El Realito: allá donde ni el coronavirus llega...

Las escasas familias de esta comunidad ramosarizpense se ufanan de que la enfermedad no los ha tocado, eso sí, no saludan de mano al que llegue
Carencias. En esta población se padecen problemáticas de otras comunidades, una es el impacto de las sequías.

TEXTO: JESÚS PEÑA/FOTOS: HÉCTOR GARCÍA

Que el coronavirus no haya llegado El Realito no me extraña, digo para mi fuero interno.

El trabajo que le iba a dar al SARS-CoV-2, venir hasta acá a hacer sus estragos, como no sea en un cuatro por cuatro o en una buena troca…

¿Cuánto faltará pa llegar? Me pregunto, mientas el coche, que no es todo terreno, avanza renegando por la trocha pletórica de hoyancos y piedras.

Ya he pasado por llanos y más llanos, entre montañas alfombradas de plantas desérticas, y al camino, que es como una serpiente de 12 kilómetros que se arrastra lenta por el páramo, no se le ve el fin.

¿Iré bien pal Realito?

En todo el trayecto no hay ni un alma que me pueda decir si es que voy bien o voy mal, si ya me pasé o ya me perdí.

Con esta enfermedad que anda no queremos irnos, porque tenemos miedo”.
Dora Elia Saucedo.

Y solo me encuentro con una vaca colorada muerta y más allá, en algún trecho del camino, con un rebaño de reses flacas que andan como zombis entre las piedras.

De veras que ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde que me interné en esta brecha donde el picante sol, el viento como ráfagas ardientes y los remolimos de tierra, son los únicos habitantes.

Ni canto de pájaros.

Ni rumor de hojas.

Ni murmullo de aguas,

El puro desierto.

La nada.

Yo vaciándome por los poros.

Si hubiera sabido lo que me esperaba, si alguien me hubiera dicho las que pasaría para llegar a El Realito, municipio de Ramos Arizpe, no vengo, lo juro.

Tranquilidad. El ritmo de la vida en esta comunidad contagia un estado de sosiego.

Ni madres.

Qué broma macabra es ésta.

Ni hablar ya estoy acá.

Uy nomás esto me faltaba: el carro se ha atascado en un pozo que hay en medio del sendero y el motor y las ruedas ya están repelando, se niegan a pasar y amagan con dejarme tirado aquí.

Tirado.

Qué miedo.

Tranquilo.

Respira.

Bajo del auto y me pongo a rellenar el cráter con piedras.

Total, lo que sobran acá son piedras y piedras.

A pesar de los respingos del coche, estoy de otro lado.

Gracias al cielo.

 

Avanzo.

Cuando siento que mis nervios están a punto de reventar y un dolor empieza martillarme la cabeza, oigo a lo lejos un susurro de voces y luego el eco

de un saludo.

“Eit!!!”.

Miro al cielo.

¿No es un espejismo?

No.

Arriba de una cuesta muy pronunciada veo un manchón de casas pastel y a unos hombres que me hacen señas.

“¿Es El Realito?”, les pregunto.

“Aquí es”, responden las voces al unísono.

Ay, pero que feliz me siento.

Y parece que el coche repara de alegría.

Pero, ay no…

Un río o arroyo, quien sabe que será, se ha interpuesto en mi camino, y parece hondo.

“¿Pasa?”, gritan los hombres desde arriba.

“Si pasó allá”, suelta uno de ellos y todos ríen.

Rezo, rezo, rezo,

Cierro los ojos en tanto el coche atraviesa entre brincos el arroyo.

Ay, qué alivio.

Ya estoy del otro lado.

Pa cuando acuerdo me encuentro hasta arriba del cerro, entrando por una calle sin asfaltar, bordeada de casas de abobe a cuyas puertas veo a unos hombres y a unas mujeres descansando apaciblemente, sin apuro.

Una parvada de niños correteando por el caserío.

Qué bien se está aquí, pienso.

Firme. Don Eleuterio tiene muchas historias qué contar.

PARECE QUE EMPIEZA OTRO MUNDO

Está lejos, “es un rancho muy lejos, pero yo diría que es uno de los más bonitos de Coahuila”, se ufana Fernando Saucedo, el comisariado.

Pa donde uno voltee, dice, hay sierra, nogaleras…

“La mayoría de nuestra vida la pasamos aquí. Hasta hace dos años me fui pa Saltillo y ora con el COVID me vine para acá…”, cuenta.

El Realito es un buen escondrijo para burlar al COVID.

Yo cuando era chico oía hablar a los grandes del fin del mundo y decían, “me meto bajo de la cama” o “me voy pal rancho”.

Imagino que así los de El Realito.

“Orita estamos por el COVID, por el COVID. Vamos y venemos y así estamos pa no abandonar los pedacitos de labores que tenemos”, dice.

Y presume que a este pueblo, escondido, refundido, perdido, en la montaña, no ha entrado el coronavirus.

“No, gracias a Dios, hemos tomado nuestras medidas, pos de no saludar, no es que seamos descorteses, pero tomamos todas esas medidas de lavarnos las manos y todo eso,

es lo que nos salva…”.

Empinado. Por estos caminos se avanza, pero a paso lento.

Cultivan el legado de Crisóforo Saucedo: nos dejó de qué vivir

La gente de El Realito come de la nuez, de esa que producen los centenarios nogales plantados por el coronel que fundó el rancho al terminar la Revolución Mexicana.

 

TEXTO: JESÚS PEÑA FOTOS: HÉCTOR GARCÍA

Seguro que el coronel revolucionario Crisóforo Saucedo Delgado no se equivocó cuando fundó este pueblo a principios del siglo pasado.

Entonces esta tierra estaba ocupada por indios, que huyeron tras la llegada de los españoles.

“Entró la Revolución y un bisabuelo de nosotros, Crisóforo Saucedo Delgado, fue quien se quedó en el rancho. Se casó y empezó a tener familia…

Lo bueno fue que nos dejó de qué vivir: las huertas de nogal”, relata Valdemar Sandoval, 71 años, uno de los lugareños más longevos del sitio.

 

LE SACAN LA VUELTA AL COVID

“¿Le tienen miedo al virus?”, interrogo a un señor que está sentado bajo el portal de su casa, ayudando a su mujer a desmigajar un montón de higos en un cazo.

“Sí, por eso andamos huyendo”, dice el hombre y sigue con su trabajo de desmenuzar higos, dice, pa

una mermeladita.

“Pa una mermeladita, ¿cómo ve?”, dice.

Mientras escribo esta crónica oigo por tele que en Higueras, otra comunidad de Ramos Arizpe, recién cinco personas de una familia, tres niños, dos adultos, me parece, salieron positivos a la prueba del COVID.

Las autoridades de salud lo atribuyen a la gran cantidad de traileros que paran en este poblado.

En Higueras ya llegó el COVID 19.

Al Realito, no.

“Con esta enfermedad que anda no queremos irnos, porque tenemos miedo….”, dice Dora Elia Saucedo, 78 años, la matriarca de esta comunidad tan lejana de las noticias sobre récords de contagios, aglomeraciones y hospitales saturados.

Y HACE POCO CASI SE INUNDAN

Un diccionario geográfico diría de El Realito que es un pueblo plantado en el hueco de una montaña, con sus jacales y calles de tierra, detrás de los jacales y calles de tierra, unas verdes e inmensas huertas de nogal, con nogales muy viejos, centenarios nogales.

“Todo lo que ve aquí es pura nuez…” dice Daniel, otro oriundo de El Realito, quien lleva cuatro meses acá desde que la empresa de ahorradores de gasolina donde trabaja en Saltillo se fue a paro por el COVID.

Pero hoy la gran novedad en El Realito, de lo que toda la gente de acá habla, es la crecida de agua que bajó de la sierra hace 15 días y se llevó postes de luz, destrozó el canal, destruyó la acequia con la que regaban las huertas de nogal, y acabó de arruinar el camino.

Además, la crecida arrasó con mezquites y mató a unas 20 vacas del lugar,

Hacía 25 años, cuentan los pobladores de este ejido, donde viven unas cinco familias, que no bajaba una avenida como ésta, que no se habían visto algo así.

“Era mucha agua… Un agual de la jodida, llevaba troncos de huizache…”, narra Fernando, el comisariado.

Llovió fuerte en la sierra después de cinco meses que no llovía.

“Mucha seca, se nos murieron muchas vacas de seca”, dice el comisario.

La gente se espantó de oír bramar las aguas en el arroyo.

“Y aquí estamos al pie del cañón, sufriendo por el COVID y ora el camino y el canal, no tenemos agua para regar las huertas”, suelta Fernando.

SIEMPRE FUE DE POCA GENTE

Dora Elia, la madre de Fernando, platica que en El Realito la gente siempre vivió muy sola, “así como ve el rancho muy solito, las casitas”, la escuela “muy pobrecita”, días venían los profesores, días no venían.

“No pos aquí teníamos escuela, pero venían los profesores cada cinco o seis meses, allá cuando les daba gana, por eso no aprendimos oiga… los maestros se iban y ya no volvían”, narra Eleuterio Sandoval, otro vecino.

En El Realito no conocían los cables de electricidad y por las noches se alumbraban con lámparas y veladoras.

Hasta que por la falta de trabajo y de instrucción, la gente tuvo que migrar a Saltillo y Monterey, unos para estudiar, otros para buscar empleo.

Y hoy algunos han regresado para ponerse a salvo del SARS-CoV-2

Y ME LA PASO MUY A GUSTO

Que bien se está en este pueblo, me digo mientras voy con Celso Saucedo, otro aldeano, recorriendo las extensas y frondosas huertas de nogal de El Realito.

Qué fresco está aquí y que agradable, pienso.

Acá, ¿cuál coronavirus?

Celso dice que durante los fines de semana suele venir gente de todas partes a pasarla en estas huertas.

Reposan a la fresca sombra de los nogales,

Charlan.