El truco de los ‘partidos satélite’

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El truco de los ‘partidos satélite’

Uno de los “inventos” más ingeniosos del viejo PRI, indispensable para construir la “dictadura perfecta” –término con el cual Mario Vargas Llosa bautizó a nuestro régimen político– fue el de los “partidos satélite”, organizaciones teóricamente opositoras al régimen pero cuyo propósito fundamental era legitimar el triunfo del partido hegemónico.

Y fue un invento ingenioso porque le otorgó algunas décadas extra de vida al régimen surgido de la Revolución, cuya formación corrió a cargo de Plutarco Elías Calles pero fue perfeccionado por Lázaro Cárdenas. Los signos de hartazgo social, evidentes a partir de los años 60 y 70 del siglo pasado y caracterizados por episodios de violenta represión, encontraron en el surgimiento de la “oposición política” una ruta para atemperarse.

La esperanza de derrotar al régimen en las urnas –una ilusión en realidad, pues el control del Gobierno sobre el aparato electoral hacía imposible la empresa–, permitió canalizar la inconformidad por rutas institucionales y a la clase política “revolucionaria” mantener su modelo de negocio.

El modelo adquiere relevancia con el surgimiento de un polo opositor real, nucleado alrededor del PAN, cuyas candidaturas constituían un riesgo de derrota para el PRI. En ese contexto, el papel de los satélites era restarle votos a la oposición genuina y garantizar el triunfo del régimen.

Todavía en épocas recientes dicho esquema ha tenido alguna utilidad –ya no solamente para el PRI, sino también para el PAN y para la izquierda representada en el PRD y Morena– aunque ya no funciona con la lógica original sino a través de una variante: el fraude a la Constitución para la construcción de mayorías parlamentarias artificiales.

El modelo pareció condenado a la sepultura tras la reforma electoral de 2014, cuando se prohibió el “trasvase de votos” entre los partidos integrantes de una coalición. Tal operación implicaba la integración de dos o más partidos bajo un mismo logotipo y el establecimiento de un acuerdo –a priori– para la distribución de los votos recibidos por dicha coalición.

Por regla general, a los partidos satélite integrantes de la coalición se les asignaba al menos el mínimo de votos necesario para mantener su registro y, en el caso de las elecciones legislativas, eso les permitía contar con representantes en el Poder Legislativo. Tales representantes actuaban como si fueran integrantes de la bancada del partido “líder” de la coalición.

Prohibido el trasvase de votos, ahora cada partido –incluso si forma parte de una coalición– debe aparecer con su propio logotipo y solamente se le asignan los votos efectivamente emitidos a su favor por los ciudadanos y, eventualmente, una porción de aquellos en los cuales el votante cruce dos o más de los logotipos integrantes de una coalición.

El nuevo arreglo dificulta mucho al partido en el poder mantener su esquema de partidos satélite, pues no puede garantizar su supervivencia, esencialmente por dos razones:

La primera es la prohibición a los partidos de reciente creación de formar coaliciones en la primera elección en la cual participan. La segunda es la imposibilidad de hacer crecer de forma artificial a los aliados, sobre todo en elecciones polarizadas.

Ante ello, los alquimistas electorales han inventado el “trasvase de candidatos”, es decir, el registro de militantes del partido con mayor presencia, como si estuvieran afiliados a los partidos satélite.

La operación es más o menos simple: se integran una coalición entre un partido “grandote” –digamos… Morena– y dos o tres partidos minúsculos –digamos… el PES y el PT– y dicha coalición registra candidatos a diputados federales en todo el País.

El truco está en el convenio de coalición: en lugar de la vieja fórmula, mediante la cual se distribuían de antemano los votos obtenidos por la coalición, asignándole porciones específicas de dicho volumen a cada partido, ahora se establece a cuál partido debe asignarse el triunfo de mayoría en cada distrito en el cual la coalición se alce con la victoria.

De esta forma es posible lograr un auténtico milagro aritmético: en 2018, a un partido con apenas el 2.4 por ciento de los votos –razón por la cual perdió su registro– se le asignaron ¡56 asientos en la Cámara de Diputados y 8 en la de Senadores! El 11 por ciento de las curules en una y el 6 en la otra. Y así se construye una mayoría artificial gracias a la cual el grupo en el poder puede colonizar las instituciones y usarlas para su beneficio.

Como lo dije al principio, la idea de crear partidos satélite para servir a los intereses del partido en el poder fue desarrollada por el antiguo PRI y constituye uno de los ejemplos más agraviantes de cómo la clase política mexicana se las ha ingeniado para burlar la voluntad ciudadana.

Hoy, la fórmula ha sido “remasterizada” por los más preclaros herederos del régimen priista: los integrantes, dirigentes y simpatizantes de Morena. La receta es exactamente la misma y sirve para los mismos propósitos: hacer trampa enarbolando el discurso de “luchar por las causas del pueblo”.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx