El Robot de la Apicultora

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El Robot de la Apicultora

ESMIRNA BARRERA

Por: René Pérez Hernández

Nació de madera de un fuerte árbol y savia que mantenía sus extremidades, no tuvo nombre pero su creadora estaba feliz de verlo. Lo primero que lo recibió fueron ella y miles de pelusas zumbando a su alrededor. Sus ojos brillaban como una nube de luciérnagas en cada cavidad, su “cabello” era un follaje liso de hojas de trueno y extremidades a la par del tamaño de su creadora.

Lily, la apicultora lo recibió con una sonrisa junto con las abejas que rondaban la azucena que llevaba ella puesta en un clip en su pelo.

De pronto, apenas el recién nacido dio un paso pesado, moviendo lenta pero firmemente su pierna derecha y terminando la maniobra con un fuerte pisotón. Las abejas de enfurecieron y trataron de picarlo con sus aguijones agresivamente y ninguna tuvo éxito, todas cayeron muertas al piso. Lily cayó al suelo, como si hubiera picado al robot, solo que esta, cayó junto con unas lágrimas, recogiendo los soldados caídos uno por uno y sosteniéndolos en sus manos con algunas aun retorciéndose, aferrándose a la vida.

El robot comenzó a moverse un poco más fluidamente e intentó tomar una de las abejas de la apicultora con el corazón roto, pero ella simplemente tomó el puñado de pelusas rayadas y lo llevó corriendo hacia un jardín.

Sin saber qué hacer, la madera viviente decidió por seguir el camino de la apicultora y se dirigió hacia el jardín en donde encontró a su dueña, haciendo múltiples hoyos para cada uno de sus hijos, enterrándolas cada una con una semilla diferente en su tumba. Al terminar esto, Lily vio fijamente a los “ojos” del culpable de tal tragedia.

El robot, simplemente inclinó hacia un lado su cabeza y se enderezó al instante, cogió un balde y empezó a regar cada tumba. La apicultora frustrada, le dejó hacer su trabajo y se fue tristemente con las demás abejas hacia el otro jardín.

Al día siguiente, la apicultora despertó de su cama, desayunó y fue a cumplir con su rutina diaria que era cuidar sus pequeñas bolitas voladoras, pero al voltear por la ventana, se preocupó al ver que su experimento estaba con las demás abejas rodeándolo. Apenas se percató de esto, salió corriendo al rescate de las abejas, pero al parecer no pasaba nada hasta que vio entre el follaje de la cabeza del robot y distinguió una variedad de flores en esta. Esto le alivió, ya que al menos tendría mas compañía para las abejas y estas no morirían en vano intentando atacar a la máquina, así que simplemente dio media vuelta y fue a prepararse.

Juntos fueron recorriendo los numerosos jardines floridos y los panales mientras Lily le explicaba cómo hacer cada tarea dentro del jardín. Cada vez que Lily le corregía, el robot le sonreía apenado pero jamás dijo una palabra.

Pasaron semanas y el robot se movía cada vez más humanamente, a la vez que notaba como su cabello crecía más y más con el paso de los días. Sin embargo, su relación con su creadora había mejorado bastante en comparación a su primer encuentro. Juntos criaban a las abejas como si de una familia se tratase y cuidaban meticulosamente el jardín para que estuviera en las condiciones óptimas para las abejas, a la vez que se ayudaban mutuamente. El robot ayudando a Lily y ella dándole mantenimiento y podando su pelo.

Pasaron los años y poco a poco la apicultora iba oxidándose con el paso del tiempo hasta que llegó aquel rayo de luz distante que se la llevaría hacia el otro mundo. El robot como a cualquier otra abeja le enterró en el jardín junto con todas las abejas que alguna vez cuidó junto con ella. En su lecho de muerte, le enterró junto con una semilla de azucena, la flor que distinguía su cabello y hacía que todas las abejas le siguieran por doquier.

Lágrimas de savia salieron de los ojos del robot sin razón alguna, no obstante, fue la primera vez en la que tuvo un sentimiento. El robot puso sus manos en sus ojos, tratando de detener el flujo de savia, pero su intento fue en vano. La savia comenzó a deslizarse por cada esquina y grieta de su cuerpo, haciendo sus movimientos cada vez mas torpes. Poco a poco la savia se convirtió en resina endurecida, la cual lo dejó congelado en esa trágica posición.

Con el paso del tiempo, la lluvia, la tierra y el Sol hicieron su trabajo, raíces comenzaron a crecer de sus pies de madera y a medida que estas crecían, su torso encorvado comenzó a hacerse más alto y más ramas comenzaron a crecer junto con su cabello que crecía por metros.

A día de hoy aún sigue atrapado dentro del jardín en el que vivió toda su vida con las abejas aun rondando sus flores sin descanso.

En fin... Aun queda ese verde jardín cuidado únicamente por abejas, cumpliendo con el deber de su difunta madre mientras que trabajan la miel que sacan de unas bellas azucenas y un gran sauce llorón.

 

René Pérez Hernández. Originario de Saltillo, es estudiante de bachillerato y ya ha publicado cuentos en esta sección.