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El tercer año
Como si fuera maldición, es la tercera vez que en el tercer año de un sexenio se desinfla la estrategia de seguridad presidencial. Nos queda seguir los caminos locales.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador empezó ambicioso y recio. Prometieron demostrar que los balazos son innecesarios, que la sanación vendría con la revolución de los abrazos. Las fuerzas federales adoptaron posiciones defensivas y actitudes contemplativas dejando espacios enormes a un enemigo temible por su fuerza económica, su poderío militar y su elevada moral. Entre el culiacanazo (octubre de 2019), los casi 100 mil ejecutados y el escándalo en curso de Aguililla, el Presidente demostró su compromiso con una política calificada por el exembajador de Estados Unidos, Christopher Landau, como “dejar hacer-dejar pasar”.
En esta comunidad michoacana cercada por el crimen desde hace meses, en la que nada entra ni nada sale, los militares optaron por atrincherarse en su cuartel y, para evitar roces con los malos, se abastecen por helicóptero. Hace días la población se hartó y asaltó el cuartel para exigirles que salgan a pelear y a protegerlos. Entretanto, el Presidente sigue levantando un estandarte deshilachado donde todavía medio se distingue un “abrazos, no balazos”.
El desinfle presidencial en el tercer año ya parece una tradición. En febrero de 2007, Felipe Calderón alardeó en la base aérea de Zapopan que su gobierno “rescataría” los territorios secuestrados por los narcos. Las masacres de Villas de Salvárcar y San Fernando (enero y agosto de 2010) lo obligaron a reconocer que carecía de la fuerza militar para enfrentarse a criminales con acceso ilimitado a los arsenales estadounidenses. Ajustó a la baja su estrategia y, aunque logró descabezar y fragmentar a los Zeta, su perfil se fue empequeñeciendo ante el alud de críticas y la furia de las víctimas.
Enrique Peña Nieto inició su gobierno apostándole a la prevención. Entre 2013 y 2015 el subsecretario Roberto Campa manejó ¡960 millones de pesos! y la inversión tal vez influyó en que durante el primer trienio cayera el número de homicidios dolosos. Entonces llegó el borrascoso otoño de 2014: Tlatlaya, Ayotzinapa y el escándalo de la Casa Blanca arrinconaron al Presidente que en pocos meses dejó a la prevención sin presupuesto y al país sin estrategia.
¿Qué sigue? Lo más probable es que se acentúe lo que estamos viendo y que la violencia criminal se transforme en el Vietnam de López Obrador (como lo fue para los dos presidentes previos). Ante tal panorama propongo dedicar más atención a lo que ocurre a nivel local. No hemos entendido, reconocido y acompañado los experimentos exitosos en la contención de los criminales.
Vale la pena profundizar más en lo ocurrido en Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, Morelos y Ciudad Nezahualcóyotl en los últimos 21 años. En esos centros urbanos se ensayaron soluciones que tuvieron éxitos variados. Están después, los casos que perduraron, por razones que desconocemos, por una década.
En 2011 un grupo de mujeres de Cherán, Michoacán inició un exitoso levantamiento que incluyó la expulsión de partidos, policías, gobernantes y delincuentes. La violencia está controlada. También a partir de 2011 en el Coahuila priista de Rubén Moreira y Miguel Ángel Riquelme se armó una política integral que ha reducido considerablemente los índices de delitos de alto impacto asociados al crimen organizado.
Tenemos finalmente lo que está pasando en la estratégica capital. La Secretaría de Seguridad Ciudadana encabezada por Omar García Harfuch está desplegando múltiples proyectos para reducir la violencia comunitaria. Se trata de esquemas bien pensados y financiados que no hemos valorado lo suficiente en parte por la discreción con la cual se manejan. En un texto posterior abordaré este tema.
En materia de seguridad, la 4T parece haberse gastado la pila. Afortunadamente, las estrategias contra el crimen organizado no se agotan en el gobierno central. Lo sucedido en Estados Unidos, Italia, Colombia y México ejemplifican la relevancia de las iniciativas locales. El gobierno federal podría bajarle un poco a su protagonismo y apoyar aquellas iniciativas locales que han demostrado su autenticidad y consistencia.