El sobrecalentamiento del yo y la vida después de la pandemia

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El sobrecalentamiento del yo y la vida después de la pandemia

El modernismo intencionalmente –como época– buscaba acabar con la ignorancia, la superstición, las enfermedades, el analfabetismo, la incredulidad ante los grandes metarrelatos, entre otras cosas; y tiene como criterios de acción la ciencia, el orden y el progreso, la educación, la producción en serie y el criterio de legitimidad de cualquier situación es tecnológico. Sin embargo, muchos autores lo consideran un tiempo de sueños frustrados. Las dos grandes guerras nos muestran el retroceso que tuvimos como civilización y el retorno al origen, sin lugar a duda, nos volvió a encorvar.

Si el modernismo en el plano del desarrollo de la sociedad y de los seres humanos fracasó, el posmodernismo fracasó doblemente. Con su cultura de lo efímero, su pensamiento débil, sus fundamentalismos y radicalismos; con los valores del mercado a la cabeza, particularmente el consumismo; con un nihilismo, un hedonismo y un individualismo exacerbado y como megáfono la globalización se acrecentaron la desigualdad, la pobreza, la violencia, la corrupción y las injusticias en el mundo.

Apareció, como lo afirma Byung Chul Han, la sociedad del cansancio. Aparecieron las depresiones, la baja estima, los sentimientos de inseguridad, las enfermedades psicosomáticas y neuronales, los infartos, la desconfianza, los trastornos de atención y de personalidad, la violencia en todos los órdenes, el aburrimiento y, por supuesto, la falta de reflexión que ha producido lo que llama el mismo Han “el sobrecalentamiento del yo” a través de las redes sociales y la exposición en línea.

En esta pandemia es notoria la involución del ser humano. El aislamiento complica, ¿no lo cree así? Insisto, no es la sociedad en su conjunto quien ha de devolvernos la ilusión una vez que hagamos el retorno a los espacios públicos, es la capacidad que tengamos de hacer un ejercicio de reflexión sobre nuestra vida, nuestra familia, las actividades en las que nos movemos, la interacción con los otros y el entorno en el que vivimos. La hiperactividad, la sobreexplotación, la incertidumbre y el exceso de trabajo no pueden seguir siendo ya prioridades del hombre pospandémico.

Como ya lo había sugerido en otro momento, la pandemia ha dejado al descubierto la miseria y la nobleza de los seres humanos. Desde quien está dispuesto a donarse en cualquiera de sus múltiples formas, hasta quienes se han bajado del barco social por temas que tienen que ver con el miedo, la indolencia, el egoísmo y la falta de disponibilidad. Otros han aprovechado las coyunturas para allegarse de más poder y capital.

Lo que hasta el momento hemos vivido requiere una nueva consideración sobre una refundación social. A diferencia de hace un año, ahora con la llegada de la vacuna y su aplicación a diferentes segmentos sociales, se comienza a ver luz al final del túnel, pero los saldos de la pandemia para sumarlos a las patologías sociales son por mucho catastróficos.

Sería una pena no haber obtenido aprendizaje en este año que llevamos en confinamiento y distanciamiento que en mucho ha minado la idea de comunidad que en el formato anterior nos complicaba construir, agregando también la promoción del ego que se ha dado a partir de las llamadas videoconferencias, que han acrecentado una profunda preocupación por la imagen.

El aprendizaje tendría que darse a partir de entender que la sociedad no ha podido ofrecer elementos de autorrealización a los seres humanos y que vanamente hemos esperado mucho de ella. Nadie da lo que no tiene. Y la sociedad contemporánea plagada de inconsistencias no va a responder a lo que muchos esperamos de la vida. Mientras vivamos en tiempos del libre mercado y bajo sus condicionamientos, sólo viviremos en clave de utilidad, consumo y la hegemonía del dinero.

El sentido de vida tendrá que venir desde dentro de nosotros mismos, como decía Agustín de Hipona en sus “Confesiones”: “Tarde te amé, hermosura antigua y nueva, tú estabas dentro de mí y yo te buscaba afuera”. No hay de otra, ahí está la clave. ¿Qué esperábamos de la actual, si los criterios son la eficiencia, la eficacia, la utilidad y la competencia?, tendríamos que agregar en el marco de la pandemia. Un cóctel peligrosísimo.

Es necesario por tanto una revisión radical –de raíz– en la que replanteamos el sentido de nuestra vida. Lo que ocurrió, ni duda cabe, nosotros lo provocamos con el agotamiento de la naturaleza y de nuestras relaciones. No es conveniente que sigamos con las mismas prácticas sociales, políticas y económicas que sólo han traído bonanza y realización a unos cuantos.

Después de lo que hasta el momento hemos vivido, marquemos diferencia. Nuestra sociedad humana está en juego. Si es importante la tecnología, la economía y la utilidad, pero es igual o más importante la solidaridad, el diálogo, la convivencia, la amistad, el compañerismo, la colaboración, el trabajo en grupo, la participación, la fraternidad, el compromiso, la dignidad de la persona, la honestidad, la justicia, la honradez, la congruencia, la libertad, la tolerancia, la sencillez, la responsabilidad, la verdad, el respeto, la perseverancia, la autoestima y el compromiso consigo mismo y con los demás. Así las cosas.