El proceso electoral
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El proceso electoral
El proceso electoral para elegir gobernador del Estado de Coahuila no ha terminado si nos atenemos a la legislación vigente: dos árbitros o, mejor, jueces, todavía no hacen bien su trabajo y han requerido de meses para revisar los datos, hechos, peripecias, abusos, engaños, trapacerías y otros actos de fácil observación si uno no está ciego (de los ojos o del alma).
Una de las características del mexicano es la fe y la otra la paciencia. La primera se demuestra con la Virgen de Guadalupe, la visita del Papa o la votación a favor del PRI. La segunda no requiere demasiada especulación: aguantamos todo y volvemos a caer en el mismo hoyo y a tropezarnos con la misma piedra sin descanso ni queja.
Yo me coloco los dos adjetivos, ni modo: tengo fe en que anularán la elección pasada y una paciencia imperecedera.
Paso ahora a la elección del 2018. No sospechábamos que un temblor de tierra vendría en auxilio de Enrique Peña Nieto, el más gris de todos los presidentes, incluyendo a Miguel de la Madrid. Las desventuras de los mexicanos le han dado un empujón que no se esperaba. El Presidente dijo un sinnúmero de veces a los desvalidos que no se dejaran engañar, que no aceptasen que los políticos lucraran con su desgracia. Y esto es lo que él y su equipo no han dejado de hacer. En un mensaje oficial el Presidente agradecía al Ejército, a la Marina, a sus colaboradores, a las diversas secretarías… porque enfrentaron el problema. ¡Increíble!, olvidó mencionar al otro ejército (sin mayúsculas), el de los millares de ciudadanos que, sin antes conocerse, crearon una organización casi instantánea para enfrentar el evento y crear soluciones a cada problema que se les fue presentando.
No tengo el dato y quizás nadie lo tenga, pero imagino que entre esos miles de jóvenes anónimos deben haber recogido y trasladado mil o más toneladas de despojos en cubos de pintura y, también, sacado de las ruinas a seres vivos y a no pocos cadáveres. Peña Nieto y su señora trataron de imitarlos y aparecieron también en fila india pasando mano a mano cajitas de galletas. Era ridículo porque las trasladaban de un tráiler a un camión, cuando podían haber echado reversa al “torton” pegando ambas cajas de los vehículos, para evitar esa fila innecesaria y pérdida de tiempo. Además, el Ejecutivo tiene obligaciones gigantescas que lo obligan ante una tragedia nacional a ocuparse del bienestar de millones de mexicanos, de organizar toda estrategia de apoyo, de atender los muchos problemas derivados del terremoto y de los que enfrenta el País frente a las expresiones infantiles del presidente Trump contra los mexicanos.
Por desgracia, el terremoto forma parte ya de las elecciones del 2018. Otros terremotos se han presentado, como el de las rupturas al interior del Partido Acción Nacional o las de las fortunas de los líderes de partidos de izquierda o derecha que no pueden explicar racionalmente su enriquecimiento inexplicable. Ahora sabemos que la dirigente del Partido de la Revolución Democrática es una experta en finanzas, tan capaz que sin dejar la burocracia tiene una casa de 13 millones en Ciudad de México y otra de 14 millones en Miami. El dirigente del PAN, a su vez, salió perito negociante.
La política se ha convertido en la mejor de las industrias y los partidos son el instrumento de gozo inigualable que nada más los mexicanos pudimos haber creado o, si se quiere, dejado que corrompieran sus miembros. Ahora los juniors prefieren un puesto público que el trabajo en la industria que sus padres y abuelos crearon con enorme y largo esfuerzo. Ya herederos de buenas fortunas encuentran que las aumentan sin sudar siendo gobernantes.
Margarita Zavala y otros 35 ciudadanos están en la lucha por la presidencia. Ellos, además de todos los aspirantes de los partidos, no bajan (hasta el día de hoy) de 50. No imagino cómo será la boleta de votación: sin duda del tamaño de un periódico; la urna tendrá que ser un tinaco y el cómputo llevará a los encargados de casilla varios días.
El año 2018 es la última oportunidad para echar abajo a todos los corruptos. Al menos es ese el sueño más recurrente de los mexicanos.