenidas. Hoy vivimos con miedo. Antes llegaban los aboneros; es decir, a cualquiera abrías la puerta de tu casa con confianza; todo eso ya murió.
Antes, en la ciudad de México, como en provincia, las personas sacaban a la calle su silla para platicar por las tardes con el vecino. Ahora es una ciudad bastante cruel.
No obstante los terribles tiempos, la periodista y colaboradora de este diario dice tener esperanza, sobre todo en los jóvenes; ellos solitos han organizado manifestaciones utilizando las redes sociales, así como Obama cuando ganó la presidencia de Estados Unidos. Así también se podría pensar en un futuro en el que a través de esos recursos y las organizaciones no gubernamentales se luchara contra la injusticia, y aquí y ahora, contra el asesinato.
Poniatowska considera que habría que fortalecer el movimiento #YoSoy132, porque son jóvenes con más posibilidades económicas que la mayoría, hay mucha fuerza en las universidades privadas.
También hay que confiar en las mujeres, continuó, a las que, en general “se les tiene súper abandonadas, siempre expuestas al público, pero para denostarlas, para que les peguen y las maltraten, nunca para decir: ‘es una gran mujer’”.
Esa fue la idea principal que la impulso a abordar la vida y fiereza de Lupe Marín, como antes descubrió a sus lectores a Tina Modotti, a Leonora Carrington, a Jesusa Palancares y a los otros personajes femeninos que incluyó en La noche de Tlatelolco y Las voces del temblor, dos de sus obras emblemáticas.
Podría escribir sobre mí, que si me duele el dedo chiquito del pie y esas cosas, pero siempre he tenido muchas más ganas de documentar a mi país, sobre todo a la gente, continúa la autora, quien no descarta hacer una novela acerca de su madre, Paulette Amor, a quien reconoce tener una gran devoción.
Ella era bellísima y muy tímida, y siento que, como yo anduve por ahí, por montes y collados salvando a las personas, no la acompañé como debí. Aunque me da un pudor enorme hablar sobre mí, lo voy a hacer. Al hablar de mi mamá habrá mucho de mí.
Las ventajas de ser chaparrita
Luego de recibir el premio Cervantes en 2013 y tener una agenda de actividades a reventar, asegura que su vida no cambió con esa distinción: “Sigo saliendo en pants al súper y sigo teniendo mucha energía para escribir, lo cual está muy bien, pues mis hijos ya están casados, mis nietos tienen su vida, entonces no me puedo ir a pegar como chicle a ellos.
“Estoy escribiendo un libro que tiene que ver mucho con las mujeres, y haciendo mucho periodismo: me salgo a la calle a reportear, con mi libreta, tengo mucha relación con las personas. El hecho de ser chaparrita me ayuda muchísimo, porque no se sienten agredidos ni me ven como si fuera de la procu. Eso me ha facilitado muchas cosas.
También voy a las marchas, algunas con Jesusa Rodríguez, que es de lo más atrevido que hay sobre la tierra y quiere siempre que cargue una cubeta llena de pintura roja para echársela a la cara de los asesinos.
Elena piensa con frecuencia que es más difícil vivir en México que en otro país del mundo donde los acontecimientos son menos invasivos, más tersos. En Europa, un escritor se encierra a leer y a escribir lo que le da la gana. En Estados Unidos, en las calles de Nueva York, por ejemplo, nadie te ve, pero en México la realidad entra a tu casa, se mete y te paraliza con su crueldad. Somos muchos los que vivimos la pesadilla de Ayotzinapa, la del hambre, la de la desigualdad, concluye.