El Producto Interno Bruto, indicador obsoleto del éxito económico

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El Producto Interno Bruto, indicador obsoleto del éxito económico

Después de varios años de un crecimiento paulatino, el Producto Interno Bruto (PIB) de México, que es un indicador que incluye a todos los bienes y servicios que se producen en el País, empezó a contraerse hacia finales de 2019 y sufrió la peor caída en su historia. Sin embargo, en el tercer trimestre de 2020, la economía de México creció 12.1 por ciento en comparación con el trimestre anterior, impulsada principalmente por las manufacturas, lo que confirma que la demanda externa es el principal motor de la recuperación económica.

El uso del PIB como indicador económico, ha sido cuestionado por un grupo de expertos, entre ellos el Premio Nobel de Economía de 2001, Joseph E. Stiglitz, que piden usar otro indicador diferente para reflejar de forma más precisa el bienestar, el impacto medioambiental y la desigualdad. Asimismo, el Banco Mundial establece que el PIB no sirve para tomar decisiones, sino para que los países compitan entre sí.

Stiglitz escribió en The Guardian que es hora de retirar los indicadores como el PIB, debido a las tres crisis que enfrenta el mundo: la climática, la de desigualdad y la de democracia. Y reafirma: “Si medimos lo incorrecto, haremos lo incorrecto”.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reconoce que utilizar el PIB como único indicador de progreso económico ha conducido a muchas distorsiones y al incremento de la desigualdad en todos los países, por lo que promueve la corriente que antepone las personas a los números. En otras palabras, que se utilicen otros parámetros diferentes, sosteniendo que el crecimiento medido como producción y consumo es muy impreciso. Por lo tanto, se propone como parámetro fundamental el bienestar de las personas en términos de ingresos disponibles, acceso a la educación, la salud, las infraestructuras, la certidumbre en el trabajo o el empleo de calidad, entre otras variables, además de los daños al medio ambiente.

El año pasado (2019), la primera ministra de Nueva Zelanda presentó presupuestos de bienestar, que por primera vez han puesto el foco en intentar detener los problemas más apremiantes de su país, como la salud mental y física de la población, la pobreza, el medio ambiente, la vivienda, la identidad cultural, los ingresos, el consumo y el empleo, confeccionando el llamado Marco de Condiciones de Vida, donde se analizan esferas del bienestar.

Por otro lado, tenemos la denominada Economía del Bien Común (EBC) que es un proyecto económico que nació en Austria en 2010. La EBC es un modelo económico, político y social que se basa en el respeto de la dignidad humana, la solidaridad, la democracia y la sostenibilidad ambiental, y pretende implantar y desarrollar una verdadera economía sostenible como alternativa a los mercados financieros, en la que necesariamente tienen que participar las empresas como una opción tanto al capitalismo de mercado como a la economía planificada.

Debido a las crisis sistémicas que han tenido lugar en los últimos años, el modelo de EBC está creciendo en países como Dinamarca, Holanda, Suecia, Finlandia, Noruega, Francia, España y Nueva Zelanda, por lo que han desarrollado presupuestos basados en el bienestar de la población. Estos países pretenden conseguir una economía más ecológica, un reparto más justo y más social de la renta, trasladar el enfoque de la competencia a la cooperación, sustituyendo la globalización por un enfoque más regional, poniendo la dignidad humana en el centro de la economía.

Con el principio básico de que medir el desarrollo económico de un país con el PIB no describe las condiciones reales de la población, el presidente López Obrador ha propuesto en su diecisieteavo libro, “Hacia una economía moral”, que en México se considere la economía en términos morales. En su propuesta los temas principales son: “La corrupción, el principal problema de México”, “El fracaso del modelo económico neoliberal” y “Las nuevas políticas para la transformación”, cuyo eje narrativo es la premisa de “primero los pobres”.

Esta visión de la “economía moral” comprende un conjunto de mecanismos que buscan satisfacer las necesidades básicas de toda una comunidad a través de la solidaridad mutua, sustentada en relaciones sociales de reciprocidad, la ética de la subsistencia, la búsqueda del bienestar colectivo y no el lucro personal. El objetivo prioritario no es la acumulación material, sino la reproducción y el mantenimiento del sistema social.

En consecuencia, el modelo propuesto se aplica en orientar el reducido margen del gasto público hacia programas sociales directos, en el entendido de que ellos detonarán el consumo interno, basado en la equidad y la justicia, predominando la búsqueda de la mejoría colectiva.

En dos años, la reactivación de la economía popular ha visto ya frutos, al contar con un importante flujo de recursos proporcionados por los programas sociales. Sin embargo, éstos no alcanzan para que una gran parte de la población salga de la condición de pobreza.

Muchas personas se están viendo beneficiadas al recibir lo que antes no tenían, por lo que debemos esperar que la economía de subsistencia empiece a salir del bache en que se le ha tenido por décadas. Si estos apoyos se incrementaran al menos el equivalente a un salario mínimo, las condiciones de salir adelante se mejorarán.