El retrato de los rostros en la pandemia

Usted está aquí

El retrato de los rostros en la pandemia

Con el cabello suelto y la mirada puesta en un punto indeterminado, la mujer, de unos 30 años, viene corriendo a toda prisa por la calle de Victoria. Pasa justamente por la iglesia de San Esteban. Llama la atención la delgadez de su figura, pero sobre todo esa mirada perdida dirigida a quién sabe quién, pero segura de seguir adelante.

Metros más adelante, en las afueras de un banco, una familia completa (padre, madre, tres hijos) pide limosna. El padre extiende la mano sosteniendo una cachucha. La mujer observa atentamente quién es el transeúnte que atiende el llamado y, con la mirada, le indica al esposo que alguien colocará unas monedas en la gorra. Mientras, tres niñas sonríen tristemente sentadas en la banqueta.

La misma calle y el mismo día de la semana pasada. Una mujer, ¿35-40 años?, habla frenéticamente por un teléfono celular. Se le escucha decir que vende celulares. Y sí, en el piso y ordenados, un montón de teléfonos celulares a todas vistas pasados en tecnología. Viste pobremente y luce desaliñada y despeinada.

La misma calle, el mismo día de la semana pasada y alrededor de la misma hora. Otra imagen: en una caja de cartón, pequeña, unas bolsas de celofán que llevan en su interior polvorones, de los hechos en casa. La caja está sobre la banqueta, a mitad, de hecho, en la banqueta sobre el camino de los transeúntes. El dueño o la dueña no se ven por ninguna parte, pero es seguro que si sale un comprador se apersonará para concretar la venta. Mientras, la gente pasa apresurada en su ruta hacia el establecimiento bancario.

Mientras todas estas imágenes surgen más de desolación y suciedad. Uno de los bancos que antes fuera de movimiento activo, hoy cerrado, pero que ha dejado las puertas abiertas donde operaban los cajeros, es el cuadro mismo de la incuria y el abandono. Penetra en el lugar un par de personas preguntándose si estarían funcionando y salen de ahí con el pensamiento encogido por la dejadez y el pringoso estado del establecimiento, convertido en un foco de infección. En pleno centro, la calle Allende.

Circula una atmósfera de tristeza. A la pandemia, que ha venido a arrancar dolorosamente la vida de seres queridos, se agrega la de una descendente situación económica que pareciera llegar a estacionarse. Lugares como Plaza de Armas y la Alameda Zaragoza se renuevan en vocaciones. Donde por muchos años la actividad principal eran las de recreación y esparcimiento, diversión para las familias, hoy se ha convertido en un mercado. Ahí se concretan pactos comerciales, la compra-venta de ropa y accesorios, de manera principal los fines de semana y en fecha de quincena. Ha tocado a las puertas de los hogares la falta de dinero ocasionada por la extensión de la enfermedad.

Los rostros aquí retratados son solamente una pequeña muestra de cómo va haciendo mella en las familias la enfermedad y una situación económica precaria. Y a ello, dramáticamente, se va sumando el deterioro en el estado de salud mental. Por lo menos dos de las personas descritas presentaban un cuadro de enajenación mental preocupante. Una que apresurada dejaba ir la mirada sin expresión; otra, desde la banqueta, dueña de una mirada agresiva y movimientos compulsivos.

Son muchos los temas a tratar en este momento, en esta pandemia, en esta situación de emergencia. ¿A quién corresponden? ¿Cómo podemos involucrarnos para hallar caminos en pos de empatía y solidaridad sin que la calle se convierta, como para algunos empieza a convertirse, en un lugar propicio para el temor, lo cual inhibe la efectiva y deseable acción comunitaria?

Todos necesitamos de todos.