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El tío Joe
Es muy fácil idealizar la imagen de alguien o algo que reemplaza a una persona u objeto que era desagradable, insoportable, poco estético o antipático. Pasar de tener a un bully, que es además considerado por muchos como racista, sexista y nacionalista radical, como líder del país más poderoso del mundo, a tener a cualquier otra persona parece por sí solo un gran avance. Pasar de tener a un líder enfocado en generar un culto a tener cualquier otra persona, también se percibe como una mejora. El nuevo no tiene que hacer mucho para ya parecer mejor. Debo confesar que desde que anunció su intención de contender por la presidencia en junio de 2015 (discurso que incluyó referencias muy agresivas contra los mexicanos), Trump nunca fue santo de mi devoción y nunca pude entender el éxito que tuvo entre un sector muy amplio de los votantes norteamericanos. Mi aversión al personaje sólo aumentó a medida que seguía mintiendo, polarizando y distorsionando lo que en tiempos normales hubieran sido verdades incuestionables. Salió casi por la puerta de atrás, con delirios de grandeza alimentados por una base de simpatizantes, en su mayoría radicales, y por medios de comunicación formales y no tanto que lo convirtieron en un líder de culto prácticamente infalible. Aun así, logró 74 millones de votos, 11 millones más que en 2016, casi 47 por ciento del total, pero 7 millones menos que su contrincante, y pudo haberse reelecto si unos 100 mil votos en varios estados hubieran sido en su favor. De ese tamaño es la división en nuestro vecino país del norte. Trump dejó el poder esta semana con un nivel de aprobación del 29 por ciento de acuerdo con el Pew Research Center, el más bajo de sus 4 años.
Los últimos días y con motivo de la transición presidencial, en Estados Unidos ha habido mucha discusión acerca de lo que significa para Estados Unidos, el mundo y, en especial, para México la presidencia de Joseph Robinette Biden Jr., mejor conocido como Joe Biden. El presidente Biden llega al poder marcando (aún sin querer) una clara distinción contra lo que fueron los modos y estilo de Trump. Su discurso y simbolismos son, por ahora, impecables y consistentes con lo que debería esperarse de alguien que quiere marcar un cambio de rumbo y estilo al ejercer el poder. Más impersonal, más acerca de sus colaboradores, consciente de lo relevante que es Estados Unidos en el ámbito mundial y sin ignorar que tiene un porcentaje elevado y relevante de ciudadanos inconformes (con o sin teorías de conspiración de por medio). Me llaman poderosamente la atención las aparentes incongruencias que se perciben entre quienes se consideran cristianos o católicos (tomando en cuenta que Biden es católico). Los más devotos o conservadores ven a Biden como un enviado del demonio, mientras veían a Trump como un guardián del cristianismo. Algo similar sucede entre los extremos ideológicos políticos en México. Claro, nada sorprende en estas épocas donde cada quién tiene y arma su propia realidad y verdad, pero llama la atención que muchos mexicanos (en México y en EU) identificados como “de derecha”, conservadores, simpatizantes del antiguo panismo tradicional o claramente antiizquierda, festejen la llegada de un gobierno norteamericano con tintes claros de izquierda, o cuando menos liberal, y la salida de un gobierno conservador, claramente de derecha. Al mismo tiempo, los mexicanos identificados como de izquierda, pro 4T y supuestos partidarios de las libertades, se muestran tristes o decepcionados por la llegada de Biden al poder y hasta abiertamente apoyando la causa de Trump (junto con sus teorías conspiratorias). Claro, si el argumento es uno a favor de la decencia humana y no ideológico, entonces no importa de qué lado esté uno en el espectro político, debería ser normal estar de buenas por la salida de alguien como Trump y la llegada de alguien como Biden. Sin embargo, pocos se han detenido a ver realmente qué es lo que conviene a México y seguimos pensando en función de Estados Unidos y no en función de lo que nuestro País y gobierno puede controlar. De entrada, es inevitable que la salida de Trump y su política de minimizar la pandemia, ignorando la gravedad del asunto y con un plan inexistente, haga que el gobierno mexicano se quede sin esa pantalla muy rápido. Biden meterá el acelerador a combatir la pandemia (porque él, a diferencia de Trump, sí cree que el problema es real) y a apoyar a la economía. Así, el gobierno del presidente López Obrador se quedará solo en su incapacidad de hacer e implementar un plan de respuesta y México se quedará, otra vez, sujeto a que la ola que haga EU levante nuestra lancha sin motor. Probablemente el primer ejemplo venga en la campaña de vacunación. Biden tiene el objetivo de vacunar 100 millones de personas en 100 días. EU ya llegó a niveles de 800 mil vacunas por día en promedio, mientras México sigue en niveles de menos de 40 mil por día. En los primeros nueve días desde el inicio de la “vacunación masiva” el 13 de enero, el Dr. Gatell ha reportado 339 mil vacunados en sus reportes diarios –aunque ha inflado su total acumulado a 454 mil (sus números tienen un excedente de 115 mil dosis que no fueron reportadas)–. Y el inventario de vacunas que deberían tener en sus manos es de más de 300 mil. El plan no despega y Biden sólo hará que AMLO se vea cada vez peor, en vacunación y en manejo de la economía. Tal vez eso explica la aversión de la 4T a Biden.