El reflejo de los rostros
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El reflejo de los rostros
Las frases y gestos del Papa Francisco iluminaron la noche de los mexicanos y “se sorprendió de su fortaleza y su esperanza” que encontró a lo largo de su siembra de estrellas invisibles.
Desde antes de iniciar su viaje ya sabía de la Fe y la fortaleza de los mexicanos. Reflexionó horas y horas en la realidad mexicana, no como sociólogo, sino como un pastor iluminado por su Fe cristiana. Sus discursos muestran su conocimiento de la Fe y la fortaleza histórica que nutre a nuestro pueblo desde los tiempos difíciles de la Conquista hasta las crisis de corrupción y deterioro social que padecemos. Pero no se imaginaba que tuviéramos “tanta Fe y fortaleza”.
Los cientos de kilómetros de la valla humana, las multitudes que lo esperaron durante horas para orar con él, los indígenas, los jóvenes, los reclusos, los niños del Hospital y de las calles y de los coros y de los estadios, fueron un testimonio abrumador de Fe y fortaleza. Y los millones de televidentes que lo contemplamos junto con su pueblo, vibramos con su sonrisa, sus mensajes, sus lágrimas y revivimos la Fe invisible, secular, silenciosa, enraizada en nuestra historia personal y social.
Hizo erupción esa Fe incontenible y el volcán sorprendió al Papa… y a nosotros.
La frase del Papa: “Ustedes tienen madre” podría parecer un golpe de retórica. Pero Francisco no vino a hacer retórica falsamente triunfalista, sino a ser transparente y a “confirmar” las profundas creencias, raíces del pueblo mexicano. Esta frase fue un eco del palpitar de cada mexicano que, gracias a esa Fe, no se siente huérfano.
La Fe cristiana, desgraciadamente, a muchos les produce miedo y resistencia a recibirla porque la evangelización ha sido contaminada por el castigo, los privilegios y las dictaduras de conciencia. El Papa vino a “descontaminar” esta falsa noción de cristianismo y a iluminar con una Fe verdadera que es perdón, liberación, oferta de bienes espirituales, justicia, amor fraterno y equidad incondicional. Cuando se descubren, se viven y se disfrutan estos bienes invisibles de la Fe cristiana, ésta produce los rostros de alegría y fortaleza que nos sorprendieron a todos.
Resplandeció la Fe en cada rostro, en cada calle, en cada Misa, en el penal y en el hospital y esa misma Fe nos reveló el rostro invisible de un México que está en todas partes sin darnos cuenta. Es un rostro que no fue prefabricado en unos cuantos días. Es el rostro que sembraron Santa María de Guadalupe y doce franciscanos hace cinco siglos, y que han seguido cultivando los misioneros que han dado de comer al hambriento y al ignorante, han curado al enfermo y al discriminado en la familia, en el barrio, en el campo y en la ciudad.
El Papa, durante cinco días, iluminó la Fe y las reformas de conciencia que exige a todos los que la profesamos. Pero también fue iluminado por la Fe fuerte y alegre de un pueblo que refleja el rostro de Cristo pobre, encarcelado, enfermo, discriminado, migrante y explotado. El Papa descubrió en ese rostro la “Esperanza” y nos confirmó en que ese es el verdadero rostro de Cristo.