El olor de la muerte en la perrera (Crónica de Jesús Peña)

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El olor de la muerte en la perrera (Crónica de Jesús Peña)

Foto: Archivo

El olor de la muerte
 

Chin, me quedé con las ganas de contar la historia de un “mataperros”.

Siempre quise escribir la historia de uno de esos empleados municipales, generalmente viejos, que tienen el encargo de eliminar a los caninos callejeros que caen en las antiguamente llamadas “perreras”.

Siempre quise saber qué había detrás de esos hombres duros, de sangre fría, que mataban, mataban, porque ya no, a los perros de un choque eléctrico.

Yo conocí a uno de esos señores de gesto grave, era un anciano, flacucho, bajo, atezado, que trabajaba en las instalaciones de la perrera ubicada a la entrada del relleno sanitario, por la carretera a Torreón, en Saltillo.

Lo visité varias veces, nunca supe su nombre, sólo recuerdo aquel peculiar olor a muerte de la perrera.

Si pudiera explicare a qué huele y cómo se oye la muerte, pero no me alcanzan la palabras.

Nunca me atreví a ir a la perrera a la hora que él mataba, se me hacía de al tiro morboso, sin embargo, tenía como ciertas curiosidad y fascinación por verlo trabajar.

Le repito, nunca lo vi.

Lo único que sabía era que antes de matarlos, el viejo zambullía a los canes en una fosa de agua, luego los sacaba, los conectaba a dos cátodos, uno en el hocico, otro en la cola, bajaba el switch y ¡pum!, llegaba la muerte en forma de descarga.

Una mañana, después de años, fui a buscarlo y ya no lo encontré.

Que se había jubilado, me dijeron sus compañeros de la perrera.

La cosa estuvo entre chusca y desafortunada, me platicaron.

Resulta que cierto día que el singular mataperros se preparaba para electrocutar a un can, no sé en qué mala maniobra el animal lo tiró a la fosa de agua cuando el hombre tenía en las manos los cátodos a toda corriente.

De milagro no murió electrocutado.

Y nadie supo bien cómo logró salvarse.

A partir de aquello, el señor, que era ya era anciano, le digo, tomó la determinación de jubilarse y no saber más de canes.

Parece el colmo de un mataperros, ¿no le parece?, pero sucedió.   

Me pregunto, ¿sería el karma?