El olvido
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El olvido
Dos de octubre no se olvida. Esta frase ha calado en los oídos y el cerebro de los mexicanos desde que tuvo lugar la masacre hasta el día de hoy. Difícil olvidar un evento de ese tamaño. Todavía a 50 años no se tiene toda la información sobre un sinnúmero de cuestiones relativas al evento, ni siquiera el número de muertos: la comisión de la verdad en la que participaron personajes tan duros como Carlos Monsiváis y Paco Ignacio Taibo II no localizaron tantos muertos como se había manejado. Ellos utilizaron la televisión, la radio y los periódicos pidiendo a quien tuviera deudos asesinados o desaparecidos en la matanza de Tlatelolco, lo informara y hubo poca respuesta. Pero el número de muertos no baja la calificación de “masacre”, pues se privó de la vida a personas inocentes de una manera grosera.
Es bueno que el 2 de octubre no se olvide, pero a esa fatídica fecha hay que añadirle algunas otras, lo que nos exige un ejercicio de memoria extraordinario. El gran filósofo francés Vladimir Jankélévitch escribió con una fuerza formidable (me refiero a su escritura, su lógica y sus argumentos) varios textos en que fulmina a quienes pretendían que acabada la Segunda Gran Guerra olvidaran los sucesos y perdonaran a los que los propiciaron para vivir en paz. Argumentaba contra el perdón y el olvido. ¡Alemania no debe ser perdonada!
Ahora nosotros nos preguntamos si hay perdón y olvido para los asesinos de Ayotzinapa, para los de Allende y Piedras Negras, los de San Fernando, Tamaulipas y otros casos.
Jankélévitch no aceptó la idea de que, finalmente, los asesinos sólo habían obedecido órdenes. Nada de eso: su participación, así como el silencio del pueblo alemán, es imperdonable. ¿Acepta usted que se perdone y olvide el sufrimiento de los torreonenses que tuvieron como gobernantes, en un lado de la ciudad a los Zetas y del otro al Cártel de Sinaloa? Es su conciencia o la de los gobernantes. Las familias de los desaparecidos no quieren olvidar… y ellos tienen la palabra.
Dejemos los asesinatos de lado, incluyendo los de los gorilas de América del Sur, los de Stalin y Mao, simplemente debemos ejercer la memoria para conocer al pasado. Otro filósofo francés, Paul Ricoeur, que en el 68 francés se radicalizó, porque antes de ese acontecimiento era un filósofo personalista, tras el movimiento estudiantil cambió y se puso del lado de los jóvenes. Ricoeur tiene un maravilloso libro La memoria, la historia, el olvido, en que repasa estos tres conceptos desde los griegos hasta la actualidad. Como cristiano (era luterano), él opta por el olvido de ciertas cuestiones y el perdón en ciertas circunstancias. Plantea que si es posible hablar de memoria feliz, ¿existe algo como olvido feliz? (pág. 652). El recuerdo está siempre ligado a alguien, a un hecho, mientras que el olvido está en una inhibición de la mente porque le es difícil aceptar el mal.
El problema del perdón y el olvido, le decíamos a Alfonzo Durazo cuando estuvo en Saltillo, es que los únicos o los más beneficiados con ese perdón y ese olvido serían los asesinos. En mi intervención añadí que no se puede dejar de lado (por los desaparecidos de Coahuila, unos 3 mil 200) además de a los políticos, a los banqueros, que lavan el dinero del narco, a algunos empresarios y a la policía. Las familias estallaron en gritos: “ni perdón ni olvido, ¡justicia!”.
Regreso al 68 y a su invitación. Hay dos buenas razones: una es que los hechos de ese tamaño no deben pasar al bote de la basura de la historia y otra es que todavía están vivos algunos de los asesinos (y a los que murieron no debe perdonárseles. Luis Echeverría va a morir como un simple espectador, que no lo fue. Él era el responsable del orden y la seguridad de la nación. Él mandó filmar varios kilómetros de cinta de los sucesos (esas cintas desaparecieron). Él atacó a los estudiantes tres años después.
A 50 años del 68, los coahuilenses debemos tener en la mente nuestros propios sucesos y no lo digo como para dejar aquél hecho de lado, sino porque no debemos vivir nada más en el pasado. Si nuestro presente no ejerce una actitud crítica hacia las víctimas actuales, entonces recordar el 68 puede ser un cómodo refugio.