El otoño en la pandemia

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El otoño en la pandemia

El ocaso es el descanso del sol, pero el otoño no es el ocaso de la vida. Es el tiempo de la generosidad. La naturaleza, no descansa. En el otoño fructifica, regala sus jugos y sabores. Su generosidad es precedida por los sudores que fertilizan los surcos, los cultivos, las flores y las podas. El trabajo cotidiano que se inicia en la soledad de la esperanza, cuando nace la aurora antes que el sol ilumine y caliente la tierra. Al atardecer nace de nuevo la esperanza.

Los abuelos no son el ocaso de la vida. Son un largo otoño de cada familia, un tronco que se ha forjado añadiendo experiencias circulares que le dan consistencia vital a sus ramas y a su follaje efímero, oxigenante. Con raíces enterradas en el pasado, invisibles a los ojos de los nietos. Con una savia sabia que circula en silencio, a lo largo de las jornadas. Con consejos y alertas, enseñanzas y precauciones, consolaciones inesperadas, compartidas desde una cumbre escalada con los años. O simplemente ejemplos rutinarios de trabajo, perseverancia y responsabilidad sin palabras. 

En otoño los abuelos fructifican y regalan sus jugos y sabores de la vida, los frutos de sus manos, de sus gozos y dolores, de su comprensión y paciencia acumuladas en la corteza de cada invierno y cada verano, de cada logro y de cada frustración.

En su otoño su esperanza dura más tiempo, no se agota como flor de primavera, ni tampoco se nutre de ilusiones efímeras, inmediatas. Ni se amarga cuando cambian las costumbres y los lenguajes y su familia “ya no es como eran antes”. Trata de descubrir la belleza y la alegría de lo nuevo: la música, el trabajo, las separaciones y los encuentros. Injerta suavemente su sabiduría en la vida nueva de sus hijos y nietos. Y a medida que se acumulan los años de su otoño va consolidando su convicción de que “todo problema tiene solución”…aunque en múltiples ocasiones incluye una dosis de sufrimiento y resignación.

En su otoño disminuyen lentamente sus fuerzas, la velocidad de sus piernas y la energía de sus músculos, pero crece la invisible fortaleza de su espíritu. Sus convicciones son más profundas, sus juicios más sensatos y sus juicios son menos improvisados por las noticias que hoy son y mañana se esfuman. 

Los hijos y los nietos aman y toleran a los abuelos .Esto no es ni superficial ni casual, ni mucho menos una obligación. Es sencillamente una correspondencia mutua, primaveral en los niños, otoñal en los abuelos. Un amor cultivado con la presencia, el encuentro, las caricias, los vínculos de la vida compartida durante décadas de sol y tormentas, de miradas y sonrisas cotidianas, distancias, perdones y reconciliaciones innumerables, repetidas y recicladas.

El amor a los abuelos y de los abuelos nace, renace, fructifica y vuelve a nacer después de cada invierno familiar. Está en el ADN de cada quien aun en estos tiempos de pandemia.