El otro México

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El otro México

Lo llevamos en el corazón, cuando le cantamos lo llevamos en la piel, cuando bebemos unos tequilas pedimos que nos traigan y digan que estoy dormido…, pero cuando vivimos lejos e inmersos en otra cultura cosmopolita agitada por la globalización política y etiquetados para hacer los trabajos más pesados vemos que nuestros políticos nos desterraron con la miseria para quedarse con la riqueza de ese México del que se siguen enriqueciendo.

“El Otro México” no es solo el nombre de esta columna semanal, es la narración de la vida cotidiana de un periodista mexicano que ha vivido 30 años en Georgia, Estados Unidos, luego de haber estudiado en México y California, pero cuyo impacto de cubrir noticias policiacas y políticas, impresas en diarios te hace recordar ese gran documento de referencia histórica llamado periódico, y quieres volver a escribir.

De los medios tradicionales esta la disyuntiva de los diarios entre seguir haciendo copias impresas o quedar digital; los estudios de Instituto Nacional del papel recomiendan que el periódico debe seguir publicándose en papel porque hay una infinidad de usos, aparte de hacer una hemeroteca, algunos ejemplos: conservación de semillas de algunas legumbres para volverlas a plantar una vez que regrese la temporada; para los chicos reconozcan las letras, las recorten para hacer letreros; cuando van al retrete hay que leerse un buen chiste de Catón y muchos reciclan el papel generándole otro uso.

Ahora los canales de televisión tienen sus revistas para reforzar la promoción y se publican paralelamente en redes sociales para promocionarse con el famoso fenómeno transmedia, pero el hecho es que como me hice periodista en radio y periódicos, siento que pertenezco a sus páginas. Tengo mis subscripciones a diarios digitales pero ordeno mi “hard copy” del fin de semana.

Y como a mis paisanos difícilmente les dejan utilizar el celular en el trabajo, cuando van al descanso ya tendrán una copia de mi columna impresa para leerla, el periódico es como el tequila, ninguna otra bebida le ha podido reemplazar, por ello aquí les va mi tema de hoy.

PARA QUE LA MADERA APRIETE TIENE QUE SER DEL MISMO PALO.

Ana Hernández llego a Atlanta en los 90’s procedente de Michoacan, con 2 de sus hermanos y su padre. La mama se quedó a cuidar nietos y conservar su plaza de maestra, ya que la jubilación estaba próxima y no le convenia perderla.

Cada quien obtuvo dos empleos para ahorrar y pagar los 15 mil dólares de los coyotes, pues hay tarifas y mientras mas cara, menos riesgosa es la pasada. (luego les detallare una columna de como son las pasadas por la frontera ya que tengo una entrevista con un agente de migración).

Los Hernández trabajaban en restaurantes de mañana en comidas rápidas y por la noche en lugares de lujo, donde el sueldo son dos dólares por hora, pero las propinas son buenas y al final de la noche, el propietario las reparte entre todos.

Al paso de dos años, Ana convence a sus hermanos de traerse a otros hermanos y hermanas y hacer su propio restaurante, todo fue alegría, le hablaron al coyote y por ser clientes ya tenían crédito y al convencer a la familia, los trajeron en dos semanas. Ya estando juntos 6 de los 8 hermanos con su padre, se organizaron y trabajaron mas duro para juntar para la compra de equipo de cocina y pagar nuevamente al coyote, pero ahora les dio un descuento porque venían las olimpiadas a Atlanta y había muchísima demanda de mano de obra para las venias deportivas, los restaurantes y toda la infraestructura que los 100 años del evento deportivo merecía.

Nos venimos a Atlanta porque en México llego el rumor de que los hermanos Macias llegaron lavando platos y en unos anos fundaron 6 restaurantes “El Toro” todos ellos originarios de un pueblo de Jalisco cercano a Michoacán, eso también les abrió los ojos a los traficantes de humanos y uno de ellos hizo arreglos con una constructora que estaba a cargo del parque Olímpico y le trajo 500 indocumentados en dos días. Los americanos estaban maravillados con la ola de Mexicanos pues no se quejaban, trabajaban duro hasta los domingos y se conformaban con lo que les pagaran.

Ana relata que tuvo dos hermanos trabajando en construcción ya que si eran buenos a las dos semanas les pagaban de 10 a 15 dólares la hora, principalmente si sabían trabajar con cemento y ladrillos. Básicamente había trabajo para todos.

A los 9 meses, Ana tiene a su ilusión en las manos, no era un bebe, sino los 15 mil dolares para comprar dos refrigeradores de restaurante, dos parrillas grandes y las campanas del humo que son reguladas por las autoridades sanitarias.

Emocionada, Ana les dijo a sus hermanos que pidieran un día libre para ir a buscar un local y rentarlo, visitaron varios lugares llamaban a los agentes de bienes y raíces, pero tremenda sorpresa, carecían de identidad legal y número de seguro social.

Un tanto desanimados se metieron a una tienda mexicana, y le preguntaron al dueño que cuanto pagaba de renta, el astuto comerciante no les contesto, solo les dijo que bastante dinero, ellos un tanto alterados por la decepción le dijeron que buscaban un local para hacer su sueño realidad: “queremos poner nuestro restaurante”. El comerciante solo se froto las manos y les dijo: “no faltaba más, acá en el rincón de la parte posterior del local lo podemos hacer, yo les rento, ustedes solo traen sus muebles, utensilios y mesas, y yo hasta les puedo vender los ingredientes a bajo precio evitándoles viajes innecesarios a los mercados que quedan muy lejos”.

Ana Hernández y sus hermanos decidieron ahí mismo que era la única opción y que ya nadie quería ser empleado, todos deseaban trabajar para “ellos mismos”, y le preguntaron el costo de la renta y le comerciante les dijo que serian dos mil quinientos dólares y el depósito. Como traían efectivo solo les dio un recibo apuntado y les dijo que cuando quisieran podían empezar a traer las cosas.

A los dos días, ya tenían instalada la campana sobre las parrillas tal como lo indica la ley, los refrigeradores, un mostrador y 4 mesas, y empezaron a cocinar deliciosos tamales, tacos, tostadas, tortas, caldos: “levantamuertos”, “quitacrudas”, para cambiarse “de Manuel Doblado a Paraguay” y todo tipo de antojitos, sopes, garnachas, etcétera.

Al Poner en la vidriera del frente una cartulina verde neón con los nombres de los antojitos, indicando taquería al fondo, el negocio fue un éxito, el propietario de la tienda no daba crédito a lo que veía, pensaba que con vender carnes, tortillas y verduras para hacer salsas, jabones, y artículos de primera necesitad aunado a los envíos de dinero, tenia un negocio completo, pero los Hernández le llevaron lo que le faltaba.

Abrían la taquería de las 7 am hasta las 10 de la noche, los tacos los cobran a $2.50 y van en tortillas pequeñas como les sugirió el propietario del local, quien era su abastecedor, de jueves a lunes vendían mil tacos, mil tamales y no menos de 500 tortas diariamente.

Ana dice que el dueño de la tienda les decía que ya eran una familia, y que los “ayudaría en todo, de hecho les pidió que si sus dos hijas les podían ayudar en las tardes luego de la escuela, para que no se les hiciera tan pesado”. Ana nunca se imagino que las jovencitas estarían aprendiéndoles la manera de cocinar todo, y así fue. Lo peor es que hasta les pagaban.

Al cumplir un año el propietario les dice que el propietario del complejo se le puso muy pesado y que le doblo la renta, motivo por el cual ahora debían pagar $5 000,00 y bueno lo entendieron, lo bueno es que el negocio no fallaba, llegaban los trabajadores de las constructoras y se llevaban hasta doscientas tortas. El generoso negocio les estaba redituando y el entusiasmo crecía pues siguieron ayudando a los suyos en México.

A los dos años, el propietario se valió de que unos policías fueron a comprar a la tienda, y como los Hernández, no entendían inglés, se valió de ello, y les dijo que al cerrar se quedaran para platicar unos minutos. Lo cual así fue. Ana relata que les dijo que los policías fueron a multarlo porque faltaban permisos para el restaurante, pero que él como los quiere como familia, dio la cara por ellos y arreglo todo, solo que le tenían que dar tres mil dólares para los gastos.

Sin dudarlo, los Hernández lo hicieron y todo siguió como si nada, las ventas crecían e incluso los policías regresaron, pero ya no hablaron con el propietario, se metieron a comer tacos, Ana dice que los atendió bien y uno de ellos era de Puerto Rico y hablaba español. Le pregunto Ana discretamente si ellos verificaban lo de los permisos, a lo que el uniformado dijo que ellos no tienen nada que ver en eso, y que partiendo de que la tienda vende comestibles ya tenia un permiso para empacar porque hacen bolsas de nopales.

Ana se quedo callada y empezó a preguntarle a su hermano menor que si por favor un día no se iba a dar una caminata en el centro comercial e indagaba las rentas porque un local se estaba desocupando. Así lo hizo, y tremenda sorpresa las rentas en esos anos eran dos mil dolares al mes, incluida el agua.

Los Hernandez hicieron una reunión en casa y confrontaron al propietario quien astutamente les dijo varias mentiras, se altero y les dijo que los había ayudado bastante, que seria mejor llamar a las autoridades para que los detuvieran. Que seria mejor que se fueran, los Hernandez intimidados por la amenaza y temerosos de perder el dinerito que habían ganado, mandaron al papa con varios hermanos y el dinero a Mexico y solo Ana y su hermano se quedaron a tratar de consultar con un abogado la situación.

El abogado les dijo que lamentablemente al no haber un contrato no podía hacer nada para ayudarlos, y que como propietario del negocio tenia todo el derecho de correrlos. Ana dijo que se resigno y ella y su hermano regresaron de asalariados a los restaurantes donde trabajaban anteriormente.

Comenta que en poco mas de dos anos lograron ahorrar 40 mil dolares que no hubieran podido ganar en Mexico, aparte del dinero mensual que le enviaban a su mama. Pero su padre y hermanos se lo llevaron para construir una casa para todos.

Ana y su hermano trabajaron duro desde entonces y el 2019 su hermano sufrió un derrame cerebral, y por no tener seguro ni documentos, se les complico todo, pero afortunadamente les atendieron en el Hospital Publico Grady Memorial, ahora la pandemia los tomo por sorpresa.

Sin trabajo ambos, viven de comida que les dan en el Consulado de México y en las iglesias, de no ser por ello no podrían comer. Ana siente que los años se le escaparon de las manos junto con los pocos ahorros y aquellas emociones fugaces, se les fueron, entendieron que el venir a Estados Unidos sin saber ni conocer gente, es como lanzarse a un oscuro precipicio sin fondo.

El indocumentado, no tiene derechos, son presa fácil de muchos, desde las tiendas de celulares, hasta de los taqueros, bailarinas colombianas y dominicanas, así como los taxistas, todos especialistas en estafarlos.

“El Otro México” existe, y está en el país en el país de las oportunidades que es una potencia mundial y que se jacta de que se respetan los derechos y la justicia, pero cuando caen en manos de los mismos latinos, todo es un fracaso. Todo empieza desde la pasada, los mismos coyotes ya conocen el movimiento y ven a los inmigrantes como semillas y cuando los enganchan, solo hablan por el celular “ahí te llevo una buena bailarina” y los obligan como parte de la pasada.

La malicia de los otros hace una cadena de abuso, lujuria y explotación de la que nadie sabe porque todo sucede entre hispanos, que somos la versión del esclavismo moderno.