El proceso vs el suceso
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El proceso vs el suceso
Tigres ha logrado en los últimos años lo que no ha podido hacer Rayados hasta la fecha en cuanto a proyecto futbolístico.
La diferencia no sólo pasa por el desfile de nombres, de golpes mediáticos, de llenarse de futbolistas de talla internacional o por campañas estridentes ocasionales.
Pasa, ni más ni menos, por la continuidad de un plan, por sentar bases, por conservar una idea, por perseverar detrás de un estilo, por defender una identidad y por armar planteles ricos, pero sobre todo, congruentes. No es cuestión de quien sea el DT, sino de lo que se quiere como club.
Al margen de las subjetividades que rodean al futbol, la crítica va en dirección a lo que hoy son como equipo Tigres y Rayados. El comparativo puede resultar odioso, pero tiene aristas determinantes.
Tigres está enfocado en un proceso y Rayados en el suceso. Aquí radica el principal propósito coyuntural: un equipo que se sostiene en el tiempo vs otro que vive al momento. Todo lo que venga después es discutible, pero de raíz así son las opuestas realidades.
Como sea, Tigres siempre ha buscado la forma de progresar en los últimos seis años de la mano de Ferretti. Mal o bien, gusten o no las formas, el club felino se ha ido capitalizando y reinventando adecuadamente apoyado sobre una plataforma futbolística consistente.
Siempre trajo lo justo y necesario para solidificar un modelo, no para rearmarlo o reconstruirlo. Desde Pizarro hasta Gignac, pasando por Aquino, Zelarayán o Damm, permanentemente se han ido acoplando jugadores a una base que no modificó sus patrones ni su perfil estético, pero sí le aderezó contenido.
Tigres puede ser un equipo que adopte una postura predeterminada, pero no parásita. Tiene una visión como club, no sólo como equipo. Se ha montado a la globalización del futbol consciente de que el progreso no es sólo alimentarse de talento, sino que apunta a objetivos competitivos más gruesos. Hoy es un equipo que se atreve a suponer que siempre va a dominar y marcar el pulso de un torneo.
Tigres da garantías; Rayados no. El Monterrey tiene una confusión existencial entre lo que quiere ser como club y lo que hace como equipo. Como no existe un proyecto definido a largo plazo, lo urgente es más importante que lo prioritario.
La tirada siempre será el torneo que viene, no los que le siguen. El “proyecto” Mohamed se reduce a ganar algo. Si el entrenador se va en el verano sin lograr su propósito, el club habrá desperdiciado a una veintena de jugadores que se han adherido al “plan Mohamed” en los últimos dos años.
Rayados sabe que Mohamed le dejará una herencia por ese interminable recambio de jugadores, pero no está seguro si les dejará un título. El DT argentino va por su cuarta “reestructuración” del equipo, aparte de los cuatro años que lleva la institución corriendo detrás del mismo objetivo sin resultados.
A propósito, los resultados no necesariamente deben traducirse en consagraciones, sino también en lo estructural. Con la llegada de Cardona, Sánchez, Funes Mori, Gargano y todos los demás, Rayados buscó internacionalizarse antes de saber a qué jugar. Es decir, lo opuesto a Tigres.
Monterrey presenta un mosaico de jugadores incrustados en la complejidad de un equipo intermitente cuya expectativa es que algún futbolista diferente —que los tiene— resuelva el partido que sea.
Tigres y Rayados parece que apuntan a lo mismo, pero no son lo mismo. La diferencia está en la convicción, esa que se sostiene sólo con intuición, visión, ideas y fundamentos. Y en este contexto, está claro quién corre con ventaja.