Elecciones y cambio de época

Usted está aquí

Elecciones y cambio de época

Elegir presidentes y renovar congresos siempre ha sido importante, pero hay coyunturas políticas en las que los comicios son parte de un proceso de cambio más profundo y marcan el fin de una época y la transición hacia otra. Son verdaderos parteaguas en la historia de las naciones.

El proceso electoral mexicano de este 2018 tiene ese rango. Hoy, a la media noche, comenzará la campaña presidencial, cuyo desenlace va a redefinir la vida política del país por varias décadas. Podría decirse que será una elección fundacional de un nuevo régimen político. Habrá un antes y un después en la República luego del próximo 2 de julio.

Son muchos los factores transformadores –internos y exógenos– que se han conjugado en este proceso. Hay innumerables tensiones sociales y políticas no canalizadas oportunamente, que ya encontraron cauce en esta lucha electoral. Se han acumulado demasiados agravios colectivos, quiebres institucionales y fallas en la gestión del interés público. El sistema y el régimen están agotados.

Es obvio que las cosas no pueden seguir así. El discurso simulador es insuficiente, la defensa a ultranza e interesada del statu quo por sus beneficiarios, no sólo no convence, ya no se tolera y resulta insultante. Los miles de millones que reparten en propaganda son inútiles. La reprobación se mantiene.

En la conciencia y en el ánimo de la mayoría de los mexicanos, conformada por diversas sensibilidades partidistas, ya se instaló una decisión de cambio, que se manifiesta en el rechazo tajante a quedar atrapados en la alternativa del diablo: más de lo mismo, inservible y degradado o el desastre. Un buen número hemos optado por un cambio inteligente que representa Anaya. No a la regresión al PNR que sería una posible coalición Primor.

En los próximos 90 días habrá mucho ruido: ataques, calumnias, propaganda efectista, pero insustancial y maniobras tramposas. Nada de esto ayudará al ciudadano a discernir responsablemente sobre su voto.

Por otro lado, hay suficientes hechos para anticipar que el gobierno y su partido, sin pudor, intentarán atropellar el proceso para realizar una elección de Estado. Someterán a la prueba de ácido a las autoridades y jueces electorales. En esas manos estará no sólo dar los resultados de la elección la noche del 1 de julio, para que no se reedite la fraudulenta caída del sistema de la elección de 1988 y así tener margen para acomodar los números, en ventaja de los poderosos en turno.

Sin embargo, no bastará que los resultados preliminares sean oportunos, también deben ser creíbles y sobre todo legítimos.

En otras palabras, las cifras que arrojen las urnas deben ser el producto de unas elecciones libres, en las que se hayan respetado todas y cada una de las fases de proceso para que el ciudadano emita su voto sin coacción de ninguna especie, ni compraventa del sufragio mediante la utilización de los programas sociales.

Resultados legítimos y oportunos es el nombre del juego para evitar que la elección termine en caos. ¿O será esa la apuesta de quienes nos gobiernan, para pescar en río revuelto y que todo cambie para que todo siga igual? La duda es pertinente.

Cuando el miedo se cuela en los pasillos de los palacios de gobierno y la soberbia infla los cojines de los asientos de los que conducen la maquinaria estatal, la lucidez y el sentido de responsabilidad saltan por las ventanas. Los estadistas se esfuman y surgen los tiranos. Eso es lo que parece ocurrir ahora en México.

Hace unos días, Arnoldo Kraus citaba un estudio de Fund for Peace, en el que se enumeran los parámetros de un Estado fallido, el primero: erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones... (18/03/18).

Jorge Carrillo Olea, en “La Jornada”, escribió: “En México es evidente que se ha perdido la gobernabilidad... la autoridad ha destruido su capacidad moral y material de conducir al país y se refugia en aplicar la fuerza ilegal y con retórica falaz, como es el caso contra AMLO y Anaya...” (23/03/18).

Pues bien, con este telón de fondo iniciamos las campañas. Todos somos responsables de no agregarle más gasolina al fuego electoral que hoy se prende, pero los primeros responsables de evitar el incendio son el gobierno y los altos mandos de los diversos órganos del Estado.

@L_Fbravomena