El reclamo de los olvidados

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El reclamo de los olvidados

La leva es un término que se acuñó en la segunda década del siglo XX para así llamar a la masa informe de hombres que se fueron sumando a la Revolución Mexicana, por la fuerza los más y por convicción los menos. Muchos iban acompañados de sus mujeres con quienes se enlazaban en el trayecto de las poblaciones en las que constituían frentes para los futuros enfrentamientos de armas y de egos.

La soldadesca recibía uniformes y pago por sus servicios, sin embargo, algunos de estos hombres que no figuraron como líderes del movimiento pusieron en juego su vida porque tenían la certeza de que la situación prevaleciente no podía continuar así.

Un millón de personas “de a huarache” murieron durante el proceso, la mayoría de ellas, peones que componían un campesinado harto de la esclavitud que sufrían a manos de los hacendados. 

“La tierra es de quien la trabaja, no de quien vive por ella”: ideal que caló fuertemente en la dignidad de los peones mexicanos que provenientes de encomiendas y repartimientos se atrevieron a cruzar la frontera del miedo y del odio anónimo.

De la condición de la tierra en manos muertas de la Iglesia Católica a los latifundios, posteriormente a las tierras ejidales y ahora de nuevo en manos de propietarios de grandes extensiones; el drama de la pobreza y la ignorancia pervive en el campesinado mexicano que no logró aprovechar los frutos de una revolución que les brindó libertad, porque ahora sufren la otra esclavitud: la de estar sujetos a la transculturización y al extravío de su identidad.

En esta época de globalización y de embates políticos y económicos latentes por parte del imperio vecino, debemos resignificar lo ocurrido en la Revolución Mexicana desde la perspectiva prístina y genuina de los actores olvidados de ese proceso. Se hace necesaria una revisión para retomar el espíritu de esa libertad por la que lucharon los desposeídos para recordarnos que no hay muro ni muralla que alcance para obstaculizar nuestra autodeterminación como pueblo, y que necesitamos entonces reforzar nuestra nacionalidad más allá de las figuras políticas mesiánicas como la oriunda de Tabasco, y la de un hombre con bisoñé descendiente de migrantes europeos.

Como resultado de los enfrentamientos de la Revolución, en el noreste mexicano hubo familias que se escindieron por tener entre sus miembros a personas de bandos opositores. Hubo miles de muertes involuntarias y surgió una forma de gobierno, que sigue abanderando un partido político, que tiene presencia desde 1824 cuando el Partido Nacional Revolucionario postuló a Guadalupe Victoria para ser el primer Presidente de México.

Hoy en el siglo XXI, los jóvenes no conocen y parece no importarles los avatares ocurridos para la consolidación de un País que ahora parece carecer de proyecto.

Mi abuelo coahuilense Apolonio Gómez Cortinas dijo en la entrevista que le hicieron en 1973 por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia sobre su presencia en el movimiento revolucionario,  que el 15 de abril de 1915, día en el que los villistas perdieron la Batalla de Celaya: “Todos los que íbamos corriendo ya sin caballos tomamos el centro donde iba la gente derrotada, y atravesando entre los trigales, siempre encontramos muertos, cadáveres por ahí, que servirían más tarde de abono. Y en verdad todos esos cadáveres de los pobres compañeros que quedaron regados sobre las campiñas de los trigales, sirvieron para abonar la tierra y para que fructificara más tarde la libertad que estamos disfrutando actualmente”.

Personas como mi abuelo, quien llegó a obtener el grado de teniente pero no quiso ser beneficiario de la Revolución Mexicana, reclaman su lugar en la historia porque fueron factor fundamental para la consolidación de la libertad que poseemos y que hoy parece salirse de nuestras manos. ¡No los olvidemos!