El último humanista

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El último humanista

Javier Villarreal Lozano. Foto: Archivo.
El fallecimiento consecutivo de destacadas personalidades de la cultura en nuestro estado en días recientes: la escritora y activista Magaly Sánchez Cuéllar, el historiador Javier Villarreal Lozano y el músico y productor Sergio Timo Quintana, nos orillan a reflexionar sobre el peso de su legado en nuestra sociedad

Hace casi una década, cuando la pérdida de nuestro querido amigo, el músico  argentino Juan Dalera, alguien cercano se preguntaba ¿Qué tanto es lo que pierde una ciudad cuando pierde un artista? Porque más allá del corte personal o familiar, el saldo atroz de tanta potencia creativa segada de pronto es incalculable. Ya otros han ponderado las virtudes personales, artísticas e intelectuales de los que recién han partido.  A mi más bien me gustaría reflexionar en torno al perfil poliédrico de su quehacer, y también, por qué no, celebrar las facetas menos conocidas de su trayectoria. El caso de Javier Villarreal es paradigmático y su intensidad vital irrepetible: jovencísimo alumno de la Academia de San Carlos, reportero, editor y fundador de periódicos, profesor y formador de periodistas; periodista él mismo, editor de libros, historiador, gestor, curador y una última faceta desconocida que abordaré al final de este texto. En un lugar como Coahuila, donde los historiadores salen hasta debajo de las piedras, su obra se destacó por su seriedad, su amenidad y por lo prolífico de su alcance: hace apenas unos meses se publicaron sus últimos dos libros, “Coahuilenses olvidados” y “Carranza, legado y trascendencia”. En ellos, sobre todo en el primero, el autor refrendó su profundo interés por las figuras periféricas de nuestra historia, intención ya develada en “Los ojos ajenos. Viajeros en Saltillo”, editado hace algunas décadas.

La recuperación de vidas olvidadas, como la del pintor de batallas Francisco Paula de Mendoza, el ensayista y traductor de Shakespeare David Cerna, el estudioso de las lenguas y culturas prehispánicas Ignacio Alcocer o el aguerrido muralista sanpetrino Xavier Guerrero, fueron algunas de sus preocupaciones centrales. Con un profundo trabajo sobre los documentos, las citas, el testimonio de contemporáneos, pero también atendiendo al gesto significativo muchas veces encerrado en el dato marginal o la minucia, reconstruyó, entretejió y perfiló de una manera magistral cada uno de estos perfiles, dispersos en su variedad, pero  que confluyen en rasgos comunes: su potente singularidad, la voluntad irrefrenable en el ejercicio de su disciplina o preocupaciones artísticas; es decir, en su épica y su desmesura.

Hasta sus últimos textos, publicados en la prestigiada revista Relatos e historias en México, la prosa de Villarreal fue un material fluctuante que erigió el pormenor y el trazo fino; el detallado matiz  que trascendió el molde de lo hagiográfico para alcanzar el perfil pleno en el retrato de lo humano.

 

Uno de sus últimos libros.

La vocación desconocida

En un texto suyo había referido: “No respeto la riqueza, la fama, el éxito y el poder en ninguna de sus formas. El respeto lo reservo para la inteligencia y la belleza. (No necesariamente en ese orden). Algunos dirán que falta la bondad en mi lista, pero, como Óscar Wilde, pienso que la bondad es una forma de la belleza”.
Y aunque Javier Villarreal fue un ávido buscador del arte y la belleza en casi todas sus formas, hay un aspecto de su quehacer profesional que casi se desconoce: el de fotógrafo.
La historia es así: desde niño, mi padre me había referido la tragedia de los Voladores de Papantla en la Feria de Saltillo, a finales de los sesenta. Hasta que en meses pasados, un notable reportaje de la joven periodista Adriana Armendáriz, publicado en Vanguardia, recuperaba la única foto que documenta la fatal caída de los danzantes.

Cuando reunía imágenes icónicas del fotoperiodismo coahuilense para mi último libro, busqué en vano aquella imagen. Mi padre refería que había visto la foto publicada en el Sol del Norte, y recordaba vagamente el año, 1964, 1965… Incluso me apliqué a revisar las banderas en las bodegas del AGEC y nunca di con ella. Sí con las de Adolfo González, el suicida de Catedral, o la del Trenazo, de Héctor García Bravo. Incluso las de la balacera donde murió el Capitán Lemuel Burciaga, también de la autoría de Adolfo González.

Entonces, me sorprendió mucho el dato de la joven periodista adjudicara esa oportuna imagen a la autoría de Javier Villarreal. ¿Sería un homónimo, o sería nuestro historiador?

De inmediato le escribí un correo, entonces me resolvió el enigma en un correo fechado el 29 de agosto del presente:

“Estimado Alejandro:

Esperando se encuentre bien, le envío un caluroso saludo. En efecto, la foto es mía. Apareció al día siguiente en el periódico El Tiempo, de Monclova, que yo dirigía, y unos días después en Excélsior, del que era corresponsal.

El día del accidente era domingo y había venido a mi familia. Fuimos un rato a la feria y sucedió la tragedia.

La foto debe estar entre los montones de fotos y papeles que he ido acumulando. La busqué y no la encontré. La que publicó la reportera es del libro sobre cosas raras que han ocurrido en Saltillo de mi amigo el doctor Jorge Fuentes Aguirre, a quien obsequié una copia, que él tampoco encuentra. (Por cierto, la reportera no me ha regresado el libro de Jorge que le presté).

Esa fue la única foto que tomé de la caída, pues estrenaba una cámara Rolleiflex de formato grande —película cuatro por cuatro—, la cual tiene una manivela qué hay que girar para pasar la película, que es operación muy tardada.

Esa es la historia.

Espero nos reunamos pronto.

Un abrazo.”

Caída de los voladores de Papantla en la Feria de Saltillo. 1967. Foto: Javier Villarreal Lozano.

¿Qué es lo que perdemos? preguntaba al principio, quizá exista un consuelo dándole la vuelta a la conjetura:

¿Qué es lo que nos dejaron? Me gusta imaginar que el regalo del maestro Villarreal para nosotros pervive en su obra; no sólo en sus cientos de textos y decenas de libros, sino en el legado vivo del CECUVAR,  en el fulgor multiplicado de su generosidad, o las imágenes generadas por su técnica y su sensibilidad, incluso en algo aún más sutil, pero no por ello menos poderoso: la exquisita museografía -una de sus facetas menos conocidas- para la colectiva Plástica Contemporánea Coahuila 2020, uno de sus últimos proyectos.

Claro que nos reuniremos tarde o temprano.

Hasta siempre, Maestro.


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