El que enseña
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El que enseña
“La mayoría de los profesores de Ballet de Estados Unidos son terribles.
Si estuvieran en medicina, todos serían envenenados”.
George Balanchine
Aunque en repetidas ocasiones hemos reiterado la naturaleza de la danza inherente al ser humano, como una vía de expresión natural, de comunicación y de exhaltación del alma de quien la ejecuta y quien la aprecia; es un hecho que durante su proceso evolutivo, desde su origen en el rito, al aire libre; en las ceremonias dentro de los templos; en los cementerios, en el campo, hasta llegar a los palacios, posicionándose entre la realeza, protagonizando incluso el reinado de Sol; fue necesaria una figura que diera forma y estructura a lo que el cuerpo libremente trazaba con sus movimientos. Es casi imposible imaginar una danza sin un creador atrás que concibiera la idea y la plasmase en los cuerpos de los ejecutantes, vigilando y corrigiendo minuciosamente hasta llegar a consolidar ante la vista lo que ya antes había tomado vida en su mente. Fue hasta el siglo XVI cuando se tiene registro del primer nombre de un maestro de danza: Domenico Da Piacenza, que con su tratado “Arte de danzar y dirigir danzas” sentara las bases identificando elementos y pasos fundamentales de la Danza, llevándolas luego a Francia, junto a Balthazar de Beaujoyeux, (coreógrafo del Ballet Cómico de la Reina, el primero en su género). Fue Pierre Beauchamp, primer director de la Real Academia de Danza, quien aportó las cinco posiciones en la Danza y codificó los pasos de las danzas cortesanas, y desde Dauberval: creador del 1er. Ballet de Acción: La fille mal gardée; Taglioni, padre del romanticismo en la Sylphide; Bournonville, Perrot: inmortalizado por Degas en “El maestro de Danza”; Petipa y Cecchetti, que catapultaron la Escuela rusa; Fokine su gran coreógrafo; Vaganova, su metodóloga, y Balanchine quien trajo su magia a América, hasta el llamado último gran maestro ruso Alexander Pushkin. Todos ellos, grandes maestros que de generación en generación, indiscutiblemente lograron sentar bases sólidas para que 500 años después, la danza clásica siga vigente, fortalecida y con una técnica tan depurada que se requiere de un profundo conocimiento para enseñarla. Y es en este punto en el que, en nuestros días estriba la gran confusión que ha degenerado su práctica: en algún momento la comercialización de los servicios artísticos originó que en nuestra ciudad, al igual que en el país proliferaran múltiples academias de danza, para cubrir la demanda que las escasas escuelas oficiales tienen capacidad de abarcar. Actualmente sólo dos Escuelas del INBAL ofrecen una licenciatura en Enseñanza de la Danza egresando menos de 20 maestros por año para todo el país, y una vez egresados, existen escasas o nulas oportunidades de actualización por parte de dichas instituciones. Este día, a 25 años de haberse creado a la Licenciatura en Enseñanza de la Danza con Especialidad en Clásico, en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, es la primera ocasión que se organiza un Encuentro Docente de Actualización, dirigido unicamente a egresados de dica licenciatura.
Si bien un título profesional no hace al profesor, si le brinda, como en cualquier profesión, un sustento teórico y metodológico para ejercer y un respaldo de una institución que avala su formación y conocimiento. Por otro lado, tampoco ser un buen bailarín es garantía de ser buen profesor, más allá de haber alcanzado el virtuosismo en la ejecución personal, alcanzarlo en un tercero requiere ciertas habilidades que también se estudian, se entrenan y se perfeccionan.
Para ser maestro de danza, se requiere ser un profesional, y contar con formación metodológica, para dominar el repertorio de pasos y movimientos, observar y corregir los errores para lograr su perfecta ejecución, así como su dosificación por niveles. Contar con formación didáctica y pedagógica; poseer suficiente conocimiento de anatomía y kinesiología, para prevenir posibles lesiones; poseer una sólida formación artística, conocer la historia de su disciplina, el repertorio tradicional básico y nociones de educación y apreciación musical. Si bien no es necesario haber sido un ejecutante virtuoso, habrá de contar con experiencia escénica, que le permita poseer un lenguaje y dominio corporal para transmitirlo a sus alumnos. Habrá de ser creativo y dominar ciertas nociones de coreografía; mantenerse en capacitación y actualización constantes, pero sobre todo, ser maestro de danza es cuestión de vocación, de ser paciente, disciplinado, perfeccionista, organizado, motivador, respetuoso por sus alumnos, por sus cuerpos y por sus almas… apasionado por la danza y entregado a ella. El maestro debería ser la fuente de inspiración para sus alumnos, un modelo… un ejemplo de que la danza es un proyecto de vida y carrera, una profesión digna para cualquier ser humano: una forma casi divina para alcanzar la plenitud.