El pilón

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El pilón

De mucho valor hubieron de echar mano los pequeños comerciantes que en el viejo Saltillo tenían sus tiendas, aquellos pequeños tendajos cuyas puertas se abrían antes de salir el sol y se cerraban mucho tiempo después de que el sol se había puesto. Tiendas de barrio aquéllas, entrañables, que formaban parte de la vida cotidiana de los saltillenses. Los tiempos que se vivían eran muy difíciles, aunque no tanto como éstos de pandemia y 4T. Los compradores no podían comprar sino de fiado, y no podían vender los vendedores más que fiando. Había un sistema llamado “de libreta’’. El cliente tenía una; otra el comerciante; y en las dos libretas se anotaban las compras y ventas que se hacían. Periódicamente -en la quincena, o cada fin de mes- las dos libretas se confrontaban. Se hacían cuentas, se pagaba, y a comenzar de nuevo.

Disposición muy generosa la de aquellos comerciantes que a más de crédito daban también pilón. ¡Ah, el pilón! La estulticia y mezquindad de estos empecatados tiempos nuestros han acabado con aquella benemérita institución de mi niñez y la niñez de todos lo que vivieron antes de estas aciagas épocas.

Nuestras madres nos pedían ir a la tienda. Nosotros, que para cualquier otro mandado éramos renuentes y remisos, al de la tienda íbamos con pies más que ligeros. Como dicen, el interés tiene pies, y aquí el interés era el pilón. Consistía el pilón en un pequeño obsequio que el comerciante, a fuer de agradecido, hacía al comprador. Los niños lo recibíamos gozosos: un dulce, un chicle -entonces todavía gran novedad-, un pedazo de piloncillo sabrosísimo. Ningún niño salía de los tendajos sin su pilón. Se contaba que una vez llegó un chiquillo al tendajón de su barrio y le pidió al tendero:

-Don Simón: ¿me cambia por favor esta moneda de 20 centavos por cuatro pepas?

El tendero recibió el veinte y entregó las cuatro pepas, monedas de 5 centavos que se llamaban así, “pepas”, porque tenían la efigie de doña Josefa Ortiz de Domínguez. El muchachillo recibió el cambio, y le preguntó luego al tendero con tono de reproche:

-¿Qué no me va a dar pilón, don Manolito?

Pienso que el pilón se llamaba así porque originalmente consistía en un terroncillo del gran pilón de dulce que se veía siempre sobre los mostradores de la tienda. Los niños deben haberle dicho al comerciante:

-¿Me da del pilón, don Fulanito?

La expresión “del pilón” se cambió luego por “el pilón”, que ya no fue un trozo de piloncillo o azúcar, sino cualquier otra golosina, sobre todo cuando dejó de haber pilón sobre los mostradores, pues la azúcar vino ya molida, y el piloncillo -que en otras partes se llama panela, chancaca o chicate- empezó a venderse en forma de pilón pequeño, y no de aquellos grandes.

Todavía se usa la frase “de pilón” para significar cualquier añadidura. “¡Ah! ¡Pediche, y de pilón exigente!”. Pero principalmente la palabra conserva su significación original, de algo que se da como regalo por algo que se compra. Una antigua copla mexicana dice así:

Las casadas a peseta;

las solteras a tostón;

las viudas a 10 centavos,      

y las suegras de pilón.

Que conste: yo no escribí eso.