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El síndrome de Brangelina

En realidad creo que elCRÉDITO es de Madonna, pero desde que a esta cantante se le ocurrió denostar al guacamole la tengo aborrecida (yo aceptaría sin problemas que no le guste esta mexicanísima guarnición tan próxima al nirvana culinario, pero que la repudie por “todas esas bacterias” sólo revela cuán prejuiciosa y pendeja es debajo de ese status de diva).

En fin, lo mismo que la otrora “Chica Material” (ahora ya nomás es material), la súper pareja conformada por mi jurado enemigo, Brad Pitt, y la hija de Jon “el Suegro” Voight, Angelina Jolie, volvió “inn” la adopción de niños. Claro que tratándose de gente de su ralea, no iban a conformarse con cualquier chamaco o escuincla del orfanatorio local.

“¡Obvio no, goey! O sea, sí queremos adoptar pero tipo bien”. (Oh sí, en Hollywood también hablan como Cindy, “La Regia”).

Así como no pueden vestir ropa de Coppel, celebridades de su calibre no pueden ser vistos llegando a los Grammy o a los Oscar con mocosos ordinarios. Requieren algo más exótico y, a falta de niños de diseñador, buenos son los ejemplares del Tercer Mundo.

El caso es que la cantante se hizo de una parejita de niños de la República de Malaui, mientras que la dupla de astros de la pantalla le dio su hogar y apellidos a un niño camboyano, a una pequeña etíope y a otro chiquillo vietnamita.

Muy bien, nada aquí que reprochar (no, si lo único que lamentamos es que no haya más celebridades de Beverly Hills para adoptarnos a todos los que nacimos en el subdesarrollo).

La imagen del malogrado niño sirio emigrante tuvo el ciclo que era previsible: Sacudió millones de consciencias en su estrato más superficial, expió culpas de cuantos le rindieron efímero tributo en línea (junto a sus guateques de fin de semana y preferencias gastronómicas), consiguió que algunos se interesaran por el conflicto interno de Siria, otros más por la Crisis Migratoria Europea (hizo que algunos se preguntasen dónde está Siria y otros más dónde está Europa); sirvió para horrorizar, para enternecer y, en el ámbito del humor más oscuro de toda la red, para ironizar. Fue en síntesis, la sensación semanal de internet.

No podía haber sido mejor planeada por un publicista la triste estampa de Aylan Kurdi: sus pantaloncitos cortos constituyen un auténtico símbolo de inocencia y su playera rojísima nos habla de una vitalidad abruptamente detenida, de la sangre de su pueblo y hasta nos remite a la niña del abrigo carmesí de “Schindler’s List”.

Para mucha gente alrededor del mundo aquella fotografía era una prueba del fracaso de la humanidad. Yo, que no soy dado a las plegarias, no encuentro consuelo imaginando a este pequeño como un ángel que ahora revolotea para regocijo del Señor.  Sólo veo la pérdida de la única oportunidad que este ser humano tuvo para ser feliz, la única que podemos dar por sentada, la que se nos otorga en esta vida.

Pero no me detengo demasiado en el ahora icónico Aylan porque las muestras del fracaso del hombre están por doquier, a diestra y siniestra y lo que necesitamos es encontrar las pocas pero fehacientes  pruebas del triunfo humano.

 Me alegra que la gente sea sensible (no sensiblera), solidaria y que al percatarse (por cualquier medio) de una situación trágica se ofrezca con su tiempo o recursos. Creo que el pronunciarnos a favor del pueblo sirio es bueno (a secas); exigir que nuestro Gobierno brinde asilo a los expatriados de aquella vapuleada nación es todavía mejor; y ya de plano ofrecer la casa para meter a tantos refugiados sirios como se acomoden (ahí disculpen la mansión deINFONAVIT), eso sí de plano es digno de encomio.

Pero, esperen, calmemos un momento nuestro altruismo de alcances internacionales y preguntémonos si ya hicimos la tarea en casa. Porque supongo que todos esos consternados por la situación en Siria y naciones circunvecinas no toleran que mueran niños en éxodo y migrantes en general en su propio País.

Vamos a dar por sentado que los mortificados por Aylan son tan humanitarios como para tender la mano a los menos afortunados que se cruzan diariamente en sus trayectos cotidianos. Me gustaría saber qué tanto les quitan el sueño esos cientos, miles de personas que a diario transitan por nuestro país (la inmensa mayoría con rumbo a la frontera norte) y qué hacen para evitar que sean robados, vejados o que perezcan por las condiciones precarias de su viaje o por la interacción con otros (seudo) humanos.

Aquel niño sirio nos reblandeció el corazón, sí, con aquel atuendo y su carita volteada hacia la arena, sin embargo, no parecemos percatarnos de que el mismo Aylan (con otro nombre quizás) cruza México todos los días y que llega multiplicado por docenas a nuestra propia ciudad. 

Son  en realidad muy pocos los que le ofrecen agua, alimento, una sombra, cobijo, remanso en su travesía. ¿Es que acaso no nos interesan los hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, beliceños y nuestros propios paisanos? ¿Tiene que provenir la necesidad de un ámbito más exótico para que pasemos de la conmoción a la acción? Quizás debe llegar la tragedia del continente africano, de Asia o de la ex Unión Soviética para que nos despierte algo de compasión, porque si la vemos en unCRUCERO tal vez sea vista como una molestia.

El padre Alejandro Solalinde tiene una palabra justa para quienes abren sus puertas (de su país, de su hogar y su corazón) a un niño güerito pero las cierra para un centroamericano: Hipócritas.

¿Quién carajos nos creemos para ignorar a nuestros hermanos del sur y tener puesta la misericordia al otro lado del mundo? ¿Brangelina?

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