El sonido del tambor y el sitio para considerar las cosas

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El sonido del tambor y el sitio para considerar las cosas

Escuchaba la conversación de un jovencito con su abuelo: “Le pondré Günter al gato”. El abuelo sonrió para sus adentros, mientras el muchacho se alejaba con su nueva mascota rumbo a la camioneta. La habían adquirido en una de esas tiendas que de pronto lo mismo ofrecen alimento para animales domésticos que los propios animalitos: gatos, perros, peces. Al verme, el abuelo conversó un poco con quien escribe ahora: “Günter Grass, el autor de ‘El tambor de Hojalata’”.

¿De dónde habría venido a la mente del joven el nombre de este escritor? ¿Quizá escuchado en alguno de los programas de televisión de moda o incluso en sus clases virtuales? ¿Se hablaría en ellas de la participación del Premio Nobel de Literatura en la SS a los 17 años? El abuelo sí que lo sabía y mostró con el gesto su descontento con esa parte de la biografía del escritor.

Se marcharon. El abuelo dejó prendido del ambiente la idea de la novela escrita en 1959 y que presenta la vida de Oskar Matzerath, quien la relata desde su internamiento en un psiquiátrico y detenido su crecimiento, por voluntad propia, a los tres años. Al cumplir esta edad, su madre le obsequia un tambor de hojalata que lo acompañará siempre. Oskar ha decidido dejar de crecer porque se considera que, tanto por dentro como por fuera, ha terminado el proceso.

Imágenes del pasado, las conversaciones con el portero Bruno y las visitas de amigos y familiares compondrán el universo de Oskar, quien ha decidido no intentar comprender el mundo de los adultos.

El tambor de hojalata pone a reflexionar en el sonido que cada cual desea escuchar. Se lee esta frase en la novela: “Como ustedes habrán tenido ya ocasión de observar anteriormente, la forma más cómoda de considerar las cosas, o sea mi ángulo de comparación, hallábalo yo desde debajo de la mesa”.

Ese era el mejor ángulo para Oskar. Y es así lo mismo que ocurría con su propio tambor: El hombre que había decidido detener su crecimiento a los tres años de edad, escuchaba un tambor diferente, las percusiones de su propio tambor las estimulaba él y las entendía él. Asimismo, debajo de la mesa había encontrado que vería de mejor manera las cosas: esa era su perspectiva.

¡A cuántas imágenes e ideas me remitió escuchar la voz del abuelo haciendo alusión a “El tambor de Hojalata”, y recordar aquí lo que cada quien puede escuchar, desea escuchar y decide escuchar!

En momentos como el que vivimos, la aprensión por los momentos dolorosos; la carga de sentimientos de tristeza al ver partir a los seres amados; la imperiosa necesidad de seguir andando; todo ello, de cada uno, en este momento, en esta ciudad, estado, región, nación, mundo entero, demanda cosas diferentes.

Cada uno de nosotros escuchamos el sonido de nuestro propio tambor, a la manera de Oskar. Comprender eso en las circunstancias que como humanidad experimentamos, significa posibilitar la recuperación de las bases sobre las cuales se asienta la grandeza humana. ¿Hacia ella iremos?

En una entrevista, el actor mexicano Damián Alcázar dijo que la vida es como la elección de una mesa de restaurante: cada quien decide, al entrar, qué mesa tomar. Si la que da a una ventana para ver la calle, la del rincón, la que se encuentra en el centro o la que evita el tráfico de los comensales.

En momentos como los que estamos experimentando hoy por hoy, cada uno escucha su propio sonido, su propio tambor, a la manera de Matzerath; y también elige su lugar en el mundo. La circunstancia histórica que vivimos da resonancia a esos sonidos y conduce a ese sitio que hemos elegido para estar y para actuar.