El Quijote I, 25
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El Quijote I, 25
Antes de que don Quijote inicie en Sierra Morena una penitencia por su señora Dulcinea del Toboso, a la manera de como la hizo en Peña Pobre don Amadís de Gaula por su dama, aquél escribe una carta a Dulcinea que le pide a Sancho la lleve y ponga en sus manos.
La tal penitencia por la señora de sus pensamientos consiste en una serie de locuras que Sancho no quiere ver, entre otras, según le dice don Quijote al escudero, “rasgar las vestiduras, esparcir las armas y darme de calabazadas en estas peñas, con otras cosas de este jaez que te han de admirar”.
Sancho le pide a don Quijote que se abstenga de hacerle una demostración de las locuras que pretende llevar a cabo, y menos aún “en cueros” y si, implora el escudero, “vuestra merced gusta que yo vea algunas locuras, hágalas vestido, breves y las que vinieren más a cuento”.
Luego agrega Sancho: “Porque, ¿dónde se ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una …? No me lo haga decir la señora, porque por Dios que despotrique y LO ECHE TODO A DOCE, aunque nunca se venda”.
Este refrán, mencionado ya a principios del siglo XV por Iñigo López de Mendoza (1398-1458), el famoso marqués de Santillana, en su “Colección de refranes que dicen las viejas tras el fuego”, dice: “Echémoslo a doce, siquiera nunca se venda”, que se suele invocar en situaciones de molestia cuando se corre el riesgo de echar todo a perder, por lo cual se considera más ventajoso tratar de vender algo aunque sea barato. Y tal vez ni así se venda.
@jagarciavilla