El séptimo año de gobierno

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El séptimo año de gobierno

Se lo he escuchado a una persona, pero desconozco si es de su invención o si es un dicho entre varios. Por ello no adjudico autoría. En todo caso, importa el sentido y no tanto su origen: preocuparse por el séptimo año de gobierno. 

En administraciones estatales con duración de seis años, “preocuparse por el séptimo” significa ver por lo que está más allá: ¿cómo cerrará su gobierno y qué vendrá después?

¿Podrá, en ese futuro, andar por las calles de su entidad o estará buscando algún exilio con pasaporte falso?
Signos de los nuevos tiempos, me parece. Hace algunos sexenios, usar una expresión como la del séptimo año significaría pensar cómo acomodar las piezas para extender el mandato, heredar el poder por decirlo de alguna manera. Pero eso de decidir quién seguirá, paulatinamente, ha dejado de ser prerrogativa de unos pocos para convertirse en decisiones mucho más amplias con finales inciertos. Nuevos tiempos, como digo.

Ser titular de un Ejecutivo Estatal hoy día no es lo que solía ser, dicen los adentrados en el tema. La fiesta terminó hace tiempo. Los precios del petróleo al alza y lo políticamente redituable que significó experimentar con un presidencialismo en decadencia hacían de las gubernaturas un apetitoso manjar. No más. 

No se dijo con todas sus letras, algunos apenas lo supusieron en su momento. Las llamadas reformas estructurales (y algunas otras, de menor calado) han impuesto obligaciones y controles adicionales que, parafraseando a alguno que sigue en funciones, ha vuelto de la responsabilidad algo así como un deporte extremo.

Claro que el esquema sigue implementándose y, como se ha visto, muchas imperfecciones tendrá. Pero estar al cargo de una gubernatura ya no es lo que solía ser. Por eso, pensar en el séptimo año  cobra bastante sentido.

Dentro de este marco, un par de mensajes del ocaso de la presente administración estatal dan para la reflexión.

Por una parte, el discurso del (todavía) Ejecutivo parece haber dado carpetazo a aquella ilusión de la energía para regresar al tema de la seguridad. Cosas de la interpretación, pero más de uno pensará tiene más intenciones electorales que de información: advertir a quienes aspiran, antes que infundir tranquilidad a las personas.

Por la otra, anunciar que se prescindirá de los ingresos que significan la tenencia y otros cobros, como las licencias de conducir, rebajadas este pasado fin. Beneficios directos en el corto plazo, complicaciones en el mediano.

En inseguridad bajaron las cifras, pero el peligro sigue acechando bajo la sombra del anonimato: esto, y el petate del muerto. En lo del dinero, hágase mi voluntad en los bueyes de mi compadre.

Ambos aspectos inciden en lo que vendrá después del cierre de la presente administración.

Si para el “séptimo año” de este Gobierno (que sería como el décimo tercero de un régimen familiar) hay alternancia, ya las cosas se han anunciado más que complicadas: las variaciones en la inseguridad se decodificarán como impericia, dejando a un lado cualquier otra interpretación (ingobernabilidad inducida, por ejemplo); las arcas tendrán vacíos por llenar y, al mismo tiempo, los mismos costos fijos por el pago de deuda.

No se puede olvidar que un cambio en el gobierno enfrentará la renovación de los actores y sus curvas de aprendizaje contra la mirada inquisitorial de quienes, por años, se han aprendido de memoria los callejones administrativos.

Preocuparse por el séptimo año. Signos de los nuevos tiempos que algunos ya interpretan de manera adecuada y otros siguen sin entender. 

@victorspena