El virus del abstencionismo

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El virus del abstencionismo

Para que se dé una idea, en el año 2000 sólo 16 de 58 millones de electores votaron para elegir a Vicente Fox, como presidente de México. En 2006, 15 de 71 millones de personas inscritas en el padrón electoral votaron por Felipe Calderón, por cierto, la votación más baja en la historia de las elecciones en nuestro País. En 2012, votaron 19 de 79 millones 452 mil personas por Enrique Peña Nieto y en 2018, 30 de 89 millones 332 mil inscritos, votaron por Andrés Manuel López Obrador. Así o menos interesados en la participación electoral.

Aquí en el estado de Coahuila no hemos cantado mal las rancheras cuando se trata de mejor quedarnos en casa o hacer algo distinto a lo que nos marca el día de la elección. En 2017 la lista nominal nos reportaba 2 millones 065 mil 694 de electores, de los cuales sólo el 60.5 por ciento votó, de ellos sólo 482 mil 891 votos fueron para Miguel Riquelme; 452 mil 031 para Guillermo Anaya y 151 mil 657 votos para Armando Guadiana. Otra vez, una participación muy baja. ¿Dónde estaba el 40 por ciento restante de la población? Seguro pensaron que había cosas mejores que hacer. Pero, ¿habrá algo mejor que hacer que decidir cómo queremos vivir? Porque eso es lo que representa cada elección.

En 2018, pasó lo mismo, sólo el 63 por ciento de la población salió a votar, en 2019 el 60 por ciento y en 2020, en elecciones para elegir diputados estatales, el desprecio y el importapoquismo fue tal que sólo salió a votar el 39.38 por ciento, es decir, de casi 3 millones de personas inscritas en el padrón electoral sólo 843 mil emitieron su sufragio, 2 millones de personas simplemente decidieron no aparecerse en la casilla.

En ese mismo orden de ideas, sólo para hacer un ejercicio de comparación, en el reporte de Inegi (2020), el 92.4 por ciento de la población cuando se ha tratado de denunciar una situación de injusticia en la que está involucrado, no lo hace. Más complicado será que intervengamos en un evento que está más allá de lo personal y lo familiar. Está claro, participar en cuestiones públicas no lo tenemos presupuestado y participar en eventos electorales menos, no está en nuestro horizonte existencial.

¿Qué es lo que nos interesa? ¿Todavía pensamos que los políticos profesionales no impactan lo social? La seguridad, la salud, la educación y en buena medida las alzas que experimentamos de productos básicos, en mucho de lo debemos a ellos. Decía Ronald Dworkin: el culpable de los desastres sociales es el Estado y de manera particular los estados obesos, como el nuestro.

Y de verás que buena parte de la situación –que desde que tengo conciencia de la realidad– son los gobiernos en mucho responsables de la situación desigual e injusta en la que viven muchos de nuestros connacionales, evidentemente con la complicidad de una buena parte de la población que ha renunciado a sus derechos; sobre todo a los de asociación, libre pensamiento, libre expresión que conforman el grueso de lo que llamamos participación ciudadana.

Pues mire, resulta que este próximo domingo 6 de junio celebramos en todo el País la madre de todas las elecciones. Elegiremos 500 diputados federales, 842 diputados locales, 15 gubernaturas y 19 mil 800 elecciones internas –alcaldes, sindicaturas, regidurías, juntas municipales, entre otras–. ¿Qué planes tiene? ¿Seguiremos por las mismas, donde entre el 40 y 60 por ciento de la población saldrá a votar? O de plano ya entendimos que no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras los mismos se reparten el pastel, que implica tener el poder de hacer la historia para bien o para mal, lo peor es que casi siempre para mal.

Son muchos los obstáculos que tiene la democracia en nuestro País. La corrupción, la impunidad, la desigualdad y la pobreza han sido factores para que siga apareciendo el clientelismo y el paternalismo como una práctica que compra voluntades, porque las condiciones sociales son complicadas. Pero todo lo anterior no es nada, en comparación con la falta de participación ciudadana, padecemos del virus del abstencionismo.

Fortalecer una ciudadanía democrática implica generar información y participación, fomentar el ejercicio de las libertades, respeto a las garantías individuales, instituciones que estimulen los compromisos cívicos y la confianza. Esto es el capital social que nutre la convivencia pacífica y la gobernabilidad. Para que haya justicia se requiere consolidar una democracia de ciudadanos y esta es la coyuntura que hoy tenemos a la vista. No reclamar, no asociarnos y no participar nos ha traído costos muy altos. Traigamos entre ceja y ceja el siguiente axioma: sin participación, no hay democracia. Así las cosas.