El sol de cada día

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El sol de cada día

Lucía ayer cumplió 15 años. Y no le afectó la pandemia para vivir y gozar vivir. La contemplo desde mi octavo piso y me da envidia porque yo me puedo contagiar de pesimismo, de pensar en ¿cómo será su futuro? y ella está contagiada de vida y esperanza.

Mi mente puede estar rellena de fantasmas, más reales que los que hacen reír en un Halloween de caricatura, de los que pretenden adivinar el futuro con conjuros siniestros y estadísticos, con especulaciones pesimistas que nacen de la visión parcial de la política y la economía, una visión infantil que asusta como si en los siglos anteriores no hayan existido los tiranos y criminales como Nerón, Atila, Hitler, Stalin, Calles, Mussolini, Franco, Mao, Castro… o guerras genocidas como las Guerras Mundiales, fratricidas como las Revoluciones tan celebradas a pesar de sus millones de cadáveres.

Mi pobre mente asustada no da espacio al sol de cada día, al “Claro de Luna” de Beethoven, al Huapango de Moncayo, a los mártires de la Cristiada, a las playas y a los mares tan asombrosos como el cielo de las estrellas y de la luna llena. La sonrisas imborrables de los ancestros, la bondad de los barrios y los amigos, las sonrisas del trabajo y del arado, los cantos poderosos de la Fe de nuestros pueblos, hoy contenidos con el cubre bocas del desempleo pero a punto de estallar con la energía de la Fe y del corazón. 

Lucía y su juventud no sufre de confinamiento porque su vivir no está confinado a los condicionamientos que construimos los adultos con lo que tenemos y perdemos, con nuestros mitos de la felicidad de vivir tan ajenos a la esencia de la vida verdadera que durante milenios ha vencido a las carencias, a las vanidades y codicias que forjaron una caricatura de la felicidad. Las caricaturas de reyes y reinas arrogantes y vacías, modelos de vivir tan efímero como una feria, un vestido, un baile o una foto de sociales.

Me contagia el optimismo de mi nieta y de toda su generación. Ya sabrán que la vida no es solamente ilusiones y esperanzas, como las tuvimos nosotros en su momento, pero igual que nosotros aprenderán que el esfuerzo y el trabajo es un privilegio y no un castigo. Que el cansancio es un premio y no una desgracia. Que cada escalón que se supera es un ascenso, y que vivir es ascender cada día con su dosis de silencio, soledad e incomprensión.

Aprenderá que el optimismo es genético, viene con el corazón que quiere palpitar, con la mente que quiere aprender a ser, con los ojos que quieren buscar nuevos horizontes en medio de una pandemia global o un mundo deshumanizado, criminal y violento, con los brazos y manos que anhelan abrazar, acariciar y cultivar el amor. Descubrirá que en la semilla del optimismo ha heredado una esperanza imperecedera que ni el hambre ni la guerra ni las pérdidas de la salud ni de la familia la derrotarán.

Ahora comprendo porque la juventud siempre está sonriendo. Son un sol de cada día.