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El origen del problema

Mientras no se combata la corrupción nuestra calidad de vida no experimentará ninguna mejoría sustancial

El oráculo estadístico nacional, el Inegi, reveló hace unos días que la corrupción se encuentra, por encima de la pobreza y el desempleo, como una de las primerísimas preocupaciones del mexicano.

Superada sólo por la violencia y el crimen, parece que la corrupción por fin se percibe como un problema orgánico y no sólo como una pintoresca peccata de nuestra idiosincrasia que en el peor de los casos nos hace lucir socialmente mal.

No, al parecer comenzamos a tomarnos en serio la magnitud y alcances de este fenómeno que de ninguna manera es aceptable como parte integral de nuestra identidad.

Qué penoso resulta que el propio hombre que ostenta el título de Presidente de la República admita la corrupción como un desafortunado sino y la asuma como un “asunto cultural”.

Para mí es inaceptable la postura del Mandatario, inaceptable y triste. Pero comprendo muy bien que dado el círculo en que se ha desenvuelto (la alta esfera política y concretamente el PRI), debe resultar la corrupción, desde su perspectiva, no un rasgo cultural, sino genético. Creo que incluso moderó su discurso al enunciar el problema como algo circunstancial y no como una condición congénita, que es lo que toda su experiencia le debe estar gritando en realidad.

Pero no, no somos corruptos por un tema cultural y mucho menos por una desafortunada herencia innata. La corrupción es una disposición natural en el ser humano que se atempera o se agudiza en función de un grupo de variables.

Sin embargo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la corrupción se retroalimenta. Es decir, la corrupción engendra más corrupción y erradicarla ocupa todo el esfuerzo de un gobierno y sociedad, pero un esfuerzo real, consciente y grande.

Apostarle, como hace el Presidente, a mecanismos, candados y sistemas anticorrupción es ocioso, dado que los responsables de estos procedimientos emanarán del mismo ámbito pernicioso que se pretende sanear.

Es hasta irrisorio que EPN o el dirigente de su partido se pronuncien contra la corrupción y al mismo tiempo reciban en sus filas como al hijo pródigo a Roberto Madrazo, a José Murat o a nuestra gloria coahuilense, Humberto Moreira.

Nos percatamos de que, lejos de erradicar la corrupción, la intención de este Gobierno es blindarla, fortalecerla y darle armas de mayor alcance y envergadura.

Pero pareciera al menos que el ciudadano promedio ya reconoce a la corrupción como un tema prioritario,  directamente correlacionado con la pobreza y la inseguridad que tanto padecemos.

Cuando esta noción nos haya permeado por completo dejaremos de ser tan ingenuos como para esperar soluciones aisladas a problemas sistémicos y dejaremos de aceptar gran parte de los embustes demagógicos que nuestros gobiernos nos recetan.

“De la seguridad me encargo yo”. De fanfarronada de campaña, esta frase fue capitalizada por el gobernador coahuilense, Rubén Moreira, como lema no oficial de su sexenio.

La frase tiene todo el impacto que le ha faltado a los eslóganes de la actual administración. Pero fue una mera casualidad, ya que la primera vez que la espetó no fue asumiendo un compromiso, sino en el sentido de que no se le hicieran más cuestionamientos incómodos al respecto. Fue nada menos que una escapatoria retórica, muy facilona por cierto.

Pero dado que se posicionó rápido, no ha dejado de explotarla como si de verdad pudiera presumirse en Coahuila de paz o impartición de justicia.

Pese a todos los hechos aciagos y violentos, Moreira Valdez insiste en que sus acciones tácticas y la reorganización de las agrupaciones policiacas han dado resultados. Pero como ya le digo, es pura demagogia. La inseguridad no se combate con fuerzas armadas que constantemente crecen en número de efectivos y arsenal, sino remitiéndonos a la causa primera: la corrupción.

Pero ello implicaría transparentar la totalidad de las cuentas públicas, perseguir a los responsables de la megadeuda, incriminar a los implicados en las empresas “fantasma”, respetar la separación de poderes, elevar muchísimo el nivel de las corporaciones policiacas (por ejemplo, no contratando delincuentes) y todas esas pequeñas cosas de las cuales nuestro Góber no se ha ofrecido ocuparse.

¿De ello no se pensará encargar?
Al inicio de su último año de Gobierno todo parece indicar que no. Una lástima, porque ello sería verdaderamente encarar la inseguridad, la pobreza y la delincuencia. No es mi opinión, es la única vía: mientras no se combata la corrupción nuestra calidad de vida no experimentará ninguna mejoría sustancial. Hacer alarde de otras maneras de luchar contra el crimen y la violencia es puro blu

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