Elegir: he ahí el dilema

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Elegir: he ahí el dilema

Mañana es el día. O al menos eso considera sinceramente un número importante de personas.

Este domingo 4 de junio los coahuilenses –y los habitantes de otras tres entidades de la República– tenemos cita con las urnas para elegir a quienes habrán de gobernarnos los próximos años.

Para muchos, la jornada electoral de mañana constituye un punto de inflexión en la historia local; el momento culminante de un proceso cuyo desenlace marcará el derrotero de la actual y futuras generaciones. Quienes se suscriben a tal teoría consideran al resultado electoral del domingo como determinante para cambiar el rumbo de la historia o mantener su curso actual.

Personalmente encuentro difícil adherirme a esta idea, fundamentalmente porque no creo en los individuos providenciales, ni en los grupos políticos providenciales, ni tengo a los partidos, en lo individual, como depositarios de todas las virtudes o todos los defectos humanos. Partidos, dirigentes y candidatos son todos, desde mi perspectiva, más bien una mezcla de virtudes y defectos, lo cual los iguala convirtiéndolos en un conjunto en el cual todos son, según se prefiera, igual de buenos… o igual de malos.

Pese a ello concuerdo con la idea según la cual la jornada electoral de mañana constituye para los coahuilenses una cita importante. Todos debemos cumplir con la responsabilidad de acudir a la casilla correspondiente a nuestro domicilio, recibir las boletas de las tres elecciones en curso y estampar en cada una nuestra opinión.

Personalmente, como lo he hecho desde el momento en el cual adquirí la calidad de elector, acudiré puntal a la cita.

Hace ya un buen número de años decidí abandonar la actividad partidista y me declaré “no fan” de los partidos, de sus dirigentes y de sus candidatos. Tampoco soy seguidor de los independientes y por eso no voy a formular aquí ninguna recomendación para alentarle o desalentarle respecto de a quién debería favorecer su voto o por quién no debería votar.

Sí le insistiré en una cosa: vaya a su casilla, reciba sus boletas, manifieste su postura en esos tres documentos y deposítelos en las urnas correspondientes. Participe, no sea espectador pasivo del ejercicio.

Incluso si ninguno de los aspirantes a los cargos de elección popular en disputa logró convencerle, no deje de ir a su casilla. Si nadie se volvió merecedor de su apoyo anule su boleta o deposítela en blanco, pero no la condene a formar parte de la pila de boletas “inutilizadas”.

Si usted acude a las urnas mañana habrá hecho algo importante por usted y por la comunidad. Pero sólo es uno de los muchos esfuerzos requeridos de su parte para lograr la superación de los rezagos colectivos, pues votar es absolutamente insuficiente para transformar la realidad.

Lamento decepcionarle, pero creo indispensable decirlo: nada mágico va a suceder mañana luego del conteo de votos. No importa quién tenga más sufragios: el resultado electoral no tendrá ningún impacto real en nuestro entorno.

–Pero lo tendrá cuando asuman el poder los ganadores –replicará alguien de inmediato para, enseguida, realizar una acotación pertinente–: aunque sólo si ganan los correctos.

También difiero de esta postura por un detalle fundamental ya mencionado anteriormente: la transformación de la realidad no depende del arribo de una determinada persona al poder, sino de la determinación colectiva para superar vicios y/o incorporar nuevos parámetros a nuestras normas de conducta.

El gran problema de nuestros días, ni duda cabe, está representado por la corrupción y la impunidad. Pero estas indeseables conductas no representan una característica exclusiva del sector público, ni su erradicación es posible mediante un acto de voluntad.

La corrupción y la impunidad constituyen características genéricas de nuestra sociedad y por ello ningún gobernante, de ningún signo ideológico –partidista o independiente– puede por sí sólo erradicarlas, aún cuando 
tuviera toda la voluntad de hacerlo.

Por ello, en términos estrictos, realmente no importa quién gane las elecciones. O, dicho de otra forma, lo importante no es quién gana las elecciones, sino cómo vamos a involucrarnos los ciudadanos, todos los días, en el proceso de la toma de decisiones una vez instalado el ganador en el poder.

Entonces, si usted es simpatizante de un determinado partido (cualquier partido) vaya y vote por ese partido; si usted ha sido convencido por el discurso de un determinado individuo, vaya y vótelo mañana; si a usted le seduce la idea de ver a un independiente en el poder, contribuya a su triunfo… y si, como ya dije, no encuentra ni una sola opción valiosa en su boleta, anúlela o deposítela en blanco.

Pero una vez hecho esto, decídase a convertirse en ciudadano de tiempo completo y, a partir del próximo lunes, dedíquele tiempo a vigilar a sus representantes y a exigirles el cumplimiento de sus obligaciones. Si su candidato triunfa, exíjale; si gana cualquier otro, exíjale más.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3