El sistema político mexicano está podrido

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El sistema político mexicano está podrido

Uno de los peores males que puede sufrir una organización, cualquiera que sea su naturaleza, es la concentración de poder. Partamos de que en las organizaciones existen grupos de afinidad. La estructura política de la organización denominada Estado es la que marca la tendencia de los grupos o subgrupos de afinidad, entre más los haya se refuerza la posibilidad de concentración de poder, llegando a formarse verdaderas “mafias”, esas células se enfocan al interés particular, no al general, y sus lideretes se cubren por conveniencia o para “pagar” o “recibir” favores. Y a quienes fastidian con semejante política, usted lo sabe, es a la población.

El politólogo italiano Norberto Bobbio decía que “el buen gobierno es el que se preocupa del bien común; el malo se inclina al bien propio, se vale del poder para satisfacer sus intereses personales” y Karl Loewenstein, coincidente con él, apuntaba que las formas degeneradas del poder –autoritarismo, dictadura, totalitarismo, etc.– “…sólo sirven a los intereses egoístas de los detentadores del poder…” El poder político debe servir al Estado como dirección, es decir, debe utilizarse para el cumplimiento de fines colectivos, observando cada una de las disposiciones jurídicas –leyes, reglamentos– establecidas para eso; desgraciadamente, la realidad ha demostrado que el mal gobierno y el uso despreciable que de él han hecho los sátrapas que han gobernado nuestro país, se ha convertido en regla en lugar de excepción. Esta desvergüenza ha vulnerado los derechos de millones de mexicanos.

En México la supremacía del Poder Ejecutivo, sobre los otros dos poderes del Estado, el Legislativo y Judicial, ha generado un daño de proporciones tales, que la corrupción y la impunidad se han extendido a toda la esfera pública y contaminado la privada. Y de tan común es la presencia de ambas que la gente se acostumbró a mirarlas como algo normal. Todo se controla desde el poder Ejecutivo. Las leyes se hacen a modo de los designios del tlatoani, no de lo que signifique bienestar para los gobernados. La justicia se imparte por instrucciones del ungido, no por lo que dispone el orden jurídico. Y eso ha ido mermando en el día a día la gobernabilidad, y también la confianza, la credibilidad de millones de mexicanos en las instituciones que le dan solidez al estado.

La desigualdad entre la población se ensancha, se expande, porque no hay acciones que la contengan. La pobreza de millones de mexicanos es escalofriante, cada día vivir cuesta más caro. En pleno siglo XXI, hay quienes si bien les va, comen una vez al día, si se enferman, al no tener ni IMSS, ni ISSSTE, pues que Dios se las ampare buena, y el seguro popular pues es muy limitado, hay enfermedades que no cubre. Y la educación por la calle de la amargura, los ejecutores de la reforma educativa la envenenaron, no obstante que vino de Peña Nieto, y los lideretes sindicales… felices como perdices, al cabo que los destinatarios: niños y jóvenes mexicanos, no tienen la menor importancia. Que se cargue el demonio el futuro del país. ¿A qué condena el sistema a millones de jóvenes con la deplorable calidad educativa que reciben en las aulas? ¿Por qué el gobierno escatima cuanto le permite a una persona el desarrollo de su intelecto? Si recibir educación en un derecho fundamental.

Asimismo, México necesita un nuevo modelo de desarrollo e industrialización capaz de producir bienes de capital que incorporen ciencia y tecnología intensivamente en sus procesos de producción, programas y políticas públicas para la protección del medio ambiente y el cambio climático, no veo por ningún lado que a la autoridad le importe un comino nada de esto. Por otro lado, el crecimiento económico está más que probado que no resuelve la pobreza, requerimos de una reestructuración con profundo sentido social, con mirada universal y participación de todos los niveles socioeconómicos. Nuestro país necesita sanear su economía, y esto no se consigue cuadrando y ocultando el despilfarro, las raterías y los excesos de la gamba de ladrones que medran y se enriquecen con dinero público, ni con subsidios ni  asistencialismo de por vida. El asistencialismo es una perversión de la que se ha valido el sistema priista para mantener a la gente bocabajeada, convencida de que su destino es depender eternamente de la dádiva pública para subsistir, contrario absolutamente a la promoción de la persona.

Cuando esto ocurre la casa debe derrumbarse y construir una nueva, los cimientos están infestados de una plaga destructiva, ya no sirve. La casa es México y los dueños somos los mexicanos, nadie más. ¿No le parece, estimado lector que ya es hora de tomar cartas en el asunto?