El Príncipe y las armas

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El Príncipe y las armas

Esto nos dejó dicho aquel famoso florentino que es considerado el padre de la ciencia política moderna: Que el uso de las armas es fundamental en todo tipo de gobierno. Su pensamiento está más vigente que nunca por la violencia que hoy padecemos. Y vaya que lo dijo hace más de 500 años: Que cualquier relación de mando y obediencia entre individuos políticamente organizados requiere del uso intimidante de la fuerza. Que la obediencia se garantiza a través de la coacción y de la amenaza de las armas, no hay de otra, porque la naturaleza malévola de los hombres sólo se contiene a través del temor. Las buenas leyes y las buenas armas en manos del príncipe son la esencia misma del Estado.

Nada tan contundente como la política de la realidad, la realpolitik, la implementación de medidas pragmáticas y acciones concretas alejadas de todo ese rollo filosófico y moral que son ideales en países como Suecia o Dinamarca, pero que en la situación actual de México son idealismos contradictorios porque, como ya está comprobado con el activismo de los derechos humanos, los más beneficiados son los delincuentes más crueles y sanguinarios a quienes los jueces corruptos abren las puertas de la cárcel por una tilde o una jota “incorrectas” en el expediente del también corrupto Ministerio Público.

Política real es la que plantea con singular crudeza y rigor el sagaz florentino: “El hombre experimenta mayor atracción por el mal que por el bien; el temor y la fuerza tienen mayor imperio sobre él que la razón”. Desde su obra “El Príncipe” y luego en su “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio” el autor nos plantea su propuesta de que la violencia (legítima) constituye un factor fundamental en el ejercicio del poder. Y nos lo dice sin ambages: “No hay comparación posible entre hombres armados y otros desarmados. Jamás un príncipe desarmado podrá tener seguridad y sosiego rodeado de súbditos armados” (El Príncipe, Cap. XIV). Es la teoría fundamental, el Estado como garante de la convivencia pacífica de la sociedad: Que el príncipe desarme a todos los súbditos y que guarde para sí el monopolio de las armas y la violencia legítima. Para México no hay otra opción.

Y en esta columna hemos apelado al desarme total de los civiles en México como un paso ineludible para la pacificación. Claro que desarmar a este País no es nada fácil. Se requieren leyes draconianas y cero tolerancia al pistolerismo. En el 2011 publicamos “Temor de que el infierno se mexicanice”. En el 2016 “Adiós a las armas”. El mes pasado “Las armas y el poder de matar” y, la semana pasada, “La rampante impunidad”.

Es una calamidad que en este País existan millones de armas de fuego en manos particulares. Gran negocio de fabricantes gringos y que entran a México de contrabando. Y cuando vemos a forajidos desarmando a nuestros soldados la causa está perdida. Lo advierten los preceptos más básicos de la teoría del Estado, mismo que no prevalecerá por la bondad o la gracia de nadie, sino exclusivamente por la efectividad de sus armas.

Además, si nos imponen aranceles por el flujo de migrantes, que nuestro gobierno los imponga por el flujo de armas. No hay más.