El vato Donald

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El vato Donald

Todos esos preocupados por el resultado definitivo de la elección presidencial en los Estados Unidos, despiertan en mí el más ambiguo, enigmático y contradictorio de todos los sentimientos que el ser humano es capaz de experimentar: La ternurita.

Esa mezcla de compasión, empatía y ganas de meterle un sopapo en la nuca a alguien para que se espabile, se apodera de mí cada vez que veo a ese alguien genuina y excesivamente preocupado por quién será inquilino de la Casa Blanca durante los próximos cuatro añitos (que como son los mismos que le restan a la 4T, a lo mejor sí se nos hacen como que medio eternos).

Para todos esos mortificados ante el posible triunfo de Donald John Trump Ricón Tercero y sus aberrantes políticas ambientalistas, migratorias y arancelarias; su desprecio por la diversidad ideológica, su xenofobia supremacista, sus ganas de ver el mundo arder cuando no le dan la razón y su esperpéntica figura, le informo, le comunico, le recuerdo que lleva de hecho cuatro años en el poder, amenizándonos la vida y coloreando las redes sociales (y mejorando algunos sketches de Saturday Night Live).

Cuatro años en los que ni se acabó el mundo, ni fuimos anexados como territorio para construir un megamall con amplio estacionamiento, ni le declaró la guerra a Kim Jong “Gangnam” Un. Es más, ni siquiera terminó de levantar su pinche muro porque él es el primer consciente de que no sirve para nada, como no sea para anunciar bailes de Los Acosta, claro, en la cara mexa de la pared.

Si el muro sirviera para algo, si detuviera realmente el flujo migratorio, lo habrían construido desde la administración de JFK. El muro sólo materializa una promesa electoral. Sucede que como hay tanto gringo bolillo, racista, ignorante, jijo de su redneck, que no maneja conceptos abstractos, pues hay que darles algo tangible, visible, palpable para que en efecto se convenzan de que hay una verdadera intención de blindar a su país. Es como el tinaco que el PRI nos da, porque bienestar, desarrollo y justicia social nadie lo entendería, así que nos tienen que convencer con algo que podamos tocar, siendo en el caso de los gringues, una paredzota bien mamalona.

Aunque claro, nunca faltan los Latinos USA de arrastrados apoyando al republicano porque ellos ya son más gringos que el guacamole –en el Super Bowl–. Como tampoco faltan los mexicanos ‘mmdrs’ queriéndole jugar al economista internacional y al politólogo de clase mundial: “¡No, ‘güe’! Trump es lo mejor que nos puede pasar. ¡Obvio nos conviene y más nos vale!”, pero no son sino meras ganas de pegarle al whitexican.

Ahora, nada de lo anterior significa que Joe “Ensure” Biden o cualquier demócrata del pasado o del futuro sean nuestros amigos. Ni siquiera Barack Obama (cuya gracia era ser todo un rockstar y conducirse con un timing prácticamente perfecto), puede considerarse un aliado de México.

Esto es como el muy sobado slogan de Alien vs. Depredador: “Gane quien gane, nosotros perdemos”. La agenda norteamericana es una sola, es expansionista, imperialista y supremacista, se fundamenta en el Destino Manifiesto, no reconoce aliados y es completamente independiente de quien sea que despache en la Oficina Oval (la que por cierto, huele a ovo).

No se engañe, no se haga ilusiones de que uno u otro pueden transformar significativamente nuestra realidad (ni siquiera para mal o para empeorar). El mundo ya estaba jodido antes de Trump ¿y qué cree? ¡Va a seguir estándolo en caso de su eventual derrota!

Nuestra relación con Estados Unidos va a seguir siendo tensa, eminentemente comercial pero desigual y en lo social de vecinos no deseados.

Donald Trump no inventó el racismo, el racismo hizo a Donald Trump el 45 Presidente de los EEUU. El discurso lo llevó a donde está, entonces, ¿por qué habría de modificarlo o mesurarlo? Pero estas declaraciones de odio son sólo promesas para su base de electores –casi todos white trash– y como buen político, Trump hasta les queda a deber.

La política es mero entretenimiento, un reality show de proporciones planetarias que nos enemista como cualquier evento deportivo, pero cuya trascendencia es casi nula. El estado como institución pierde cada vez más poder, potestad, autoridad y capacidad de decisión ante los capitales.

El poder real se ejerce desde las sombras y ni siquiera conocemos los rostros o nombres de quienes mandan de verdad. No lo digo como un conspiracionista, sino como un hecho evidente, las transnacionales son las que deciden finalmente si se crean o se pierden fuentes de empleo; si las fronteras abren o se cierran; si la inclusión y la diversidad son hoy aceptables: si destruimos al planeta, cuánto de éste y a qué ritmo. El poder real recae sobre otros junto a los que Trump o cualquier presidente, resulta un factor minúsculo, accesorio, casi decorativo, y transitorio.

Y no me malinterprete. Detesto al zoquete anaranjado, me divertiría mucho verle perder y la primera vez que triunfó me dio diarrea, pero no por él, sino por percatarme de que la mitad de EEUU son unos racistas motherfuckers de porquería, que preferirían verme muerto antes que verme feliz o próspero en su país. No era Trump, sino el desencanto de la gente que le compró un discurso de odio que no inventó él, sólo lo sacó directo del corazón del pueblo norteamericano.