El peligro de la ‘fecundidad humana’

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El peligro de la ‘fecundidad humana’

En toda empresa ya sea industrial, educativa, política o religiosa es fundamental tener éxito, o sea, lograr un propósito. El cual se obtiene mediante procedimientos aprendidos cuya efectividad ha sido comprobada en situaciones anteriores.

Este principio se repite en la escuela, en la casa, en la religión, en la política, en la industria, en el comercio. Así, tanto en la escuela como en la casa, se usa el castigo como el mejor método educativo para lograr hijos y alumnos tan educados, obedientes y estudiosos como los perritos de circo. En la religión, el temor al castigo eterno es el procedimiento más efectivo para convertir a los afiliados en devotos y obedientes ovejas. En la política, la amenaza de vivir fuera del presupuesto y sus múltiples privilegios, es la mejor forma de conseguir desde millones de votantes hasta fanáticos defensores de la ideología dominante. En toda empresa, industrial y comercial, todo mundo aprende muy pronto que “el jefe manda y si se equivoca vuelve a mandar”.

Esta es la cultura del temor y del castigo que caracteriza y sostiene cualquier sistema dictatorial. Se considera que abandonar esas prácticas llevaría a la familia y a la escuela al fracaso “educativo”, cualquier partido político sería (y es) derrotado, y la empresa quebraría por improductiva y no por falta de innovación.

Esta cultura está profundamente asimilada por la sociedad, no solo porque tiene 25 siglos de “éxitos” comprobados,  sino porque la represión y destrucción sistemática de la libertad humana que implica, se han disfrazado bajo la disculpa del “orden social”, “las buenas maneras”, el “progreso económico y social” y “la productividad empresarial”.

“Y, ¿para qué quieren libertad los cubanos? Con libertad no se come”. Me respondió una persona cuando me atreví hace 40 años a argumentar que al “paraíso imperial de Fidel Castro” le faltaba la libertad humana. Es cierto, pensé, con libertad no se come, pero sin libertad el hombre se convierte en un “cadáver ambulante”.

El problema de fondo estriba en el concepto que se tenga del ser humano. Si se le considera un “ente productivo”, se le tratará como un robot al que hay que programar adecuadamente para que produzca los resultados que se esperan de él, sin tomar en cuenta su mundo interior que lo hace humano: sus pensamientos, creencias, convicciones significativas y su libertad para elegir y decidir por sí mismo. Un robot que aprenderá a memorizar no a pensar, a obedecer no a criticar, a “ser acarreado” no a elegir, a “trabajar” no a crear. A repetir mecánicamente lo anacrónico de los modelos de matrimonio, familia, sociedad, empresa y trabajo sin necesidad ni derecho de criticar, renovar, construir y crear algo mejor.

En cambio si se le considera un “ente fecundo”,  será tratado de una manera radicalmente diferente, como una persona que no solo hay que respetar su dignidad y libertad, sino que hay que nutrir y desarrollar su inteligencia y sus talentos propios, su fantasía y sus emociones, su sensibilidad humana y su juicio personal para que pueda decidir, votar y elegir lo más adecuado  para sí mismo y para el “bien común”.

Nuestros gobernantes, legisladores, ministros religiosos, educadores y empresarios nos mantienen en un estado de subdesarrollados porque todavía en sus práctica cotidiana consideran al mexicano como un “ente productivo” y castigan la “fecundidad humana” como el mayor peligro social.