El sentido de la vida
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El sentido de la vida
La pregunta por el sentido de la vida nos conduce de inmediato a un conocido libro de Viktor Frankl. Muy leído, si se atiene uno a las muchas ediciones en varias lenguas y a las citas que de él se hacen. Si alguien podría haber declarado con toda razón que la vida no tiene sentido sería él mismo porque de manera injusta pasó varios años en un campo de concentración alemán. Precisamente en ese sitio criminal es donde desarrolló su teoría acerca de ese sentido que no tiene una relación directa con los sucesos externos a la persona sino con la concepción que se tenga de los mismos. Conviviendo con miles de personas que estaban ahí destinadas a morir de manera atroz fue como descubrió que las cosas tienen significados que no siempre arrancan de la lógica sino del asombro. Algunos judíos que hacían cola para ingresar a la cámara de gases y el horno crematorio todavía hacían bromas sobre su destino. Uno preguntaba: ¿dónde anda fulano?, y le respondían que en el cielo (en efecto salía humo: había sido cremado).
La pregunta puede ser hecha desde otro punto de vista: el suicidio. Saber si la vida tiene sentido es el problema más importante que hay que resolver. Claro, de acuerdo con el Premio Nobel Albert Camus. Y aquí regreso a las páginas de Frankl en las que cuenta cómo algunos judíos se adelantaban a la muerte agarrándose a la cerca de alambre electrificada para morir por decisión personal y dejar a los nazis frustrados. Y ese género de suicidio fue estudiado por los Tupamaros en Uruguay porque varios de ellos mientras eran torturados retaban al torturador a hacerlos flaquear. Entonces la psicología del verdugo lo llevaba a ir a fondo… hasta que el reo moría de un infarto. Los Tupamaros presumieron esas muestras de grandeza frente al poder: ¡el tirano había sido derrotado!
Cuando visité el campo de concentración donde estuvo Frankl, en Auschwitz, Polonia, me impresionó que dentro de la miserable vida que ahí vivieron, se daban el lujo de llevar a cabo actos de gran ternura: en un aparador se exhiben los juguetitos que se hicieron para que los niños se divirtieran. Había muñecas de trapo, carritos de lata y madera. El cariño no estaba a discusión.
En un programa de Televisa acerca de Auschwitz, cuando se cumplieron 65 años de su cierre, Adela Micha invitó a una vieja mujer polaca que había ingresado al campo en brazos de su madre. Era tan pequeña y flaca que no le pudieron poner tatuado el número de ingreso en un bracito y se lo pusieron en la panza. Esta señora cuyo nombre olvidé se levantó el suéter ahí para enseñar ese número. Dijo que amaba
México porque la recibió. Y en un momento dado empezó a criticar a Israel diciendo que su primer ministro era otro Hitler contra los palestinos. En una décima de segundo ingresó a la pantalla un anuncio y la polaca no regresó. Desde entonces siento una enorme tirria contra la judía Adela y no la escucho jamás. Pero regresando al sentido de la vida me admiró que alguien que prácticamente vivió sus primeros ocho años de vida en Auschwitz haya conservado un cerebro independiente y haya pensado en lo que es la justicia sin mezclarla con la religión o la nacionalidad. Esa mujer tuvo un sentido de vida épico.
Otro que estuvo en Auschwitz fue Primo Levi, judío italiano, químico y magnífico escritor. Nos dejó una obra maestra: “Si esto es un hombre” en el que relató sus vida en el campo. Dijo que los nazis escogían algunos judíos para controlar a los demás y que estos capos (así les llama) eran peores que los mismos alemanes. Levi fue un ejemplo para todos en no pocos sentidos pero un buen día se suicidó.
Habiéndolo leído, admiré también su decisión de privarse de la vida. Él creyó que la sociedad europea no había aprendido nada de lo que sucedió en la guerra.
¿Tiene sentido la vida? No creo que haya una respuesta general ni mucho menos un recetario; tampoco esas frases dulzonas tras las que tanto gusta la gente ocultar su propia incapacidad para ser sí mismo. Si la vida tiene algún sentido es el que cada uno pueda generar. Y esto tiene relación directa con el compromiso hacia los demás. Otra cosa es un juego de palabras.