El país de los muertos

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El país de los muertos

El país de los muertos

La Muerte lava sus trastos

y limpia sus herramientas,

en su casa de interés

la noche nunca comienza

ni acaba, un pálido día

en su espejo se refleja,

calibrado sol de invierno

con unas cuantas estrellas

y nubes como algodones

ensangrentados. En vela

se la pasa, en un compás

desesperanzado, espera:

no siente odio ni tedio

dentro de la lluvia espesa

y cotidiana, que moja

sus huesos de pendenciera,

urdiendo casos y pleitos,

con tal de que alguno muera.

Ese perpetuo ajedrez

la mantiene prisionera.

Sus párpados transparentes

no se abren ni se cierran:

de un solo golpe de vista,

ni dormida ni despierta

vigila sus utensilios,

sus trebejos apacienta,

su cepo de terciopelo

parece una ratonera,

su más allá está tan próximo

que con él los pies tropiezan.

Allí no se pone el sol

y el océano no resuena,

el ojo no mira un bulto

ni un ruido llega a la oreja,

sólo el tacto siente apenas

el objeto que atraviesa,

mas son objetos mentales

todos allí, que no pesan

y sustraídos al tiempo,

al tiempo a veces regresan.

La Muerte lava con sangre

los cubiertos de su mesa,

autófaga, de sí misma

se alimenta. Come y cena

en compañía de filósofos

que la instruyen y amonestan.

Ella muestra la ataraxia

de las sustancias perfectas,

que sin pensamiento son,

solamente se proyectan

como acto puro y terminan

en el punto donde empiezan.

Nosotros somos su objeto,

ese punto es la centella

que nos señala en l pecho,

el hígado o la cabeza

y descompone de súbito

nuestra estructura compleja,

recobrando en ese instante

lo que el cuerpo nos empresta.

De su casa suburbana

se sale a la carretera,

su biblia es un directorio

telefónico; a la espeta

de un taxi escruta los faros

en la luminosa niebla

y aparta de cuando en cuando

a la turba de poetas

que intentan entrevistarla

con frivolidad molesta.

Se dirige hacia una morgue

disfrazada de enfermera,

donde revisa la nómina

de los que aguardan en vela.

Morgue es toda la ciudad

en esta hora perpetua,

es morgue todo el país

y la mitad del planeta,

que la mitad de la luna

con luz oscura e inversa

estiba y saca de quicio

en su fúnebre marea,

pues la hora de morir

–la vieja lava sus trastos

y limpia sus herramientas–,

nos tiene en lista de espera

a todos. Mira: atraviesa

en este instante la puerta.