El ser y la señal del celular
Usted está aquí
El ser y la señal del celular
Mientras conduces, notas que el auto delante del tuyo avanza lentamente, serpentea como si estuviera borracho. Lo rebasas por la izquierda, volteas a tu derecha y a través de la ventana ves que el conductor escribe en su celular.
Al llegar a la esquina haces alto en el semáforo y en otro auto observas que la luz de un teléfono ilumina la cara de la conductora; recuerdas que las estadísticas dicen que los accidentes automovilísticos por uso del celular se han disparado. Muchos terminan en muerte.
A la mañana siguiente caminas por el bulevar Venustiano Carranza, sientes la compulsión de revisar tus redes sociales. Eres adicto a los “me gusta”, incluso te deprimes cuando no los obtienes; te das cuenta que no hay señal. Sin señal no existes, te sientes desnudo, angustiado.
Piensas que la red inalámbrica debería ser un servicio público, para evitar la ansiedad que causa el estar sin Internet.
Absorto en esos pensamientos, cruzas el bulevar, y tu celular cae en una alcantarilla, el pánico se apodera de ti, regresas a la era de las cavernas. Sientes que has perdido un miembro, una parte íntima de ti, como si estuvieras casi desnudo... estás desconectado, aislado de los grupos, ya no estás disponible más que para ti mismo.
Pierdes tu identidad, todos tus contactos de amigos y familiares estaban ahí; tus fotos de esos momentos increíbles se fueron por la alcantarilla, las experiencias que no viviste, que tu memoria no registró mientras te ocupabas de almacenarlas en el celular.
Ya no sabes a dónde ir, tu agenda y lista de tareas estaban ahí; estás perdido, no te ubicas más que con el gps y los mapas del teléfono.
Tus familiares te marcan y, sin tu respuesta, en pocas horas se preocupan, piensan que estás secuestrado. Insisten y les contesta la grabación que dice “el número que usted marcó, no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio”.
Aún con el teléfono en el bolsillo siempre vivimos al borde de la catástrofe. Tienes que avisarles que estás desconectado, que ya no eres localizable todo el tiempo, ni en cualquier lugar.
Buscas, sin éxito, una caseta telefónica. En tu desesperación volteas alrededor para ver si hay alguien que te preste un celular.
Un señor que pide limosna en la esquina trae uno en la bolsa de su camisa, hay personas que no tienen hogar y sí poseen un teléfono móvil. Para tenerlo no se necesita una casa, a diferencia del teléfono fijo.
Te das cuenta que el teléfono móvil es lo más democrático que existe, es accesible a ricos y pobres.
El limosnero te dice que no trae teléfono, lo mismo la señora que pasa, ella lo cuida más que a su bolsa de mano.
Estás triste porque ya no tienes dinero para comprar más celulares. “Donde hay vida, hay esperanza, esperanza de que alguien te llame o de hablarle a alguien”.
Pasan los días y te sientes libre, ahora puedes hacer más cosas sin que alguien te distraiga ni interrumpa.
Descubres que hay vida más allá del celular y que el celular no eres tú.
Descubres que, para evocar a tus seres queridos, tienes tu memoria y no necesitas señal.
Descubres que es mejor mirarse en los ojos del otro que en la pantalla que no devuelve la mirada ni el cálido tacto.
Y te preguntas: ¿los objetos transforman a los sujetos o lo sujetos transforman a los objetos?