El producto del caos

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El producto del caos

Los procesos sociales han cambiado en el mundo y no son más como los conocíamos apenas hace unos años. Los medios de comunicación, y sobre todo las redes sociales, nos permiten a todos acceder en la inmediatez a una gran cantidad de información, lo que ha resultado en una sociedad que, a partir de ese conocimiento, exige mucho más a sus gobernantes.

Desde hace algún tiempo, los datos sobre actos y obras de gobierno son obligatoriamente públicos, y cada vez más se afianza la cultura del acceso a la información como un instrumento de la transparencia. Así, cuanto más abierto es el ejercicio público, menos márgenes quedan a la corrupción, la cual de inmediato es exhibida una vez descubierta.

Pero una sociedad más informada también se ha mostrado en extrema o total desconfianza hacia la clase política tradicional y busca alternativas al poder. En la falta de representatividad de los actores políticos hay una evidente crisis de legitimidad.
No es un fenómeno particular de nuestro país. Es una realidad global que produce acciones incomprensibles si no las valoramos desde la perspectiva de una ciudadanía molesta y harta de los esquemas políticos actuales: desde el Brexit, las crisis de gobierno en Grecia y España, hasta el reciente referéndum que en Colombia le cierra el paso a un acuerdo de paz entre la guerrilla y el Gobierno.

En Estados Unidos el producto del caos se refleja en la ascensión de Donald Trump hasta una candidatura presidencial que le pone en real competencia por el poderoso cargo.

La semana pasada, el mundo presenció en directo el primer debate oficial de los dos candidatos a la presidencia del país más poderoso del mundo; y no es para menos, pues de esta elección depende el futuro laboral, económico y social de millones de personas, incluyendo, por supuesto, México.

Por primera vez pudimos ver a Hillary Clinton y a Donald Trump cara a cara, discutiendo sobre economía, empleo e igualdad de oportunidades, y tal como era de esperarse, el candidato republicano se mostró en toda su intolerancia. Y demostró por qué no debe ser el próximo presidente de Estados Unidos.

Pero Trump, como he dicho, es sencillamente producto del caos. Su candidatura respondió al descontento de un sector del pueblo estadounidense que no cree en la política y en los partidos, que añora tiempos igual de difíciles pero con menores restricciones, y logró seducir con una conducta de aparente rebeldía ante el sistema que en realidad, como ya se ha demostrado bastante, es simplemente desprecio a la ley y a los demás.

Toca ahora al pueblo estadounidense decidir si la locura y el odio son opción de gobierno. Esperemos que no.

A nosotros nos corresponde trabajar para que este tipo de fenómenos no se repita en nuestras comunidades, y la mejor vía es rescatar la política del caos en que se encuentra. Retomar la ideología y los principios como elementos de identidad y fortaleza de los partidos, transparentar procesos internos y democratizar la elección de candidatos para una efectiva representatividad, reestructurar las instituciones públicas para que respondan a las demandas de justicia, claridad y atención de la ciudadanía.
Es una ruta de esfuerzo, pero vale la pena.