El Presidente… ¿’de la gente’?

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El Presidente… ¿’de la gente’?

Como si no supiéramos que nuestro lugar en la Historia se asigna sólo con la perspectiva que aporta el tiempo

Para cualquier coahuilense que haya vivido y padecido el moreirato, será fácil recordar aquellos días aciagos en que mirábamos la horrenda carota de Humberto “el cholo” Moreira a todas horas, en todos lados.

El posicionamiento de su imagen no sólo fue desleal, constituía una alevosa imposición ideológica, un adoctrinamiento que desembocó en una sucesión consanguínea (así es, amigos del resto de la República y lectores fuera del País y de otros planetas: en Coahuila nos gobernaron sucesivamente dos hermanos Moreira. ¡Qué “pinxhe-prra” vergüenza!). 

El sexenio bronto-doble (podríamos incluso decir que, dino-triple) derivó en una época dorada y sin precedentes para la corrupción a gran escala, la impunidad, el enriquecimiento ilícito y los días más prósperos para el crimen organizado en Coahuila.

No obstante, hoy en día y pese a todo, hay un sector (fácilmente identificable con las clases menos favorecidas y una muy pobre conciencia social) que aún evoca y añora a Humberto como un gran gobernante.

Para ello fueron clave dos cosas: una política de dispendio; gastar mucho en obsequiarle cosas a la gente. No administrar, ni procurar igualdad social o condiciones para el desarrollo, mucho menos buscar el bien común o un estado de derecho siquiera. Sólo dar cosas: útiles escolares, materiales para la vivienda, medicamentos básicos, computadoras, enseres varios, casas, becas, chambitas. Cosas, objetos que la gente pudiera asir, poseer y conservar, todos rotulados con la infame marca del sexenio, que se denominaba “El Gobierno de la Gente” y, cuando era posible, con el rostro del profe bailador.

Para lograr este milagro transexenal fue de vital importancia venderle a los coahuilenses la imagen de Humbertico, pero no sólo como efigie, sino todas sus maneras y modos, como un personaje que el público tenía que conocer, reconocer y apropiarse. ¡Y qué bien lo hizo! Si no pudo replicar su éxito en las grandes ligas fue, entre otras cosas, porque su personaje de cholillo norestense no conectó con el mercado nacional.

Ya armado con licencia plenipotenciaria, Beto pudo hacer y deshacer a placer sin pagar por sus acciones, pero para obtenerla fue imprescindible primero volverse el rostro más conocido y popular en toda la comarca, lo que hizo desde los cargos que previamente ocupó y siempre con dinero público.

Es por ello que cayó como un auténtico bálsamo la legislación en este sentido. Y llegó, precisamente durante el sexenio de Humberto, la reglamentación que prohíbe desde entonces que un funcionario promueva su nombre o imagen desde la publicidad oficial.

Y aunque acá el daño ya estaba irremediablemente hecho, ha sido una ley muy positiva, que quizás no ha evitado que los gobiernos sigan con el dispendio publicitario, pero al menos los mandatarios y otros disfuncionarios ya no se apalancan tan marrana y alevosamente con la autopromoción desde dicha plataforma. 

Es por todo lo anterior que cierto mural, encargado por el “alcaldete” de Culiacán, Sinaloa, constituye un oprobio, un delito y un retroceso. 

Como sabrá usted, el presidente municipal de la capital sinaolense, mandó pintar en el edificio del Ayuntamiento una estampa sin ningún valor estético. Más que mural, es un meme en gran formato.

Se trata de la identidad gráfica de la actual administración federal, la autodenominada Cuarta Transformación, en la que aparecen los cuatro más destacados próceres de la Nación, a saber: Hidalgo y Morelos (y Costilla, y Pavón), nuestros Padres Fundadores; Juárez, quien consolidó la República; Madero, Mártir de la Democracia, y el Tata Lázaro Cárdenas, el gran líder socialista.

Y justo entre el Siervo de la Nación y el Benemérito, allí como no queriendo, pero mero al centro de la foto, el Presidente Cabeza de Cotonete, Su Alteza Macuspana, el Rey Lagarto, Andrés Manuel López de Santa Anna y Obrador, alias el Peje.

Debieron pintarlo con los ojos mirando al cielo y silbando despistadamente, porque está allí como de colado, muy “espichadito”, haciéndose peje..., esperando que nadie lo note o que lo vean como la cosa más natural del mundo. “¡Ah, mira: los héroes que nos dieron Patria, libertad, democracia, justicia social… y el güey que nos dijo que atajáramos el COVID con unos detentes!”.

Como si no supiéramos que nuestro lugar en la Historia se asigna sólo con la perspectiva que aporta el tiempo; pero las motivaciones del alcalde culichi para tan ridículo desfiguro son de innecesaria explicación: lustrarle las botas (o las bolas) a su Alteza Serenísima (al que por cierto le chiflan estas demostraciones) y así ganarse su predilección y protección duraderas. Pero para cualquiera con una pizca de dignidad cívica esto constituye mayúscula afrenta; cualquiera que sepa un mínimo de legalidad, sabrá que esto viola las leyes (la de promoción de la imagen y la del buen gusto); y para los coahuilenses con memoria será un recordatorio de cómo se gestan los gobiernos mesiánicos sin control, sin contrapesos ni ataduras, esos que a través del adoctrinamiento, por vía de la adoración de la imagen, canonizan en el inconsciente colectivo a sus caudillos sociales, pasando de héroes del populismo a dictadores de bolsillo que sólo dejan tras de sí una cauda de pobreza, corrupción y ruina moral, porque son muy buenos para repartir -a título personal- la riqueza, pero no para crearla.

Créanme, se los dice un coahuilense, superviviente del moreirato.